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martes, 10 de enero de 2012

Meditación: Miércoles de la semana I de tiempo ordinario. Ciclo B. 11 de Enero, 2012

Meditación: Miércoles de la semana I de tiempo ordinario. Ciclo B. 11 de Enero, 2012
«En cuanto salieron de la sinagoga, fueron a la casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. La suegra de Simón estaba acostada con fiebre, y enseguida le hablan de ella. Acercándose, la tomó de la mano y la levantó; le desapareció la fiebre y se puso a servirles.
Al atardecer; cuando se puso el sol, llevaban hasta él a todos los enfermos y a los endemoniados; y estaba toda la ciudad agolpada junto a la puerta. Y curó a muchos que padecían diversas enfermedades, y expulsó a muchos demonios, y no les dejaba hablar; porque sabían quién era.
De madrugada, todavía muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí oraba. Salió a buscarle Simón y los que estaban con él; y, cuando lo encontraron, le dijeron: Todos te buscan. Y les dijo: Vayamos a otra parte, a las aldeas próximas, para que predique también allí, pues para esto he venido. Y pasó por toda Galilea predicando en sus sinagogas y expulsando a los demonios.» (Marcos 1, 29-39)
1º. Jesús, «todos te buscan», a veces sin darse cuenta.
Algunos se saben enfermos y acuden a Ti para que los cures.
Otros te buscan a través del servicio a los demás.
Otros buscan la verdad, el camino recto que dé sentido a su vida.
Finalmente están los que se buscan a sí mismos: sus placeres, sus éxitos.
Van en busca de la felicidad -como todos- pero no se dan cuenta de que sólo Tú eres la fuente de la verdadera alegría.
Jesús, «todos te buscan».
Pero no todos son capaces de llegar a Ti por su propio impulso.
«Llevaban hasta él a todos los enfermos y a los endemoniados.»
Seguramente no todos podrían o querrían ir a verte en un principio; sin embargo, parientes o amigos -que habían visto tus milagros- les llevaron hasta Ti.
Sin esa ayuda, no hubieran sido curados.
«Sed profundamente amigos de Jesús y llevad a la familia, a la escuela, al barrio, el ejemplo de vuestra vida cristiana, limpia y alegre. Sed siempre jóvenes cristianos, verdaderos testigos de la doctrina de Cristo. Más aún, sed portadores de Cristo en esta sociedad perturbada, hoy más que nunca, necesitada de Él. Anunciad a todos con vuestra vida que sólo Cristo es la verdadera salvación de la humanidad» (Juan Pablo II).
Jesús, ayúdame a ser más apostólico de modo que te pueda acercar a mis parientes y amigos para que los conviertas.
Para ello, debo acercarlos a los sacramentos, a la vida de piedad, a la dirección espiritual.
Pero, ¿cómo les voy a convencer de que necesitan tu gracia y tu ayuda?
¿De dónde voy a sacar la fuerza y la vibración necesaria para vencer sus resistencias personales y las presiones del ambiente pagano que les rodea?
2º. «Cuando trataban de «pescarte», te preguntabas de dónde sacaban aquella fuerza y aquel fuego que todo lo abrasa. -Ahora, que haces oración, has advertido que ésa es la fuente que rezuma alrededor de los verdaderos hijos de Dios» (Surco.-455).
Jesús, la oración es la mejor arma -la única- para hacer apostolado.
Porque ¿cómo podré llevarte almas si no estoy primero unido a Ti?
Nadie da lo que no tiene.
Y aunque en un primer momento de emoción parezca que hago mucho si me muevo mucho, pronto me daré cuenta de que sólo hago mucho cuando rezo mucho.
Jesús, hoy me das un buen ejemplo: «De madrugada, todavía muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí oraba.»
Tal era el ajetreo, que tienes que levantarte antes que los demás para poder hacer la oración.
Que no me excuse, Jesús, diciendo que no tengo tiempo para rezar.
Tú tampoco lo tenias, pero lo buscabas, porque sabías que sin oración, sin esa unión con el Padre, tu predicación «por toda Galilea» tendría menos fruto.
Jesús, que me convenza una vez más de que la oración es la fuente que rezuma alrededor de los verdaderos hijos de Dios.
Tú, que eres el Hijo de Dios, me has dado ejemplo con tu propia vida, buscando esos momentos de tranquilidad -«en un lugar solitario»- para hablar confiadamente con tu Padre Dios.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.

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