Por José María Maruri, SJ
1.- Si el Señor Jesús hubiera estado enfrentado a unas elecciones, el mitin del evangelio de hoy sería la peor propaganda y le quitaría la mayoría absoluta y la minoría… Se quedaba a cero en las urnas. Porque hablarnos del amor a los enemigos, cuando hoy todos, y en todo el mundo tenemos, los recuerdos de los múltiples, y de diferente origen, atentados terroristas, la fórmula de Jesús es como para quedarse sin público. Y no nos dice que perdonemos, que ya es difícil, porque no es cristiano “perdono pero no olvido”, pero tampoco es cristiano “perdono, pero no amo”, porque el Señor dice “amar”.
Creo que a lo que más llegamos con dificultad es a prescindir de la persona enemiga, que es lo mismo que pensar que no existe, pero ya me diréis si uno que prescindiese de su madre o de su padre, y viviera como si no existieran, si los amaría. Y Jesús dice amar.
2.- Sólo un amor totalmente desinteresado puede amar así. Ninguna utilidad tuvo para Dios crear el mundo y a nosotros. No buscó su bien al enviar a su Hijo para que diera su vida por nosotros. Es totalmente un Dios que llueve sobre justos y pecadores y hace salir el sol sobre buenos y malos. Yo creo que lo que no sabemos nosotros es lo que es amor y mucho menos amor infinito.
3.-. Dios que es amor, no tiene enemigos por su parte. No puede tener enemigos porque el que declara que es enemigo de alguien ya se ha inficionado del odio que ese enemigo le tiene a él. Y un amor infinito de Dios no puede inficionarse con el odio. El que siente enemistad tiene que ser sincero y admitir que está lleno de odio, rencor y venganza. Y eso no cabe en Dios. Y como no cabe en nuestro Padre Dios, no debe caber en nosotros que tenemos los genes de Dios y somos en verdad hijos de Dios.
4.- Jesús nos mandó perdonar setenta veces siete, es decir, siempre… que es decirnos que en nuestro perdón nunca debe haber una última vez. Y sin embargo nuestro lenguaje está lleno de esos ultimátum hacia nuestros enemigos: “no aguanto más”, “me las vas a pagar”, “de esta no paso”, “se va a enterar”, “ya recibió su merecido”, es lenguaje del ojo por ojo y diente por diente, y así nos metemos en el espiral de odio, que siempre crea más odio. Se busca justicia por venganza y la venganza atrae más odio.
El Señor no nos pide que dejemos inmunes los delitos, ni mucho menos que convirtamos la ley en mera protección de los asesinos, como ya está ocurriendo. Lo que nos pide es que no añadamos leña al fuego, echando al odio nuevo odio hasta que la hoguera nos consuma a todos.
5.- Jesús murió en la cruz asesinado por sus enemigos. ¿Qué dijo Jesús de ellos? A Judas, en el Huerto de los Olivos le llamó “amigo”, “amigo a que has venido” Y en la cruz pide a su Padre: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. No los llama malos, ni pecadores, les llama simplemente ignorantes.
En una frase de una película muy antigua se decía: “a trescientos metros de distancia el enemigo es un blanco a dar, a tres metros es un hombre”. Pues pongamos a nuestros enemigos a tres metros de la Cruz de Cristo y a esa distancia mi enemigo es hermano de sangre, de una misma sangre, la de Cristo que murió por él, por mí.
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2.- DESCUBRIERON AL DIOS DE LA LIBERTAD Y DEL AMOR
Por Pedro Juan Díaz
1.- Continuamos escuchando en el Evangelio de Mateo la aplicación de las bienaventuranzas a la vida de la comunidad cristiana, dentro de este capítulo 5 que venimos escuchando en las últimas semanas y que termina hoy. En las tres lecturas hay una llamada a ser santos (“sed perfectos”, dice Jesús). Y esa santidad pasa necesariamente por el mandamiento del amor, que es el que empapa todo el mensaje de Jesús, y que vamos viendo aplicado desde las bienaventuranzas hasta el texto de hoy en su forma más radical. Esa llamada a la santidad contrasta con el estar sometidos a nuestra condición de seres humanos, imperfectos, limitados. Cuando comenzamos la Eucaristía lo hacemos reconociéndonos necesitados de Dios, pecadores. Pero Dios sabe bien de nuestra frágil naturaleza, porque se ha encarnado, ha sido uno de nosotros. Y nos sigue llamando y convocando a ser perfectos, a vivir el amor como Él lo vivió. Porque sólo el amor vivido así, a su estilo, hará posible nuestra santidad.
2.- Ese amor de nosotros hacia Dios no se puede improvisar. Es un amor que nace de una experiencia religiosa, una experiencia que da sentido a toda nuestra vida. Para el pueblo de Israel, esa experiencia fue la de sentirse liberados. Descubrieron a un Dios preocupado por sus vidas, por sus sufrimientos. Descubrieron a un Dios que se les dio a conocer liberándolos de la esclavitud de Egipto. Descubrieron al Dios de la libertad y del amor. Años más tarde, esa experiencia religiosa se “enfrió”, por decirlo de alguna manera, o quizás se “descafeinó”. Y se “escondió” a ese Dios del amor y de la libertad debajo de un montón de normas que hacían la vida más difícil, en vez de todo lo contrario. Entonces llegó Jesús, y comenzó a “desvelar” al Dios del amor y de la libertad que estaba en el origen de la experiencia religiosa de aquel pueblo. Y Él mismo se convirtió en experiencia de amor y de liberación para cuantos le siguieron, desde entonces hasta hoy.
3.- Detrás de esa experiencia de amor y libertad que los cristianos descubrimos no pueden haber obligaciones, sino gratitud. Gratitud hacia un Dios que se ha hecho uno de nosotros y ha dado su vida para que tengamos Vida eterna. Gratitud a un Dios que no deja nunca de preocuparse por sus hijos e hijas, especialmente por los más pobres e indefensos. Gratitud hacia un Dios que nos ama y nos ha amado incondicionalmente, sin nosotros pedírselo, ni merecerlo. Esa es la experiencia religiosa que tiene que estar en el origen de nuestro seguimiento de Jesús. Si está, descubriremos que es el amor el motor y el sentido de nuestras vidas, el amar al estilo de Dios, al estilo de Jesús. Pero si no está, todo nos vendrá cuesta arriba, desde el venir a Misa, hasta el desprendernos de lo nuestro para que otros puedan vivir dignamente, y no digamos el “amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por os que os persiguen y calumnian”, que propone hoy el Evangelio.
4.- Ante las dificultades de la vida, los cristianos confiamos en el amor, que está avalado por una experiencia religiosa: sentirnos amados y ayudados por un Dios que se ha comprometido por nosotros. Es el mismo Dios del amor y de la libertad al que el pueblo de Israel descubrió y siguió. Y el mejor agradecimiento que podemos mostrarle es el vivir unidos, en comunidad, en Iglesia, siendo todos, una gran familia. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?”. Es lo que Pablo les dice a los recién bautizados de la comunidad de Corinto. Todos los bautizados formamos un solo cuerpo, somos parte de la misma comunidad, de la misma parroquia, y estamos llamados a ser un signo de unidad para las personas que conviven con nosotros. “Mirad como se aman”, era la expresión de la gente cuando veían el estilo de vida de los primeros cristianos.
5.- La Eucaristía es el momento de mayor agradecimiento de los cristianos. Es cuando damos gracias a Dios por la entrega de su hijo Jesús. Es cuando fortalecemos nuestra experiencia religiosa para salir a la vida de cada día y ser testigos de ese Dios del amor y de la libertad que se ha comprometido con la humanidad y que nunca nos va a abandonar. Nuestro compromiso es vivir en acción de gracias, vivir amando. Termino con una frase que leí al preparar esta reflexión: “amar igual que Dios, solo Dios; pero amar a su estilo, es posible”. Proclamemos nuestra fe como comunidad cristiana en el Dios que nos ama y nos ha hecho libres para responderle con gratitud.
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3.- LA MEDIDA DEL AMOR ES EL AMOR SIN MEDIDA
Por Gabriel González del Estal
1. En este domingo debemos reflexionar sobre las dos últimas antítesis que Jesús pronunció en el sermón del monte: perdonar a los que nos ofenden y amar al enemigo. Es decir, que seguimos hablando de la plenitud de la ley, de la ley que, según Jesús, no cumplían en su plenitud los escribas y los fariseos. La primera de las antítesis hace referencia al mandato que establecía la llamada ley del talión, tal como está escrita en el libro del Éxodo, 21, 25: ojo por ojo y diente por diente. La ley del talión era considerada por los judíos como una ley sagrada, dada por Moisés a su pueblo, para impedir la venganza desproporcionada e indiscriminada. En su momento, fue una ley buena y necesaria. Pero Jesús de Nazaret les pide a sus discípulos que ellos vayan mucho más allá de la ley, que si reciben una bofetada en la mejilla, no sólo no respondan con otra bofetada en la mejilla del agresor, sino que presenten mansamente la otra mejilla. Yo no sé si nosotros, en nuestro comportamiento diario, somos más partidarios de la ley de Moisés, que del consejo de Jesús. Pero lo que sí sé es que la plenitud del perdón, según el mandamiento de Jesús, nos obliga a no devolver mal por mal, sino a vencer el mal con el bien. Los cristianos debemos ofrecer mansedumbre y paz siempre, incluso a los que nos ofenden o injurian injustamente. Es evidente que ahora existen los tribunales de justicia, y que también los cristianos tenemos derecho a hacer uso de ellos cuando lo creamos justo y conveniente. Pero en la convivencia de cada día debemos esforzarnos en parecer y en ser siempre mansos y humildes de corazón.
2. La segunda de las antítesis que nos presenta Jesús este domingo se refiere al amor a los enemigos: “Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”. ¿Es posible amar a los enemigos? Afectivamente, casi nunca es posible, pero lo que nos manda Cristo no es que amemos afectivamente a los enemigos, sino que les hagamos el bien y recemos por ellos. Esto no sólo es posible hacerlo, sino que haciéndolo nos sentiremos mucho mejor. La apalabra
3. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Este pensamiento que San Pablo escribe a los primeros cristianos de Corinto es un pensamiento que nos debe llenar de paz y, al mismo tiempo, de responsabilidad. El templo no es sagrado por la riqueza arquitectónica de sus muros, o por la suntuosidad interior y exterior que presenta al que lo mira. El templo es sagrado porque es la casa visible donde Dios se manifiesta. Si nosotros somos templos de Dios, debemos presentarnos a los demás como personas en las que Dios habita y en las que Dios se manifiesta. Dios quiere vivir en nosotros como un Dios bondadoso y lleno de amor. Si sabemos vaciarnos de nuestro yo vanidoso y carnal, Dios podrá manifestarse en nosotros como un Dios Amor, como el Dios de Jesucristo. Así cada uno de nosotros será un templo vivo de Dios, porque el Espíritu de Dios habita en nosotros.
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