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sábado, 5 de marzo de 2011

Homilías. Domingo IX Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 06 de marzo 2011

1.- ¿FE AUTÉNTICA Ó SUPERFICIAL?
Por Pedro Juan Díaz
1.- Llevamos varios domingos escuchando el sermón de la montaña en los capítulos 5 y 6 del evangelio de Mateo. Y con el texto de hoy termina. El final no podía ser mejor: una invitación a vivir nuestra fe y nuestra vida con AUTENTICIDAD. La autenticidad es lo contrario a la superficialidad. Hoy es un buen día para preguntarnos: ¿cómo es nuestra fe? ¿Es una fe auténtica ó superficial? Para responder a estas preguntas podríamos fijarnos en la lectura de San Pablo de hoy, que precisamente pone el punto de partida para vivir nuestra fe con autenticidad. Él lo llama el “ahora” de la salvación, y así comienza: “ahora –dice—la justicia de Dios se ha manifestado independientemente de la Ley”, es decir, independiente de cualquier norma, precepto o cumplimiento. Y sigue diciendo: “todos pecaron… y son justificados gratuitamente… mediante la redención de Cristo Jesús”.
2.- Por tanto, este texto nos da unas claves para entender nuestra fe que me parecen no sólo necesarias para hoy, sino urgentes, para vivirlas ya. Entiendo, en primer lugar, que la salvación de Jesús es PARA TODOS: judíos, gentiles, hombres, mujeres, practicantes, alejados, curas, laicos, monjas, religiosos… En segundo lugar, la salvación es GRATUITA, por tanto, en nuestra fe (que es nuestra respuesta) ha de haber una gran dosis de gratuidad, por no decir que total gratuidad, lo cual quiere decir que no se nos obliga a nada. En tercer lugar, esta salvación nos viene A TRAVES DE CRISTO JESÚS, de su muerte redentora, por nosotros, por nuestra salvación.
4.- ¿Qué nos añade, entonces, ser cristianos? ¿En qué nos diferenciamos de otros? ¿De que sirve todo lo que hacemos? La respuesta a estas preguntas, entiendo yo que es la cuarta clave, y es que el único requisito indispensable es ACOGER LA SALVACIÓN. Lo que nos distingue, lo que nosotros aportamos es que queremos esa salvación, la acogemos en nuestra vida y vivimos de manera consecuente. ¿Qué significa vivir de manera consecuente? La respuesta a esta pregunta no es otra que vivir desde el AMOR. El amor es el fundamento de nuestra respuesta creyente. El amor nos ayuda a reconocer en toda persona a un HERMANO y, por tanto, receptor también de esa salvación que Jesús ha traído para todos. El amor, recibido en primer lugar de Dios, sin nosotros pedirlo ni merecerlo, nos hace responder desde las mismas claves de gratuidad, y nos lleva al COMPROMISO, que es la actitud que nos hace actuar, poner en práctica la lo que profesamos, llevar a la vida la fe que creemos. El amor nos hace reconocer a Jesús como el SEÑOR de nuestra vida, el que nos ha amado tanto que ha dado su vida por nosotros y que, por tanto, tiene potestad y facultades para orientar el sentido de nuestra existencia. Además, contamos con la seguridad de que ese sentido es un sentido de FELICIDAD. Todo esto significa y supone acoger la salvación que Jesús nos ofrece. Todo esto: la fraternidad, el compromiso, el señorío de Dios en nuestra vida, el hacer su voluntad en nosotros como proyecto de felicidad. Todo esto nos distingue, nos hace cristianos auténticos, nos aleja de la mediocridad, de la superficialidad, de la indiferencia. ¿Es así nuestra fe? ¿Qué hemos de corregir o mejorar para que llegue a serlo?
5.- La próxima semana comenzamos el tiempo de Cuaresma, en el que siempre se nos invita a la conversión, a cambiar y mejorar aspectos de nuestra fe para hacerla más auténtica. Quizás esta reflexión nos ha de llevar a un propósito serio de crecer en una fe construida sobre roca, sobre la Palabra de Dios, sobre la vida y el testimonio de Jesús, sobre el proyecto de su Reino de fraternidad, solidaridad, justicia, igualdad, felicidad, amor. Eso es lo que intentamos vivir en cada Eucaristía. Al reunirnos cada domingo alrededor de la Mesa hacemos el propósito de acoger un poquito más esa salvación que Jesús nos ofreció en la Cruz. Que así sea.
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2.- COMENCEMOS A RECONSTRUIR NUESTRA VIDA
Por Antonio García-Moreno
1.- Maldición o bendición.- Moisés habla en nombre de Dios, íntimamente persuadido de la misión que se le ha encomendado. Por eso suplica al pueblo con acentos encendidos: Meteos en el corazón estas palabras. Son tan importantes y tan decisivas que de ellas depende la salvación presente y la eterna.
Es cierto que aquellos hombres se percataron de la importancia de la Ley de Dios y que, por ser fieles a sus mandamientos, muchos sufrieron el martirio. Pero otros se contentaron con una fidelidad meramente externa, con una interpretación superficial. Y se hacían adornos para sus turbantes con rollos pequeños conteniendo palabras de la Ley, o flecos que llevaban escritas las palabras de Dios. Palabras que, sin embargo, no les llegaban al corazón, sin acabar de repercutir en su intimidad personal. Cristo dirá contra ellos palabras muy duras: Hipócritas, sepulcros blanqueados, raza de víboras...
También hoy existen los que oyen la palabra de Dios y en lugar de meterlas en el corazón y en el alma, las usan como un simple adorno. Hacen de la religión un mero formulismo social que no llega hasta su intimidad, algo que no les hace cambiar sus vidas de pecado, algo que no transforma sus vidas egoístas en vidas de amor y de entrega.
"La bendición, sigue diciendo el autor sagrado, si escucháis los preceptos del Señor vuestro Dios que yo os mando hoy; la maldición, si no escucháis los preceptos del Señor vuestro Dios y os desviáis del camino que os marco...". Dios no nos engaña, ni quiere cogernos de sorpresa. Él nos avisa con tiempo, nos pone en guardia. Su bendición en nuestra vida y en nuestra muerte si somos consecuentes con sus palabras, si guardamos sus mandamientos. Bendición que lleva consigo paz, amor, alegría, serenidad en el alma... Maldición de Dios. La más terrible de las maldiciones. Dolor y angustia, desesperación y agobio, sufrimiento hondo y pena sin fin.
Señor, te pedimos que cures nuestra ceguera, que ilumines nuestro torpe entendimiento. Que comprendamos que tus palabras van en serio, que no son una simple amenaza para meternos miedo. Haz que tu doctrina se nos meta muy dentro, muy en lo hondo. De tal forma que sea tu Ley la que siempre determine nuestro actuar. Y que al final, y en el presente sea tu bendición, y no tu maldición, la que venga sobre nosotros.
2.- Aquel día.- "Aquel día", alusión clara al día definitivo, al día último de la Historia. Día que no sabemos cuándo será, pero que indefectiblemente llegará. Día de la ira lo llama la antigua e impresionante secuencia del Oficio de Difuntos. Día del juicio de Dios. Cuántas sorpresas habrá entonces, cuántos quedaremos al descubierto, sin que puedan usarse ya esas máscaras que, de ordinario, todos llevamos puestas. Día de vergüenza y de pesar. Vergüenza porque se pondrán de manifiesto muchos delitos y pecados, que permanecieron ocultos e impunes, o sólo confesados a medias, o declarados ante un desconocido al que no quisiéramos nunca más volver a ver.
También habrá pesar y llanto desconsolado en aquel día. Porque ya no será posible rectificar. Ni tener otra oportunidad para corregir el mal hecho. Del lado en que el árbol caiga, de ese lado permanecerá caído. Todo eso es una terrible verdad que debe empujarnos a rectificar, ahora que todavía estamos a tiempo de hacerlo. Pensemos que no sabemos cuánto dura el tiempo que se nos concede aún. Para unos quizá quedan pocos días, para otros es posible que más. Pero de todas formas, el tiempo es siempre muy breve y se nos va volando.
Seamos, pues, prudentes. Ahora que estamos a tiempo, comencemos ya a reconstruir nuestra propia vida, edifiquemos sobre la roca de nuestra humildad, sobre el firme terreno de una buena confesión sacramental. Mirad que el mal tiempo se nos echa encima, se acerca el temporal con toda la fuerza avasalladora de sus lluvias y vientos. Sí, edifiquemos con solidez y en su momento, porque en aquel día último ya no habrá nada que hacer.
Si nuestra construcción se hace conforme al consejo de Cristo, sobre su palabra oída y puesta en práctica, entonces las más torrenciales lluvias no podrán derruir nuestra casa. En medio de la tempestad estaremos firmes, erguidos, como testimonios claros de la debilidad humana sostenida con la fuerza de Dios.

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3.- EDIFIQUEMOS NUESTRA CASA SOBRE ROCA FIRME
Por José María Martín OSA
1.- ¿La fe o las obras? La primera y la tercera lectura de este domingo, el pasaje del Deuteronomio y el del evangelio según san Mateo, subrayan claramente la necesidad que tenemos de tener en cuenta los preceptos del Señor. Porque no basta con escucharlos y recordarlos si después nos desviamos del camino que nos marcan esos preceptos; como no basta confesar con los labios que Jesús es el Señor, si no cumplimos fielmente lo que nos dice. "Sostenemos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley": el texto de Pablo de la liturgia de hoy nos dice que la salvación es un don de Dios. Pero a la vez, la fe es un compromiso voluntario del hombre en favor de la justicia y del amor radical. No basta con hablar para que las cosas se hagan. No basta con rezar mucho y oír muchas misas, es bueno y necesario hacerlo, pero no basta para manifestar la verdad de lo que creemos. ¿La fe o las obras?, ¿qué es lo que salva? Lo que nos salva es la fe... y las obras. No es lícito separar los dos extremos, elegir uno y desechar el otro. Ambos pertenecen al mensaje, la fe y las obras. Más exactamente, el que nos salva es Dios en Jesucristo. La fe es la aceptación agradecida de esa salvación. Creer es también hacer, porque es obedecer. Porque es responder a la palabra de Dios con el alma, con el corazón y con toda la vida. No es recordar, saber o retener unas verdades, sino vivir. Porque la fe sin obras es fe muerta y estéril como la muerte misma. Porque la fe se realiza en las obras, pero las obras no valen para el cristiano sin la fe.
2.- ¿Cómo es nuestra casa interior? Hay casas sobre roca, casas sobre arena; casas sobre mezcla de roca y arena. En Haití el terremoto del año pasado fue una catástrofe porque las casas estaban construidas con materiales endebles, con gran cantidad de arena. En otro lugar no hubieran muerto tantas personas. Pero la pobreza, fruto de la injusticia, lo provocó. La lectura de Mateo es un aviso para revisar nuestra edificación existencial. Supongo que todos queremos una casa firme, preferiblemente cimentada sobre roca. Una casa sobre la que el agua devastadora de la vida no haga estragos, no nos lleve por delante. Una casa sobre la que el viento impetuoso de las circunstancias desfavorables no deteriore la fachada, ni interiores… ¿Quién no quiere una casa así? Sin embargo, no siempre nos encontramos con tanta solidez. No siempre somos gente prudente. No siempre escuchamos sus palabras. No siempre decimos “¡Señor, Señor!” y, al mismo tiempo, le pedimos que se cumpla su voluntad…, porque no estamos seguros de que nos guste su voluntad. Nuestras vidas son las casas, que no están terminadas totalmente. Que necesitan mantenimiento y, en ocasiones, reforzar los cimientos o sanearlos, o buscar y encontrarlos de nuevo. No encontraremos mejor cimentación que la de Cristo, el Señor. Revisemos nuestras vidas, que son las casas, y pidamos con la súplica del Salmo “Sé la roca de mi refugio, Señor”.
3.- Escuchar y actuar. Jesús dice: "el que escucha estas palabras y las cumple". Hoy, la palabra evangélica nos invita a meditar con seriedad sobre la infinita distancia que hay entre el mero “escuchar-invocar” y el “hacer” cuando se trata del mensaje y de la persona de Jesús. No podemos olvidar que hay modos de escuchar y de invocar que no comportan el hacer. «No todo el que me diga: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial». Esta es la forma de entrar en su Reino, que ha comenzado aquí, que hay que empezar a construir aquí, manifestar y hacer realidad aquí y que un día se consumará en plenitud allí. Es necesario, por tanto, escuchar y cumplir. ¿Cómo cumplir? No se trata de cumplir por cumplir o de practicar el “cumplo y miento”, sino de adaptar nuestra vida a las exigencias del Evangelio. Preguntémonos: ¿Dios y el prójimo me llegan a la cabeza, soy creyente por convicción?; en cuanto al bolsillo, ¿comparto mis bienes con criterio de solidaridad?; en lo que se refiere a la cultura, ¿contribuyo a consolidar los valores humanos en mi país?; en el aumento del bien, ¿huyo del pecado de omisión? En una palabra: ¿soy una persona sensata que, con hechos, edifico la casa de mi vida sobre la roca de Cristo?

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