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viernes, 6 de mayo de 2011

Homilías Domingo III de Pascua. Ciclo A. 08 de mayo 2011

1.- EL ENCUENTRO CON JESÚS NOS TRANSFORMA
Por José María Martín OSA
1.- Hoy la Palabra de Dios nos asegura que Jesús está vivo y continúa siendo el centro sobre el cual se construye la comunidad de los discípulos. Pedro afirma en el discurso del día de Pentecostés que “Dios lo resucitó”, y lo reafirma en su carta: “lo resucitó y le dio gloria”. Desde entonces sabemos en quién hemos puesto nuestra confianza, Alguien que no puede fallarnos, pues ha vencido a la misma muerte. El evangelio de los discípulos de Emaús subraya que es en el encuentro comunitario, en el diálogo con los hermanos que comparten la misma fe, en la escucha comunitaria de la Palabra de Dios, en el amor compartido en gestos de fraternidad y de servicio cuando los discípulos pueden realizar la experiencia del encuentro con Jesús resucitado.
2.- Se nos hace de noche. Los discípulos, cargados de tristes pensamientos, no imaginaban que aquel desconocido fuese precisamente su Maestro, ya resucitado. Se les había “hecho de noche”. También a nosotros a veces “se nos hace de noche”. Cuando no sabemos qué camino tomar, cuando nos encontramos solos y desanimados, cuando todo se nos vuelve en contra, cuando estamos desanimados, cuando llega la enfermedad…. Tomaron el camino equivocado, abandonaron la comunidad. Todo lo que Jesús había dicho y había hecho se había acabado con su muerte. Volvían, desanimados, a su lugar de origen. Una tentación que todos tenemos es abandonar la comunidad como ellos hicieron, es decir aislarnos y rechazar todo consejo y apoyo. No comprendemos que en esos momentos es cuando más necesitamos ayuda de los hermanos.
3.- Jesús sale a su encuentro, se hace el encontradizo. Se solidariza con su dolor y trata de darles una palabra de aliento. Les explica todo lo que decían de El las Escrituras, pero ellos no le entendieron. Tardaron en descubrir su presencia en la Palabra, hasta que sintieron «arder» su corazón. La luz de la Palabra disipaba la dureza de su corazón y «sus ojos se abrieron». Pero sobre todo, “lo reconocieron al partir el pan” en la mesa de la fraternidad. El icono de los discípulos de Emaús nos sirve para guiar el largo camino de nuestras dudas, inquietudes y a veces amargas desilusiones. Jesucristo sigue siendo nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro se vuelve pleno, la luz de la Palabra sigue a la luz que brota del «Pan de vida», por el cual Cristo cumple de modo supremo su promesa de «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». El Papa Benedicto XVI explica que «el anuncio de la Resurrección del Señor ilumina las zonas oscuras del mundo en el que vivimos».
4.- Volvieron a la comunidad. Caminemos con la esperanza que nos da el hecho de saber que el Señor nos ayuda a encontrar sentido a todos los acontecimientos. Sobre todo, en aquellos momentos en que, como los discípulos de Emaús, pasemos por dificultades, contrariedades, desánimos... Ante los diversos acontecimientos, nos conviene saber escuchar su Palabra, que nos llevará a interpretarlos a la luz del proyecto salvador de Dios. Aunque, quizá, a veces, equivocadamente, nos pueda parecer que no nos escucha, Él nunca se olvida de nosotros. Él siempre nos habla. Nos puede faltar la buena disposición para escuchar, meditar y contemplar lo que Él nos quiere decir, pero Jesús siempre nos está esperando y se hace el encontradizo. Hay que descubrirlo... Los discípulos, nos dice el evangelio, volvieron a la comunidad. Es allí, en la escucha de la Palabra y en la comunión del pan único y partido donde se hace presente Jesús.
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2.- LA FE Y LA ESPERANZA DE LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS
Por Gabriel González del Estal
1.- Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Dicen que la fe mueve montañas y la esperanza continentes. Y no debemos olvidar que las montañas y los continentes se mueven siempre en la dirección que le marcan la fe y la esperanza. Por eso, es muy importante cuidar la dirección en la que se mueven nuestra fe y nuestras esperanzas. Los discípulos de Emaús habían tenido mucha fe y mucha esperanza en Jesús de Nazaret, viéndolo como “un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo”. Esperaban que Jesús les fuera a conducir hasta la liberación definitiva de Israel. Esa fe y esa esperanza es lo que les había dado fuerzas y alas para seguir al Maestro en su difícil y, en muchos momentos, perseguida, predicación itinerante por los caminos de Galilea. Pero Jesús murió en la cruz y ya hacía dos días que había pasado eso y… nada. Estos dos discípulos estaban desconcertados. Es verdad que algunas mujeres decían que el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro y hasta algunas se habían atrevido a decir que le habían visto vivo. Pero esto no pasaba de ser “cosa de mujeres”. La fe y la esperanza de estos dos discípulos se derrumbaban por momentos, cuando iban de camino hacia la cercana aldea de Emaús. Y fue entonces cuando “Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos”. “¡Qué necios y torpes sois…!” Y a los dos discípulos comenzó a arderles el corazón. Su fe y su esperanza empezaban a cambiar y a resurgir, pero en otro sentido. Cuando de vuelta a Jerusalén oyeron que el Señor había resucitado y que se había aparecido a Simón casi se les sale del pecho el corazón. Ahora entendían: el Mesías en el que ellos tanto habían creído y en el que tanto habían esperado era, efectivamente, Jesús de Nazaret, pero no se trataba de un Mesías política y socialmente triunfante, sino de un Mesías humilde, sufriente y redentor. Como el siervo de Yahvé. En este Mesías comenzaron a creer ahora y esperaban, anhelantes, su segunda venida. Esta nueva fe y esta nueva esperanza les daba ahora fuerzas para vivir y, si fuera preciso, morir por él. La nueva fe y la nueva esperanza en el Mesías Jesús de Nazaret les había cambiado la mente y el corazón.
2.- Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. Muchas personas de nuestro mundo, en este siglo XXI, sobre todo los más jóvenes, están ahora tan desconcertadas como los discípulos de Emaús. Ven que la fe en Jesús, tal como a ellos se la habían enseñado, declina y va de caída. Necesitamos que el mismo Jesús se acerque ahora a nosotros y camine a nuestro lado, para purificar nuestra fe y nuestras esperanzas. También nosotros necesitamos creer en un Jesús Mesías sufriente y luchador, siempre del lado de los más débiles y necesitados, que no quiere el poder ni el éxito social, sino la implantación de un orden nuevo, de un reino nuevo, donde triunfen la justicia y el amor. Este es el Jesús que quiere ahora caminar a nuestro lado, el que quiere dirigir nuestra fe y nuestras esperanzas. Una fe y una esperanza siempre nuevas y siempre renacidas. Pidámosle que se quede con nosotros, que ilumine nuestras mentes y encienda, de nuevo, nuestros corazones.
3.- Le reconocieron al partir el pan. También a nosotros, los cristianos, nos reconocerán ahora, si sabemos partir y compartir nuestro pan con todos los que tienen hambre de pan. Hambre de pan físico que sacie sus cuerpos flácidos y desnutridos, y hambre de pan de justicia y de amor que sacie el alma de las personas que buscan un reino nuevo y un orden nuevo que permita a todas las personas del mundo vivir con esperanza y dignidad. Jesús quiere caminar ahora a nuestro lado, partiendo y repartiendo este pan. Seguro que, si nosotros le dejamos caminar así a nuestro lado, muchas personas le van a reconocer a él como auténtico Mesías y a nosotros como sus auténticos seguidores.
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3.- EMAÚS: TESTIGOS Y MISIONEROS
Por Pedro Juan Díaz
1.- Seguimos avanzando en estas celebraciones pascuales llenas de gozo y alegría por la resurrección de Jesús. Los apóstoles anuncian sin ningún miedo este acontecimiento. Son TESTIGOS del resucitado. Pedro, en las dos lecturas de hoy, no hace más que decir que el fracaso en la cruz fue solo aparente, que Dios tenía poder para transformar la muerte en vida y así lo hizo con Jesús. Y que en ese acontecimiento de la resurrección hay que poner toda nuestra fe y nuestra esperanza, para que verdaderamente cambie nuestra manera de vivir. Eso les ocurrió a aquellos dos discípulos que volvían, tristes y decepcionados, de Jerusalén, camino de Emaús, porque habían visto como aquel en quien habían puesto toda su fe y su esperanza, había muerto crucificado como un bandido. Y es tanta la decepción y la tristeza que llevan, que no son capaces de reconocer al mismo Jesús, pero resucitado, en aquel hombre que se acerca a hacer camino con ellos.
2.- Le cuentan lo que han vivido en Jerusalén en esos días tan intensos y como habían visto morir a aquel que esperaban que fuera “el futuro liberador de Israel”. También le dicen que las mujeres han llegado de mañana diciendo que no habían visto el cuerpo de Jesús y que unos ángeles les habían dicho que estaba vivo. Incluso también algunos discípulos han ido a ver el sepulcro y no han visto el cuerpo de Jesús. Pero ni esto les hace abrir los ojos. Tiene que ser Jesús el que les explique todo lo que de Él se decía en toda la Escritura. Y es la Palabra de Jesús la que les hace “arder” el corazón.
3.- Finalmente, cuando Jesús hace ademán de seguir camino, estos discípulos le ofrecen acogida para pasar la noche. Y en la cena, al partir el pan, se dan cuenta de quién es verdaderamente. Y salen corriendo, deshacen el camino andado, para contar a los discípulos que están en Jerusalén que es verdad, que el Señor ha resucitado, que lo han visto por el camino y lo han reconocido al partir el pan. Y allí se encuentran con que a los demás también les ha ocurrido algo parecido. Y estalla la alegría y el gozo. ¡Verdaderamente ha resucitado el Señor! ¡Aleluya!
4.- El Señor sale también hoy a nuestro encuentro, como lo hizo con aquellos discípulos suyos. Quiere encontrarse con nosotros cuando nos habla a través de su Palabra y nos hace arder el corazón. Quiere darse como alimento para nuestras vidas y parte el pan para nosotros, para que le reconozcamos en ese pan que comulgamos. Quiere acercarse a nosotros en el caminar de nuestra vida a través de personas que nos acompañan, que nos guían. También a través de los más pobres, de los que sufren, de los necesitados, de nuestros prójimos. Quiere que vayamos corriendo a anunciar a otros que le hemos visto, que está vivo y presente en nuestra vida de cada día. Nos hace testigos y misioneros, para que vayamos y anunciemos aquello que hemos visto y oído.
5.- Este es el proceso de la fe y de la esperanza, el proceso que nos lleva, día a día, a descubrir que el Resucitado está presente en la vida, incluso cuando no somos capaces de reconocerlo. Cada Eucaristía es un camino de Emaús. Aquí le reconocemos al partir el pan. Que este encuentro con el Señor Resucitado cambien nuestras tristezas y decepciones en el gozo y la alegría de saber que Él está siempre con nosotros y que acompaña nuestras vidas. Proclamemos gozosos nuestra fe como testigos suyos y salgamos, como misioneros, a anunciarlo a todos.

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