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jueves, 27 de enero de 2011

Evangelio del Viernes III Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 28 de enero 2011

Evangelio del Jueves III Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 28 de enero 2011.

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (4, 26-34)
Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por si sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas.
Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha”.
Les dijo también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra”.
Y con otras muchas parábolas semejantes les estuvo exponiendo su mensaje, de acuerdo con lo que ellos podían entender. Y no les hablaba sino en parábolas; pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor Jesús.

Reflexión:
Jesús hace comprensible a sus oyentes, a través de parábolas o comparaciones, el Reino de Dios; para ello emplea imágenes cercanas a la vida común de la gente que lo seguía, en su mayoría hombres y mujeres campesinos; hace de la sabiduría popular una herramienta para hablar de una realidad superior que está actuando ya en medio de ellos. En la parábola de la semilla que crece por sí sola se quiere hacer notar la fuerza con la que el reino se desarrolla en la historia y hace presente el misterio de la creación, las manos creadoras de Dios y del ser humano, que se esfuerzan día a día por la vida. Dios actúa, salva y libera por medio de la humanidad; es la única vía por la cual Dios hace posible la creación; por eso el texto afirma que el ser humano es quien siembra y se beneficia de los frutos de la cosecha. Esto quiere decir que el hombre y la mujer tienen un protagonismo fundamental dentro del plan salvífico de Dios. Sin embargo, Dios es quien actúa; es quien hace que la semilla crezca y dé frutos abundantes. Tendríamos que preguntarnos hasta qué punto somos verdaderos sembradores de las semillas del reino.

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