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jueves, 23 de septiembre de 2010

Lectio Divina. Viernes XXV Tiempo Ordinario. Ciclo C. 25 de septiembre 2010

Primera Lectura
Lectura del libro del
Eclesiastés (Cohélet) (3, 1-11)
Hay un tiempo para cada cosa y todo lo que hacemos bajo el sol tiene su tiempo.
Hay un tiempo para nacer y otro para morir; uno para plantar y otro para arrancar lo plantado. Hay un tiempo para matar y otro para curar; uno para destruir y otro para edificar. Hay un tiempo para llorar y otro para reír; uno para gemir y otro para bailar. Hay un tiempo para lanzar piedras y otro para recogerlas; uno para abrazarse y otro para separarse. Hay un tiempo para ganar y otro para perder; uno para retener y otro para desechar. Hay un tiempo para rasgar y otro para coser; uno para callar y otro para hablar.
Hay un tiempo para amar y otro para odiar; uno para hacer la guerra y otro para hacer la paz. ¿Qué provecho saca el que se afana en su trabajo? He observado todas las tareas que Dios ha encomendado a los hombres para que en ellas se ocupen.
Todo lo ha hecho Dios a su debido tiempo y le ha dado el mundo al hombre para que reflexione sobre él; pero el hombre no puede abarcar las obras de Dios desde el principio hasta el fin.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 143
Bendito sea el Señor,
mi fortaleza.
Bendito sea el Señor, mi roca firme; él adiestró mis manos y mis dedos para luchar en lides.
Bendito sea el Señor,
mi fortaleza.
El es mi amigo fiel, mi fortaleza, mi seguro escondite, escudo en que me amparo, el que los pueblos a mis plantas rinde.
Bendito sea el Señor,
mi fortaleza.
Señor, ¿qué tiene el hombre para que en él te fijes? ¿Qué hay en él de valor, para que así lo estimes? El hombre es como un soplo; sus días, como sombra que se extingue.
Bendito sea el Señor,
mi fortaleza.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Jesucristo vino a servir y a dar su vida por la salvación de todos.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Lucas (9, 18-22)
Gloria a ti, Señor.
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó:
“¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado”.
El les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Respondió Pedro: “El Mesías de Dios”. Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.
Después les dijo:
“Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Reflexión: Lucas, en este pasaje, nos presenta a Jesús como el Mesías de Dios. Ayer veíamos al rey Herodes preocupado por las maravillas que hacía Jesús, y se preguntaba: ¿Quién era este hombre? Hoy, el evangelista coloca la pregunta en boca de Jesús: ¿Quién dice la multitud que soy yo?. Las respuestas son totalmente iguales a las que le dieron a Herodes en la perícopa anterior: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha surgido un profeta de los antiguos (v. 19). Pero Jesús, quería una respuestas más personal, y que viniera de los suyos: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro se lanza a la respuesta y contesta en nombre de todos: Tú eres el Mesías de Dios (v. 20). A la respuesta que da Pedro le sigue una orden rotunda: no se lo digan a nadie (V. 21). Obviamente Jesús no quería tener problemas con las autoridades, pero era inminente la cercanía de su muerte. El seguimiento de Jesús trae sus implicaciones, y muy fuertes: dar la vida, que sería lo mismo que morir por una causa justa. Y nosotros, ¿qué decimos quien es Jesús? ¿Significa algo afirmar que Jesús es el Mesías, nuestro liberador?

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