Meditación: Domingo de la semana 5 de Cuaresma; ciclo A
«Entonces María, cuando llegó a donde estaba Jesús, al verle se postró a sus pies y le dijo: Señor; si hubieses estado aquí, no hubiera muerto mi hermano. Jesús, cuando la vio llorando y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se estremeció en su interior; se conmovió y dijo: ¿Dónde le habéis puesto? Le contestaron: Señor; ven y lo verás. Jesús comenzó a llorar Decían entonces los judíos: Mirad cómo le amaba. Pero algunos de ellos dijeron: ¿Este, que abrió los ojos del ciego, no podía haber impedido que muriese? Jesús, conmoviéndose de nuevo, fue al sepulcro. Era una cueva tapada con una piedra. Jesús dijo: Quitad la piedra. Marta, la hermana del difunto, le dijo: Señor; ya hiede, pues lleva cuatro días. Le dijo Jesús: ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? Quitaron entonces la piedra. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas, pero lo he dicho por la multitud que está alrededor; para que crean que Tú me enviaste. Y después de decir esto, gritó con frene voz: ¡Lázaro, sal afuera! Y el que estaba muerto salió atado de pies y manos con vendas, y el rostro envuelto con un sudario. Jesús les dijo: Desatadle y dejadle andar» (Juan 11, 1-45)
1º. «Jesús comenzó a llorar. Decían entonces los judíos: Mirad cómo le amaba».
Nos conmueve verle llorando por Lázaro.
Le quería tanto, que su muerte le deja destrozado.
Había comido muchas veces con él; había pasado tardes y noches conversando con él y sus hermanas.
Él te quería, lo mismo que ellas. Y ahora, «lleva cuatro días muerto. ¿No podías haber impedido que muñese?»
Jesús también a nosotros nos ama así.
«Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos».
Y Jesús ha dado su vida por nosotros, y la sigue dando, quedándose escondido en el Sagrario, por amor a nosotros.
No puede amarnos con un amor más grande.
¿Cómo se queda cuando, por nuestra culpa, nos alejamos de Él, cuando morimos a la vida de la gracia?
¿Cuál debe ser su dolor al ver que traicionamos tantas gracias, tanto esfuerzo, tanto amor como ha derrochado en nosotros?
Ya no queremos pecar más.
No sólo por las penas del infierno o por la fealdad misma del pecado, sino porque no se merece que nos comportemos así con Él.
Quiero serte fiel, quiero corresponder a la gracia que me das por tu amor infinito.
Quiero aprender a amarte de verdad, con fortaleza, con reciedumbre, con entrega: sin pensar en mí, sin buscarme a mí.
2º. «Nunca te desesperes. Muerto y corrompido estaba Lázaro: -hiede, porque hace cuatro días que está enterrado, dice Marta a Jesús.
Si oyes la inspiración de Dios y la Sigues -¡Lázaro, sal afuera!-, volverás a la Vida» Camino.-719).
Jesús, si alguna vez te dejo, que no me desespere.
Que escuche tu voz: ¡sal afuera!; sal cuanto antes de ese estado de muerte, de inmovilidad.
Lázaro se estaba corrompiendo después de cuatro días muerto.
El alma también se corrompe cuando la dejo en pecado.
Por eso es importante no retrasar la Confesión.
Jesús, Tú respetas mi libertad, aunque yo no la utilice siempre bien.
Pero también me das tu gracia.
Esa es mi lucha cotidiana: lucha entre mis defectos y tu ayuda amorosa.
«La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama «concupiscencia», y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios. Esta lucha es la de la «conversión» con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos». (CEC.-1426).
Jesús, dame la gracia de no pecar gravemente, o de reaccionar confesándome con rapidez si alguna vez cometo la desgracia de perderte.
Que aprenda a vencer esa lucha de la conversión, pues es parte de la santidad a la que me llamas.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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