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sábado, 19 de marzo de 2011

Homilías. Domingo II Semana de Cuaresma. Ciclo A. 20 de marzo 2011

1.- POR LA PASIÓN ES EL CAMINO DE LA RESURRECCIÓN
Por Gabriel González del Estal
1. Todo el mensaje de esta fiesta está bien expresado en las frases del prefacio que leemos en este segundo domingo de cuaresma: “Cristo, Señor nuestro, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los Profetas, que la pasión es el camino de la Resurrección”. Si lo leemos con calma, nos daremos cuenta de la riqueza del contenido que encierra este texto. Primero, quiere situar el acontecimiento en su contexto de tiempo y lugar: “Después de anunciar su muerte a los discípulos”. Recordemos un poco: Cristo les había dicho a sus discípulos que se ponían en camino hacia Jerusalén, donde el Hijo del Hombre tenía que padecer mucho, ser muerto y al tercer día resucitar. Pedro se había atrevido a amonestar seriamente al Maestro por estas palabras. Ellos, los discípulos, lo de la resurrección no lo entendían y lo de ser discípulos de un Maestro que iba a terminar vencido y ajusticiado en la cruz no podían admitirlo. En este estado de postración y desánimo de los discípulos, Cristo necesitaba hacer algo urgente para levantarles la moral. Por eso, sigue diciendo el texto que comentamos, que “les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria”. De hecho, el ánimo de Pedro subió hasta el cielo: “Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Ellos, por lo que se ve, no necesitaban ni tienda, ni saco de dormir; con seguir viendo “el esplendor de su gloria” se conformaban. Las palabras “de acuerdo con la ley y los profetas” están puestas ahí para explicar lo que también vieron los tres discípulos: “a Moisés (la Ley) y a Elías (los Profetas) hablando con Él”. La Ley y los Profetas ya habían anunciado a un Mesías sufriente, aunque la mayor parte de los judíos no lo hubieran entendido así. Y termina el párrafo con la frase que hemos puesto en la cabecera de este comentario: el propósito de la transfiguración era mostrar a sus discípulos que “la pasión es el camino de la resurrección”. Algo que los discípulos, por sí mismos, nunca hubieran entendido.
2. Abrahán marchó, como le había dicho el Señor. Sabemos que el camino que tuvo que recorrer Abrahán, a través del desierto, no fue precisamente un camino de rosas. La promesa que Dios le hacía sí era una promesa grande y tentadora: “te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición… Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo”. Pero no fue fácil para Abrahán, como sabemos, creer en la promesa. Lo hizo porque, a pesar de todas las dificultades, se fió de Dios. Fue su fe, su fidelidad a Dios, lo que hizo a Abrahán padre de todos los creyentes. El patriarca Abrahán es una figura signo, es el nómada de Dios. También para nosotros, hoy día, la figura del patriarca Abrahán sigue siendo una figura que puede iluminar y alentar nuestro camino de fe en las promesas de Dios. Tampoco nuestro camino de fe es, en este siglo veintiuno, un camino de rosas. San Pablo nos dice “que Él nos llamó a una vida santa”, dándonos su gracia, por medio de Jesucristo. Hoy día se necesita mucha gracia de Dios para creer en Dios y fiarse de Dios, como lo hizo el patriarca Abrahán. También nosotros necesitamos algún Tabor, para no desanimarnos en nuestra escalada cuaresmal hacia la Pascua de Resurrección. Miremos y escuchemos, durante esta cuaresma, al Hijo amado, al predilecto, para que Él nos dé fuerza y sea nuestra luz en la escalada cuaresmal.
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2.- UN ADELANTO DE LA "VISIÓN BEATÍFICA"
Por Antonio García-Moreno
1.- SAL DE TU TIERRA.- Los hombres han pasado por la prueba del diluvio. Nuevamente la tierra se ha ido poblando. Y una vez más los hombres se apartan de los caminos de Dios. Un nuevo pecado va a dividir a la Humanidad. Babel, el deseo de llegar hasta lo más alto del cielo, hasta el mismo Dios. Al fin y al cabo, lo mismo que ocurrió con Adán. El deseo de independizarse de Dios, de ser como Él. El hombre no acaba de entender que sólo apoyándose en Dios, podrá llegar a su capacidad máxima de grandeza y de dignidad. No entiende que al prescindir de Dios se hunde, se empequeñece, se aniquila.
Pero la terquedad humana en apartarse del Señor no logra ahogar el afán divino de atraer al hombre. Y para mantener viva la promesa de una liberación final, escoge a un personaje originario de la tierra de los caldeos, Abrahán. Un hombre que oye la llamada de Dios y responde incondicionalmente, con fe absoluta, con una gran generosidad. Y, fiado en las palabras divinas, sale de su tierra, rumbo a los confines que Yahvé le señala. Soñando con ese hijo que Dios le promete, esperando a pesar de la esterilidad y vejez de su esposa Sara.
Desde ese momento se entabla una honda amistad entre Yahvé y Abrahán. Muchas veces nos narra el libro sagrado cómo este hombre llega a intimar con Dios, cómo habla con Él confiadamente, con la misma ingenuidad y sencillez, con el mismo atrevimiento que un hijo pequeño tiene al hablar con su padre.
Abrahán creyó en Yahvé siempre. También cuando su palabra le exigía sacrificios tan grandes como abandonar su patria o sacrificar a su hijo único. Abrahán dijo siempre que sí. Y Dios le premió su fidelidad con creces, mucho más de lo que aquel viejo patriarca pudiera soñar.
Creer en Dios, decir que sí a sus exigencias de amor, entregarse incondicionalmente, abandonarse y abandonarlo todo en manos del Señor... Quisiéramos, Señor, ser tan fieles como Abrahán, tan generosos como él lo fue. Salir de nuestra tierra, abandonar esta casa de nuestro egoísmo, de nuestra pereza, de nuestra comodidad, de nuestra ambición, de nuestro sensualismo. Y caminar con paso decidido hacia la Tierra Prometida, unido estrechamente a Ti, tratándote con el cariño, la ternura y la audacia del hijo más pequeño.
2.- LA GLORIA DEL DOLOR.- Jesús, como en otras ocasiones, se queda sólo con Pedro y los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Estos tres apóstoles serán testigos cualificados de su gloria en la Transfiguración del Tabor y también de su poder cuando resucitó a la hija de hache personaje principal en Israel. Pero lo mismo que estos tres apóstoles contemplaron el esplendor de su gloria, también estos tres predilectos de Cristo contemplarán la humillación extrema del Maestro en Getsemaní. En efecto, verán cómo el Señor será abatido por el temor, escucharán su oración dolorida, descubrirán cómo su humanidad se quebranta ante el peso aplastante de la pasión.
El Señor los había elegido con el fin de fortalecer su fe, pues había de ser fundamento para la fe de los demás. Ellos podrían decir, cuando llegase el momento de la prueba y del abandono de Jesucristo, que habían contemplado el esplendor de su poder y de su gloria. Cuando Jesús quedara atravesado en la cruz, colgado entre el cielo y la tierra, ellos podrían confesar que a pesar de todo, aquel condenado a muerte era el mismo Hijo de Dios.
La de ellos es una situación que se puede repetir en nuestras vidas. A veces la prueba es dura, insoportable. Entonces hay que recordar los momentos en los que Dios ha estado cerca de nosotros, mostrándonos en cierto modo el fulgor de su grandeza. Podemos afirmar que también nosotros hemos sido testigos del poder y la gloria de Dios, y sentirnos fuertes cuando llegue el momento del dolor y de la contradicción.
Qué hermoso es estar aquí, exclama Pedro en la cima del Tabor, con la espontaneidad que le caracteriza. El resplandor de la figura de Jesucristo le embarga el corazón, le embelesa los sentidos. Aquello fue un pequeño adelanto de la "visión beatífica" que gozan los que ya están en el Cielo, visión que colma todos los deseos y anhelos del hombre y lo hace intensamente feliz. Es ese bien sin sombra de mal alguno que constituye la posesión de Dios, esa dicha inefable que el Señor tiene preparada para quienes sean fieles hasta el fin. Ojalá que el convencimiento de que vale la pena alcanzar ese bien, sostenga nuestra esperanza y estimule nuestro afán de lucha.
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3.- ¡BUENA CUARESMA Y BUEN CAMINO!
Por Pedro Juan Díaz
1.- La palabra que hoy podría simbolizar el mensaje de Jesús a través de estas lecturas podría ser esta: “camino”. Hay referencias constantes en la Palabra de Dios de hoy a ese caminar como símbolo de la vida. Por ejemplo, Dios invita a Abraham en la primera lectura a “ponerse en camino”: “Sal de tu tierra… Haré de ti un gran pueblo… Y Abraham marchó, como le había dicho el Señor”. Y Abraham y Sara, su mujer, que también comparte el camino con su marido, se ponen en camino confiando en la promesa que Dios les ha hecho. Pero no sólo se ponen en camino físicamente, sino que comienzan la tarea de construir el Pueblo de Dios. El camino de la vida, por tanto, esta lleno de tareas en las que Dios nos invita a constituirnos como su Pueblo.
2.- Hay otra referencia al camino en el Evangelio. El contexto de este pasaje se desarrolla cuando Jesús está subiendo con sus discípulos a Jerusalén para celebrar allí la Pascua. Ya sabéis que todos los judíos se reunían en Jerusalén y peregrinaban desde sus pueblos porque allí estaba el Templo y era el lugar para celebrar la Pascua. Y todas las familias salían en peregrinación, se ponían en camino hacia Jerusalén. Jesús también lo hace, acompañado de los suyos. Y en ese camino Jesús hace un alto y se lleva a tres discípulos a una montaña y se transfigura. ¿Qué significa esto? El camino a Jerusalén es el camino de Jesús hacia la muerte en cruz, y se lo va anunciando a sus discípulos, pero estos no entienden de que va la cosa. Jesús hace un alto para mostrarles a sus discípulos más cercanos que, a pesar de que el camino acabe en cruz, su Padre Dios está con Él y le rescatará de la muerte. Por eso el rostro de Jesús transfigurado, glorioso, resucitado. Es una manera de transmitir confianza en el camino. En el camino de la vida, por tanto, Dios nos transmite confianza, a pesar de las dificultades que podamos encontrar. Porque Él nos acompaña, está con nosotros, no nos deja de la mano.
3.- ¿Qué es lo importante de esta experiencia que viven los discípulos? ¿Qué fue lo que movió a Abraham y a Sara a “tirar p’alante"? Yo me atrevería a decir que fue escuchar a Dios que les habló al corazón, que les habló en sus vidas, en sus caminos, en sus búsquedas y al que ellos supieron escuchar. “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Los discípulos caen por los suelos al escuchar a Dios, porque saben que escucharle a Él implica seguir a Jesús en su camino, y ese camino es de servicio a la voluntad de Dios, hasta la muerte en cruz. Pero Jesús les da cariño y confianza. Se acerca a ellos, los tocó y les dijo: “levantaos, no temáis”; “el final del camino, a pesar de las dificultades, va a ser un final feliz, porque Dios está conmigo, y con vosotros, si queréis”.
4.- Quizás a nosotros también nos da miedo escuchar a Jesús, ponerle en el centro de nuestras vidas y de nuestras comunidades. El mensaje de Jesús pasa por el servicio al Reino, que no es otra cosa que el servicio a los hermanos, a los más necesitados. Una experiencia de fe no es verdaderamente cristiana si nos aísla de los hermanos, si nos deja cómodamente instalados en la vida y nos aleja del servicio a los más necesitados.
5.- Si escuchamos a Jesús, sentiremos que hemos de “ponernos en camino”, como sintió Abraham, y salir de nuestro conformismo y de nuestro estilo de vida egoísta, para empezar a vivir más atentos a los demás y, juntos, construir ese Pueblo de Dios, ese Reino de Jesús, y que se vaya haciendo realidad cada día entre nosotros. La vida es un camino, no exento de dificultades, ni de cruces, pero en el que Dios nos invita a caminar con confianza, como pueblo, siempre unidos, siempre juntos, como hermanos, escuchándole sólo a Él y fiándonos de su Palabra. El final del camino es la VIDA, con mayúsculas. No tengamos miedo. Estemos a la escucha, porque en cualquier momento Dios puede dejar oír su voz.
6.- Termino con una reflexión que encontré preparando esta homilía: “Cuando las dificultades del camino crezcan, cuando la marcha del desierto al jardín se presente cuesta arriba, cuando parezca que vas a ceder ante el desánimo, confía. Coloca tus pies sobre las pisadas de Jesús y déjale que agarre tu mano, quizá en silencio. El Hijo amado del Padre sabe el camino, porque Él es el Camino”. ¡Buena Cuaresma y buen camino!

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