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sábado, 23 de octubre de 2010

Homilias Domingo XXX Tiempo Ordinario. Ciclo C. 24 de octubre 2010

1. - EL DOMUND Y LA CÁLIDA TERNURA DE DIOS
Por Ángel Gómez Escorial
1.- Celebramos hoy DOMUND. Es una obra pontificia a punto de cumplir ochenta y cinco años y al ser pontificia pues se celebra en todo el mundo. Antes se llamaba “Domingo Mundial de la Propagación de la Fe” –de ahí viene la palabra DOMUND— y ahora es la Jornada Mundial por la Evangelización de los pueblos. Pero el popularísimo nombre de DOMUND se sigue utilizando. La Iglesia universal emplea ese día como un toque de atención para pensar en hermanos muy lejanos que no conocen a Cristo y, sobre todo, en aquellos hombres y mujeres que muy alejados de sus casas intentan trabajar en la mejora personal de muchas personas de lugares remotos: los misioneros. Jesucristo quería el bien de todos y el bien de todos es ese desarrollo personal que hace a la gente más feliz. Nuestros misioneros y misioneras no solo enseñan el rostro de Jesús, ayudan a que, en general, gente muy pobre mejore sus vidas. Este año el slogan del DOMUND responde a la siguiente frase: “Queremos ver a Jesús”. Frase evangélica bastante conocida, clara y tajante. Pues eso. Llegamos –hoy y siempre—a un compromiso solidario con nuestros hermanos que trabajan por la paz y la felicidad de muchas personas.
2. - Y si hablamos de conversión quiero referirme al Salmo 33. "Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias". Este verso del Salmo 33 resume aspectos de la conversión de muchos. Tenemos testimonios al respecto. Dios suele responder a los gritos angustiados de sus hijos y ya el salmista hace casi 5.000 años vio el resultado de la acción divina. Es una muestra más de la ternura del Señor que se comunica con sus hijos y les responde. El hilo argumental de las lecturas en este Domingo 30 del Tiempo Ordinario es la petición del pecador y la respuesta salvífica de Dios. El Señor escucha. Pero, además, la perseverancia humilde de los pecadores mueve a Dios a la ayuda generosa y constante. El libro del Eclesiástico habla de la oración constante del débil, del marginado, del pobre, del oprimido, del huérfano y de la viuda. Es obvio que este texto se parece mucho al Salmo 33 y responde a ese conocimiento pleno del pueblo judío --ocultado después por la dictadura farisaica-- de Dios como Padre lleno de ternura, que no olvida a sus hijos y que los cura sus angustias.
3.- La parábola del fariseo y del publicano, narrada por San Lucas, plantea uno de los temas más importantes de la vida religiosa y una característica fundamental del cristianismo. Jesús aprueba la humildad y angustia del publicano, doblado por el peso de sus pecados y reprueba la actitud orgullosa y autocomplaciente del fariseo. Y como en otros muchos aspectos del mensaje de Jesús se plantea una gran paradoja, porque, de hecho, un seguidor optimo de la doctrina puede sentirse satisfecho de su actividad religiosa y utilizar como elemento de autoestima el esfuerzo que "le cuesta ser bueno". Pero ahí aparece el gran peligro porque sin la ayuda permanente de Dios no podemos acometer nuestro camino de bondad. Además, toda persona con gran experiencia en el camino religioso sabe de los cambios internos y de como, en cualquier momento, se "alborota el gallinero" hacia caminos que parecían terminados.
4.- También, surgen subjetivismos que nos engañan. El Maligno utiliza el engaño como principal arma. Si uno es capaz de considerarse como autor exclusivo de su camino de perfección, desprecia la ayuda de Dios y la solidaridad con los hermanos, está entrando en una senda de pecado. Alguien le está engañando, hasta el mismo. En la vida cotidiana tampoco podemos utilizar esa especie de personalismo exclusivo. ¿No resulta absurdo que un hombre se situara ante el resto y dijera que todo lo que es --y va ser-- se lo debe a si mismo? Por un lado estará la intervención de sus padres en la procreación, luego de sus maestros en lo educativo, pero también de sus colaboradores en el trabajo, de sus jefes o de sus empleados. Y, como no, de la propia vida: el transcurso de los días --el paso del tiempo-- que es lo que más enseña. Para nosotros los creyentes estará, además, el papel educador y paciente de Dios. Pero, en fin, si la pura pretensión humana de exclusividad en todo lo hecho, resulta más que ridícula, como no lo va a ser en mayor grado esa misma pretensión exclusiva en el terreno de nuestras relaciones con el Señor. Solo podemos acercarnos a Dios con humildad, porque nuestra pequeñez no permite otra cosa. En los momentos posteriores a cometer un pecado surge amargura y desconcierto, pero sobre todo aparece un gran desvalimiento debido a lo ínfimos que somos. Será Dios, quien con su ternura y fortaleza, nos explique las Escrituras y parte para nosotros el Pan.
5. - San Pablo escribe en la Epístola de hoy su testamento y se lo dirige a Timoteo. Contrasta con la pujanza y fuerza del verbo paulino de otras cartas. Pablo ya es viejo y no espera otra cosa que llegar a la meta. Es, tal vez, más humilde que en otras ocasiones y, por ello, más entrañable. "Pero el Señor me ayudó --dice Pablo-- y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo." Pablo a pesar de su fortaleza, no se olvida de la ayuda del Señor. Y es que lo que evitará que entremos en caminos de valoración loca de nuestras posibilidades es no perder en ninguno de los casos la presencia de Dios. Toda la esencia de ser cristiano es vivir en presencia del Señor. Y eso solo se consigue con la oración continuada humilde. No es difícil. Lo dificultoso será, sin embargo, esa estéril soledad de nosotros mismos, enfrentada a la cálida ternura de Dios.

2.- DIOS ESCUCHA AL POBRE Y AL PECADOR ARREPENTIDO
Por José María Martín OSA
1.- Dios escucha el clamor de los pobres y excluidos. El texto del Eclesiástico describe lo que es la actitud del auténtico creyente. Tiene que haber una relación directa entre el culto y la vida moral. Aparece en la lectura la relación entre justicia y oración; de ahí que en primer lugar se hable de la justicia del Señor, que se preocupa de los pobres y los débiles, de los humildes y de los oprimidos. Después se alaba la plegaria perseverante de quien se siente pobre delante de Dios, de quien tiene necesidad de Él por encima de todas las cosas. Dios no tiene preferencias sobre personas, aunque se preocupe especialmente de los pobres e indefensos. El Salmo 33 afirma que el Señor escucha su súplica, porque está cerca de los atribulados. El culto que le agrada debe estar en sintonía con la voluntad sincera de conversión. Esta fue la experiencia de Pablo: su vida ha sido como una carrera larga, competitiva, por una corona, la de la justicia, que Dios otorga a los que se mantienen fieles. No le preocupa al Apóstol su autodefensa, sino que el evangelio sea conocido en todas partes.
2.- Sólo el publicano sabe orar de verdad. El domingo pasado el evangelio de Lucas nos animaba a pedir con confianza e insistencia. Hoy Jesús cuenta una nueva parábola: el fariseo y el publicano. Desde el comienzo, advierte que la parábola va dirigida a los fariseos, que tenían la convicción de que eran justos y despreciaban a los demás como impuros y pecadores. Aparecen dos personajes antitéticos: el primero es el representante de la pureza legal; el otro, de la injusticia y de la explotación del pueblo. El fariseo, de pie, oraba con afectación y arrogancia: sólo él es justo, los demás son pecadores. Trata con desdén al publicano y formula un juicio temerario. Termina su supuesta plegaria con una grosera alabanza de sí mismo: “Ayuno dos veces en la semana, doy diezmos de todo lo que poseo”. Sin embargo, el publicano, que estando lejos no se atrevía a levantar la vista, se reconocía pecador. El publicano volvió a su casa justificado ante Dios. El fariseo, comenta San Agustín, “no dice no soy «como muchos hombres», sino «como los demás hombres”. De esta manera, ¿qué otra cosa hace sino colocarse en una categoría única y superior a todos? En las palabras del fariseo nada hallarás que pidiere a Dios: sube, es verdad, a orar; pero no quiere pedir a Dios, sino alabarse a sí mismo, e insultar a otro que oraba”.
3.-“Queremos ver a Jesús”. Celebramos hoy el Domund con este lema. Está basado en la petición que, en el evangelio de Juan, algunos griegos, llegados a Jerusalén para la peregrinación pascual, presentan al apóstol Felipe. La misma petición resuena también en nuestro corazón en este mes de octubre, que nos recuerda cómo el compromiso y la tarea del anuncio evangélico compete a la Iglesia entera y nos invita a hacernos promotores de la novedad de vida, hecha de relaciones auténticas, en comunidades fundadas en el Evangelio. En una sociedad multiétnica que cada vez más experimenta formas de soledad y de indiferencia preocupantes, los cristianos deben aprender a ofrecer signos de esperanza y a convertirse en hermanos universales, cultivando los grandes ideales que transforman la historia, y, sin falsas ilusiones o inútiles miedos, comprometerse a hacer del planeta la casa de todos los pueblos.
También los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes, no solo que “hablen” de Jesús, sino que “hagan ver” a Jesús, que hagan resplandecer el rostro de Jesucristo en cada ángulo de la Tierra ante las generaciones del nuevo milenio, y especialmente ante los jóvenes de todos los continentes, destinatarios privilegiados y sujetos activos del anuncio evangélico. Estos deben percibir que los cristianos llevan la palabra de Cristo porque Él es la Verdad, porque han encontrado en Él el sentido, la verdad para sus vidas.

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