Meditación: Sábado de la semana 1 de Adviento. Ciclo B. 3 de diciembre, 2011
«Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.
Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio poder para arrojar a los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente». (Mateo 9,35-10, 1.7-8)
1º. Jesús, hoy te vuelves a compadecer de las muchedumbres, pero no por falta de pan, sino porque no tienen pastor que les enseñe la doctrina que salva, la buenanueva del Evangelio.
La gente está desorientada, buscando con desesperación la felicidad y encontrando el abatimiento, la soledad y la desconfianza, producto de su propio egoísmo.
«La mies es mucha, pero los obreros pocos.»
Señor, ¿por qué?
¿Por qué hay tan pocos que te ayuden a transmitir ese mensaje de amor que vienes a traer al mundo?
¿No puedes hacer algo?
Jesús, siendo Dios Todopoderoso, no puedes obligar a nadie a trabajar a tu lado, porque le estarías quitando la libertad, y sin libertad es imposible amar.
«Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.»
Jesús, no puedes obligar, pero sí puedes dar tu gracia a quien te la pide, o a aquél por quien otros han pedido.
Y tu gracia es realmente eficaz, hasta el punto de que, como decía Santa Teresa: «cuando el Señor quiere para sí un alma, tienen poca fuerza las criaturas para estorbarlo». (Fundaciones.)
Por eso quieres que te pida que haya muchos más que trabajen para Dios, para Ti: muchos más que quieran ser apóstoles en medio de las circunstancias en las que se encuentran.
Jesús, yo no me atrevo a pedirte nada sin antes ofrecerme para trabajar a tu lado.
¿Qué he de hacer?
Ten en cuenta que no valgo mucho... Y me respondes: «Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente».
2º. «También a nosotros, si luchamos diariamente por alcanzar la santidad cada uno en su propio estado dentro del mundo y en el ejercicio de la propia profesión, en nuestra vida ordinaria, me atrevo a asegurar que el Señor nos hará instrumentos capaces de obrar milagros y, si fuera preciso, de los más extraordinarios. Daremos luz a los ciegos. ¿Quién no podría contar mil casos de cómo un ciego casi de nacimiento recobra la vista, recibe todo el esplendor de la luz de Cristo? Y otro era sordo, y otro mudo, que no podían escuchar o articular una palabra coma hijos de Dios... Y se han purificado sus sentidos, y escuchan y se expresan ya como hombres, no como bestias. «In nomine Iesu!», en el nombre de Jesús sus Apóstoles dan la facultad de moverse a aquel lisiado, incapaz de una acción útil; y aquel otro poltrón, que conocía sus obligaciones pero no las cumplía... En el nombre del Señor «surge et ambula!», levántate y anda.
El otro, difunto, podrido, que olía a cadáver, ha percibido la voz de Dios, como en el milagro del hijo de la viuda de Naín: «muchacho, yo te lo mando, levántate». Milagros como Cristo, milagros como los primeros apóstoles haremos. (...) Si amamos a Cristo, si lo seguimos sinceramente, si no nos buscamos a nosotros mismos sino sólo a Él, en su nombre podremos transmitir a otros, gratis, lo que gratis se nos ha concedido» (Amigos de Dios.-262).
Madre mía, ayúdame a ser uno de esos obreros que tu Hijo necesita para trabajar en su campo.
Si amo a Cristo y le sigo sinceramente podré transmitir a otros su mensaje, a la vez que pido por más obreros, almas de apóstol, pues «la mies es mucha.»
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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