HOMILIAS DOMINGO XXI. TIEMPO ORDINARIO. CICLO A. 21 DE AGOSTO, 2011.
1.- ¿CUÁL ES TU RESPUESTA?
Por José María Martín OSA
1.- Una pregunta clave que interroga nuestra fe. Sorprende a veces que cuando se realizan encuestas en que se pregunta "¿Se considera usted católico?", las respuestas afirmativas consigan porcentajes tan altos, del 80 o más por ciento. Sorprende porque muchas de estas personas que responden afirmativamente, luego, ante preguntas referentes a cuestiones básicas y fundamentales de la fe cristiana, responden negativamente. Y se da la paradoja, la contradicción de que hombres y mujeres que, por una parte, se afirman "católicos", por otra digan no creer -por ejemplo- en la divinidad de Jesús o en la existencia de la vida eterna.
2.- ¿Qué decimos los que nos llamamos “cristianos”? Los que nos consideramos creyentes “practicantes” muchas veces no sabemos responder a la pregunta que Jesús nos hace hoy: ¿y vosotros quién decías que soy yo? Es más fácil cumplir unos preceptos, que en el fondo no alteran nuestra vida, que “mojarse” de verdad y dejar que el Evangelio empape nuestra vida y cuestione incluso nuestras seguridades. Es más fácil responder de memoria, como un loro, que Jesucristo es el Hijo de Dios, que plantearse en serio nuestra fe cristiana. Raramente somos capaces de renunciar a nuestro dinero o a nuestro tiempo para compartirlo con los necesitados. Nos hemos fabricado una religión a nuestra manera, por miedo a comprometernos de verdad
3.- Testigos de Jesucristo. Pedro, la piedra sobre la que Jesucristo edifica su Iglesia, selló con su sangre la fidelidad al Maestro. Otros muchos dieron ejemplo de fe y entrega al Maestro. La identidad de la Iglesia está enraizada en la confesión de Jesucristo como el Hijo del Dios viviente. Y estamos aquí para hacer la misma profesión de fe y así identificarnos con Jesucristo. Tenemos que reconocer que hay muchas cosas buenas en la iglesia: muchas vidas heroicas, oración profunda, servicio generoso, hermosas tradiciones. Pero también pecado en nuestra Iglesia salpicada de escándalos. La Iglesia de Pedro está herida y siempre lo ha estado, incluso en tiempo de los apóstoles, pero está viva y luchando por hacer el bien a todos. Muchas personas se escandalizan y se alejan de Dios al contemplarnos. ¿Seremos capaces de ser de verdad testigos -mártires- de Jesucristo, como lo fue Pedro? Para seguir a Jesucristo es necesario, muchas veces, que nos neguemos a nosotros mismos y carguemos con nuestra cruz. Cada uno tenemos la nuestra…. ¿En el trabajo, en casa, en la vida pública, tienes presente lo que Jesús espera de ti? ¿Haces lo que le agrada? ¿Qué respuesta das a la pregunta que hoy te hace Jesús?
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2.- LA CLAVE PARA ENTENDER A JESUCRISTO
Por Antonio García-Moreno
1.- LA ÚLTIMA BATALLA.- Isaías, de parte de Yahvé, se enfrenta al poderoso y soberbio funcionario palaciego: "He aquí que Yahvé te lanzará con ímpetu varonil, te echará a rodar, con ímpetu te lanzará sobre la vasta tierra. Allí morirás y allí sucumbirán tus carros gloriosos. Te depondré de tu cargo y te arrancaré de tu lugar" (Is 22, 17-18).
Palabras tajantes de Dios. Palabras que denotan el límite de su divina paciencia. Palabras que han de resonar en nuestros propios oídos como la justa amenaza de este Dios nuestro, Padre de bondad, que, precisamente por serlo, utiliza con sus hijos cuantos medios existen para reducirlos al buen camino. También la amenaza seria y el duro castigo.
Y es que llega un punto en el que la situación se hace insostenible. Hay un momento en el que uno se pasa de la raya, llegando a límites inconcebibles. El abuso pertinaz que se burla del amor, puede hacer que rebose el vaso. Y una última gota puede ser suficiente para que la ira de Dios se derrame sobre nuestra vida, dejándola eternamente muerta.
Ese es el deseo de Dios, clavarnos como se clava un clavo en un sitio sólido. Es decir, quiere que permanezcamos siempre en pie, fuertes, perseverantes, leales hasta el fin. Somos nosotros los que nos empeñamos en bailar sobre la cuerda floja, los que nos ponemos en mil ocasiones que nos pueden hacer rodar por el suelo, echando a perder este tesoro inapreciable que llevamos en nuestras pobres vasijas de barro.
Dios nos promete su ayuda, está siempre dispuesto a echarnos una mano. Pero también es cierto -tan necios somos- que despreciamos esa mano fuerte y segura y preferimos nuestra independencia, nuestra autonomía. Y de hecho nos jugamos, muchas veces, nuestra salvación, poniendo en inminente peligro lo que más vale en esta vida y en la otra.
Por eso muchos se salen del camino, quedan tendidos en la cuneta, o caminan a gatas por los senderos que se han elegido, terminando en una vergonzosa derrota... Luchemos nosotros por ser siempre fieles a nuestra fe, a nuestra vocación. Tratando de ganar cada batalla, ya que, al fin y al cabo, no sabemos cuál es la definitiva.
2.- CRISTO Y LA IGLESIA.- Jesús no pasó desapercibido entre la gente de su tiempo. Todos hablaban de él, los de arriba y los de abajo. Unos a favor y otros en contra. Algunos le llegaron a llamar endemoniado y blasfemo, otros lo confundían con Elías, el gran profeta de Israel. Tanto unos como otros estaban equivocados... También hoy se habla de Cristo y de su obra, la Iglesia. A favor y en contra. Y con frecuencia se aplican en esos juicios unos criterios inadecuados, se emplea una visión materialista y temporal que no llega ni a intuir la grandeza divina del Señor y la naturaleza sobrenatural del misterio de la Iglesia.
En esta ocasión que consideramos, san Pedro, movido por Dios Padre, exclama entusiasmado y seguro: Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo. Con ello nos ofrece la clave para entender a Jesucristo y a la Iglesia. Sólo desde la perspectiva de la fe se puede entender la verdadera naturaleza del mensaje que Jesús ha traído, la salvación que él ha iniciado con su muerte en la cruz y que la Iglesia proclama y transmite a los hombres de todos los tiempos.
Y en esa Iglesia, en ese Pueblo de Dios, un jerarca supremo. En esa casa de Dios una piedra de fundamento. En ese rebaño un pastor. En esa barca un timonel. En ese cuerpo una cabeza visible. En ese reino un soberano pontífice. Es cierto que el único Sumo Pontífice es Cristo Jesús, el único Rey, la Piedra angular, el Buen Pastor, la única Cabeza. Sin embargo, el Señor quiso que su Iglesia fuera una sociedad visible y organizada, con una jerarquía y un supremo jerarca, un pueblo, el Nuevo Israel, regido por Pedro y los otros once apóstoles, por sus sucesores cuando ellos murieron, el papa y los obispos de todo el mundo en comunión con la Sede romana.
Así lo quiso Jesucristo, así ha sido, así es y así será. Es cierto que hay quien lo discute, quien lo niega o lo ridiculiza. Pero es inútil. La Iglesia, por voluntad de su divino fundador, es así y sólo así seguirá adelante, pues según la promesa divina los poderes del Infierno no prevalecerán contra ella. Por eso la barca de Pedro continuará navegando hasta llegar al puerto de la salvación. Y sólo los que, de una forma u otra, estén dentro de esa barca, se salvarán.
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3.- LA RESPUESTA DE PEDRO: UNA LLAMADA A LA CORRESPONSABILIDAD
Por Pedro Juan Díaz
1.- En Cesarea de Filipo Jesús hace una revisión con sus discípulos de cómo van las cosas. Lo hace con dos preguntas: una sobre qué piensa la gente y otra sobre qué piensan ellos. Pero hoy no me voy a centrar en las preguntas, sino en las respuestas, en concreto, en la respuesta de Pedro. Pedro da la respuesta correcta, aunque más tarde se desdecirá con sus obras, oponiéndose a que Jesús pase por la pasión. Sin embargo, Jesús confía en él y en sus discípulos, y le da a Pedro un cargo relevante: la responsabilidad de su Iglesia. Dios tiene un proyecto salvador para toda la humanidad y Pedro es un elemento importante en el. Pero no solo él. Dios también confía en cada uno de nosotros y nos llama a colaborar en este proyecto a través de las responsabilidades que nos va dando. Porque la pregunta de Jesús es la cuestión fundamental a la que hemos de responder todos los que nos confesamos cristianos, seguidores de Jesús.
2- Podríamos hacer una lectura clerical de este texto, reconociendo que Jesús confía todo su poder y toda la responsabilidad a Pedro y a sus sucesores, es decir, al Papa, los obispos, sacerdotes, etc.… ¿Quién tiene la responsabilidad de construir la Iglesia y de trabajar por ella? Los curas, “que para eso les pagan”. Es lo que mucha gente piensa y dice hoy. En el mejor de los casos y según esto, los curas son los que mandan y los laicos los que obedecen. Pero podemos hacer una lectura distinta, fijándonos no solo en Pedro, que aparece últimamente en los evangelios con una fe bastante débil, sólo sostenida por Jesús. ¿Es Pedro el único personaje en los evangelios al que Jesús le confía una responsabilidad? ¿Fue Pedro el único que se puso “manos a la obra” en la tarea de hacer crecer la Iglesia? La primera comunidad cristiana tenía claro que Pedro ocupaba un cargo de responsabilidad y liderazgo dentro de la comunidad, pero que no era el único responsable. Todos los cristianos estamos llamados a responder a esa misma pregunta de Jesús. Pero no desde bonitas palabras y teorías muy teológicas, sino desde lo que cada uno de nosotros vivimos, a lo que aspiramos, en lo que estamos comprometidos. Quizá constatemos que nuestras respuestas son escasas, que muchos son los “preguntados”, pero pocos los que contestan vitalmente. Quizás descubramos con ello que en nuestra Iglesia nos falta crecer en CORRESPONSABILIDAD, sentir que la tarea es compartida, cosa de todos.
3.- Cuando Jesús les pregunta a los discípulos, ellos saben bien quién es Él. Pedro hace de portavoz del grupo, pero todos van siendo conscientes poco a poco de quién es Jesús. Nosotros también conocemos (o deberíamos conocer) quién es Jesús y nos sentimos llamados por Él a llevar adelante un compromiso, una responsabilidad, que no es otra que ser colaboradores en el proyecto de Dios. La respuesta de Pedro no es otra cosa que una llamada a la corresponsabilidad. Nosotros también recibimos la llamada de Dios en el momento de nuestro bautismo. Por tanto, la tarea es compartida y corresponsable, no sólo de los curas y las monjas, sino de toda la Iglesia. Porque Dios quiere lo mejor para todos sus hijos e hijas, y nosotros tenemos una parte importante de responsabilidad en esa tarea.
4.- Pablo se maravillaba ante este proyecto salvador de Dios, que no era sólo para el pueblo judío, sino abierto también a los gentiles, a todas las personas. “¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!”.
5.- La Eucaristía es el momento de encuentro de la comunidad, donde “cargamos pilas” y salimos de nuevo, juntos, a emprender la tarea de acercar a Dios a todas las personas. Esa tarea es de todos. Los seglares tenéis un protagonismo muy importante. No podéis conformaros con oír misa y “para casa”. El encargo de Jesús es para toda la Iglesia. La llamada a la evangelización es comunitaria, compartida. Dios pone su confianza en cada uno de nosotros. De nosotros depende responder a esa confianza y a esa llamada con nuestro compromiso y con nuestra responsabilidad. Y en la medida en que nos entreguemos a esta tarea, conoceremos mejor a Dios y podremos dar una respuesta más vital a la cuestión fundamental de nuestra existencia.
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Respondamos juntos, en comunidad, proclamando nuestra fe y siendo conscientes de la tarea que Dios nos encomienda. Pero no respondamos sólo con nuestras palabras, sino fundamentalmente con nuestra vida.
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