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viernes, 17 de febrero de 2012

Ordinario de la Misa: Domingo VII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. 19 de Febrero, 2012

Ordinario de la Misa: Domingo VII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. 19 de Febrero, 2012 Día del Señor Confío, Señor, en tu misericordia Sáname, Señor, pues he pecado contra ti Antífona de Entrada Confío, Señor, en tu misericordia; alegra mi corazón con tu auxilio. Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho. Se dice Gloria. Oración Colecta Oremos: Concédenos, Señor, ser dóciles a las inspiraciones de tu Espíritu para que realicemos siempre en nuestra vida tu santa voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo… Amén. Primera Lectura Lectura del libro del profeta Isaías (43, 18-19. 21-22. 24-25) Esto dice el Señor: “No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo; yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando. ¿No lo notan? Voy a abrir caminos en el desierto y haré que corran los ríos en la tierra árida. Entonces el pueblo que me he formado proclamará mis alabanzas. Pero tú, Jacob, no me has invocado; no te has esforzado por servirme, Israel, sino que pusiste sobre mí la carga de tus pecados y me cansaste con tus iniquidades. Si he borrado tus crímenes y no he querido acordarme de tus pecados, ha sido únicamente por amor de mí mismo”. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor. Salmo Responsorial Salmo 40 Sáname, Señor, pues he pecado contra ti. Dichoso el que cuida de los pobres; en los momentos difíciles lo librará el Señor. El lo cuidará y defenderá su vida, hará que viva feliz sobre la tierra y no lo entregará al odio de sus enemigos. El Señor lo confortará en el lecho del dolor y calmará sus sufrimientos. Sáname, Señor, pues he pecado contra ti. Apiádate de mí, Señor, te lo suplico; sáname, pues he pecado contra ti. Hazme recordar la salud y vivir en tu amistad toda mi vida. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, ahora y siempre. Sáname, Señor, pues he pecado contra ti. Segunda Lectura Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (1, 18-22) Hermanos: Dios es testigo de que la palabra que les dirigimos a ustedes no fue primero “sí” y luego “no”. Cristo Jesús, el Hijo de Dios, a quien Silvano, Timoteo y yo les hemos anunciado, no fue primero “sí” y luego “no”. Todo él es un “sí”. En él, todas las promesas han pasado a ser realidad. Por él podemos responder “Amén” a Dios, quien a todos nosotros nos ha dado fortaleza en Cristo, y nos ha consagrado. Nos ha marcado con su sello y ha puesto el Espíritu Santo en nuestro corazón, como garantía de lo que vamos a recibir. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor. Aclamación antes del Evangelio Aleluya, aleluya. El Señor me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva y proclamar la liberación a los cautivos. Aleluya. Evangelio † Lectura del santo Evangelio según san Marcos (2, 1-12) Gloria a ti, Señor. Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla. Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Algunos escribas que estaban ahí sentados comenzaron a pensar: “¿Por qué habla ése así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: “¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’ o decirle: ‘Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa?’ Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados —le dijo al paralítico—: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”. El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!” Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús. Comentario: En la primera lectura del «segundo Isaías», Yahvé se dirige a su pueblo y le reprocha no recordar ni caer en la cuenta del pasado. No sólo han olvidado su historia sino que no han reflexionado sobre la presencia permanente de Dios en ella. Tampoco son capaces de reconocer su actuación histórica presente. ¿No lo reconocen? Ese olvido se manifiesta en una vida de iniquidad y pecado, que ha cansado a Dios, quien ha permanecido fiel en una actitud de perdón. El profeta evidencia la inconciencia del Pueblo, e impele a reconocer al Dios fiel en los acontecimientos de su vida. Pablo, en su segunda carta a los Corintios recalca esta fidelidad de Dios manifestada en la persona de Jesús, en cuyos actos y palabras no hubo doblez ni ambigüedad. En Jesús Dios mostró su total coherencia: él es el «sí» de Dios a la Humanidad. Esto exige de los cristianos la misma coherencia y honestidad. La actitud de Dios firme y constante, llena de confianza, un “Amén” que implica una aceptación de esa acción de Dios expresada en el proyecto de Jesús. Por su parte Dios, en Cristo, conforta a la comunidad creyente, unge, marca, sella y da “en arras” el Espíritu como signo de la total pertenencia del cristiano a Dios, en una unidad que ha de expresarse en actitudes y palabras coherentes a ejemplo de Jesús. El evangelio de Marcos nos descubre esa coherencia de Jesús. Regresa a Cafarnaum y corre la voz de que está en casa, y la gente se agolpa en la puerta. Las casas de aquellas poblaciones contaban con patios comunes, de modo que una buena cantidad de personas podía agruparse a las entradas de las casas. Él se pone a enseñar, pero sobreviene una interrupción: cuatro hombres han traído a un paralítico y al no encontrar paso han subido y han abierto un agujero por el techo, por donde lo descuelgan. Detengámonos un poco en ellos. El primero está impedido: su enfermedad le obliga a depender totalmente de los demás. Por estar enfermo seguramente es rechazado, y es tenido por impuro y pecador. Los hombres que lo traen han sido arriesgados al ponerlo en medio de la multitud. Es la ocasión precisa para poner a prueba la coherencia de Jesús. Jesús parte de la relación cultural existente entre pecado-castigo y enfermedad: “Tus pecados te son perdonados”. La liberación de la culpa está directamente relacionada con la recuperación de la salud. Los escribas presentes, reaccionan: la sociedad judía estaba estructurada sobre la base de la exclusión; no parecía haber posibilidad de cambio, ni alternativa para los excluidos, salvo una exigente carga de tributos y ritos de purificación que en su gran mayoría les resultaba imposible cumplir. Jesús rescata a la persona misma, el poder oculto y real de aquel hombre de levantarse por sí mismo, de superar la parálisis en la que la culpa y el rechazo social lo habían sumido. Él revive, se hace dueño de sí al levantar por sí mismo la camilla en la que antes yacía, y regresa a casa con nueva vida. Como el domingo pasado, estamos ante esa unidad de palabra y acción, de teoría y práctica, de decir y hacer. Como solemos decir, «no hay nada más práctico que una buena teoría», y «nunca se ha entendido del todo una teoría, hasta que no se ha experimentado y dominado su práctica». Jesús es maestro de esa unidad. Y sus discípulos también lo hemos de ser. Tenemos un mensaje de salvación que hay que anunciar, pero que también hay que «realizar», aunque sea con gestos simbólicos. La Utopía, («¡el Reino!») no sólo debe ser anunciado (hablado, dicho, comunicado, informado, pensado, teorizado), sino construido (hecho, realizado, implantado, promovido, luchado). La Buena Noticia no sólo tiene que ser anunciada-explicada, sino mostrada-evidenciada, primero en nuestra propia vida, también en la comunidad y, hasta donde nos dejen, en la sociedad. Para la revisión de vida 
En qué momentos de mi vida he experimentado la fidelidad de Dios?
¿En que momentos he sentido la falta de coherencia entre mi fe, mis palabras y mis acciones?
¿En que situaciones he puesto las leyes por encima de la vida de las personas? Se dice Credo. Oración de los Fieles Celebrante: Oremos a Dios, que por la fuerza de su amor todo lo hace nuevo, y oremos con confianza sabiendo que no quedaremos defraudados. Digamos: Padre, escúchanos. Por la Iglesia: para que con valentía haga oír el mensaje del amor de Dios que se manifestó en Cristo. Oremos. Padre, escúchanos. Por el Papa, los obispos y los sacerdotes: para que ayuden al Pueblo de Dios a abrirse al amor y a dar testimonio del Evangelio en un mundo secularizado. Oremos. Padre, escúchanos. Por los que nos gobiernan: para que buscando el bien común, obren con justicia, terminen con la corrupción y sean portadores de serenidad para nuestro pueblo, especialmente para los más pobres. Oremos. Padre, escúchanos. Por los que sufren el horror de la guerra, por los que están en campos de refugiados, por los que son maltratados: para que reciban ayuda de los cristianos y en ella descubran la cercanía de Dios. Oremos. Padre, escúchanos Por los enfermos, por los que están tristes, por los que se encuentran solos: para que sientan cómo Jesús los libera por dentro y los invita a tener fe. Oremos. Padre, escúchanos. Por nosotros, elegidos por Dios y consagrados por el Bautismo: para que seamos testigos de Jesús en nuestro entorno. Oremos. Padre, escúchanos. Por las intenciones recibidas, en la Obra Por Cristo….Mas, Mas, Mas, para que el Señor las atienda, conforme a su santa voluntad. Oremos. Padre, escúchanos. Celebrante: Mira, Señor, la fe de tu pueblo que te suplica, atiende nuestras oraciones y danos tu Espíritu Santo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Oración sobre las Ofrendas Que este sacrificio de acción de gracias y de alabanza que vamos a ofrecerte, nos ayude, Señor, a conseguir nuestra salvación eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Prefacio Dominical VII La salvación por la obediencia de Cristo El Señor esté con ustedes. Y con tu espíritu. Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el Señor. Demos gracias al Señor, nuestro Dios. Es justo y necesario. En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Porque tu amor al mundo fue tan misericordioso, que no sólo nos enviaste como redentor a tu propio Hijo, sino que lo quisiste en todo semejante a nosotros, menos en el pecado, para poder así amar en nosotros lo que en él amabas. Y con su obediencia nos devolviste aquellos dones que por nuestra desobediencia habíamos perdido. Por eso, ahora nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y los santos, diciendo: Santo, Santo, Santo… Antífona de la Comunión Proclamaré Señor, todas tus maravillas y me alegraré en ti y entonaré salmos a tu nombre, Dios Altísimo. Oración después de la Comunión Oremos: Que el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que nos has dado, Señor, en este sacramento, sean para todos nosotros una prenda segura de vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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