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sábado, 9 de abril de 2011

Ordinario de la Misa: Antífonas, Oraciones, Lecturas y Propios. Domingo V Semana de Cuaresma. Ciclo A. 10 de abril 2011

= Domingo 10 de Abril, 2011
Quinto Domingo de Cuaresma
Perdónanos, Señor, y viviremos
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor
Antífona de Entrada
Señor, hazme justicia. Defiende mi causa contra gente sin piedad, sálvame del hombre injusto y malvado, tú que eres mi Dios y mi defensa.
No se dice Gloria.
Oración Colecta
Oremos:
Ven, Señor, en nuestra ayuda, para que podamos vivir y actuar siempre con aquel amor que impulsó a tu Hijo a entregarse por nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Ezequiel (37, 12-14)
Esto dice el Señor Dios:
“Pueblo mío, yo mismo abriré sus sepulcros, los haré salir de ellos y los conduciré de nuevo a la tierra de Israel.
Cuando abra sus sepulcros y los saque de ellos, pueblo mío, ustedes dirán que yo soy el Señor.
Entonces les infundiré a ustedes mi espíritu y vivirán, los estableceré en su tierra y ustedes sabrán que yo, el Señor, lo dije y lo cumplí”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 129
Perdónanos, Señor, y viviremos.
Desde el abismo de mis pecados clamo a ti; Señor, escucha mi clamor; que estén atentos tus oídos a mi voz suplicante.
Perdónanos, Señor, y viviremos.
Si conservaras el recuerdo de las culpas, ¿quién habría, Señor, que se salvara? Pero de ti procede el perdón, por eso con amor te veneramos.
Perdónanos, Señor, y viviremos.
Confío en el Señor, mi alma espera y confía en su palabra; mi alma aguarda al Señor, mucho más que a la aurora el centinela.
Perdónanos, Señor, y viviremos.
Como aguarda a la aurora el centinela, aguarda Israel al Señor, porque del Señor viene la misericordia y la abundancia de la redención, y él redimirá a su pueblo de todas sus iniquidades.
Perdónanos, Señor, y viviremos.

Segunda Lectura
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los romanos
(8, 8-11)
Hermanos: Los que viven en forma desordenada y egoísta no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no llevan esa clase de vida, sino una vida conforme al Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita verdaderamente en ustedes.
Quien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo. En cambio, si Cristo vive en ustedes, aunque su cuerpo siga sujeto a la muerte a causa del pecado, su espíritu vive a causa de la actividad salvadora de Dios.
Si el Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en ustedes, entonces el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también les dará vida a sus cuerpos mortales, por obra de su Espíritu, que habita en ustedes.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Honor y gloria a ti,
Señor Jesús.
Yo soy la resurrección y la vida, dice el Señor; el que cree en mí no morirá para siempre.
Honor y gloria a ti,
Señor Jesús.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Juan (11, 1-45)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, se encontraba enfermo Lázaro, en Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que una vez ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera. El enfermo era su hermano Lázaro. Por eso las dos hermanas le mandaron decir a Jesús: “Señor, el amigo a quien tanto quieres está enfermo”.
Al oír esto, Jesús dijo:
“Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que Lázaro estaba enfermo, se detuvo dos días más en el lugar en que se hallaba.
Después dijo a sus discípulos:
“Vayamos otra vez a Judea”.
Los discípulos le dijeron:
“Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, ¿y tú vas a volver allá?”
Jesús les contestó:
“¿Acaso no tiene doce horas el día?
El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque le falta la luz”.
Dijo esto y luego añadió:
“Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo”. Entonces le dijeron sus discípulos: “Señor, si duerme, es que va a sanar”.
Jesús hablaba de la muerte, pero ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo abiertamente:
“Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado ahí, para que crean. Ahora, vamos allá”. Entonces Tomás, por sobrenombre el Gemelo, dijo a los demás discípulos:
“Vayamos también nosotros, para morir con él”.
Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania quedaba cerca de Jerusalén, como a unos dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para consolarlas por la muerte de su hermano. Apenas oyó Marta que Jesús llegaba, salió a su encuentro; pero María se quedó en casa. Le dijo Marta a Jesús:
“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora estoy segura de que Dios te concederá cuanto le pidas”. Jesús le dijo:
“Tu hermano resucitará”.
Marta respondió: “Ya sé que resucitará en la resurrección del último día”.
Jesús le dijo:
“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?”
Ella le contestó:
“Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Después de decir estas palabras, fue a buscar a su hermana María y le dijo en voz baja: “Ya vino el Maestro y te llama”. Al oír esto, María se levantó en el acto y salió hacia donde estaba Jesús, porque él no había llegado aún al pueblo, sino que estaba en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con María en la casa, consolándola, viendo que ella se levantaba y salía de prisa, pensaron que iba al sepulcro para llorar ahí y la siguieron.
Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo, se echó a sus pies y le dijo:
“Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”.
Jesús, al verla llorar y al ver llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta lo más hondo y preguntó:
“¿Dónde lo han puesto?”
Le contestaron:
“Ven, Señor, y lo verás”.
Jesús se puso a llorar y los judíos comentaban: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”
Jesús, profundamente conmovido todavía, se detuvo ante el sepulcro, que era una cueva, sellada con una losa. Entonces dijo Jesús:
“Quiten la losa”. Pero Marta, la hermana del que había muerto, le replicó: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días”.
Le dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la piedra.
Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo ya sabía que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho a causa de esta muchedumbre que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.
Luego gritó con voz potente:
“¡Lázaro, sal de ahí!”
Y salió el muerto, atados con vendas las manos y los pies, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo:
“Desátenlo, para que pueda andar”.
Muchos de los judíos que habían ido a casa de Marta y María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión:
Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir en el destierro, lejos del suelo patrio, del paisaje familiar, de la tierra nutricia. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, enfrenta esta situación frente a su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.
Pero la voz del profeta se convierte en consuelo de Dios: Él mismo sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Conocerá su pueblo que Dios es el Señor cuando El derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.
En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida eterna, de vida más allá de la muerte. Los israelitas esperaban las bendiciones divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia, habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y dormir con los padres, con los antepasados; las almas de los muertos habitaban en el “sheol”, el abismo subterráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.
Sólo en los últimos libros del Antiguo Testamento, por ejemplo en Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que hablan más o menos confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo elegido? Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional, les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la justicia divina en el “status quo” que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos que respetaban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.
La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los romanos, considerada como su testamento espiritual, redactada con unas categorías antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que se prestan fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer referencia al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio, no estamos ya en la “carne” es decir -en el lenguaje de Pablo-: no estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida. Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.
El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre.
En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el «signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros (nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que derrama la gota de la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este milagro deciden matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climas del drama de la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que provoca el desenlace final.
Marta y María anuncian a Jesús que su amigo Lázaro está enfermo. Jesús responde que esta enfermedad no es para la muerte, sino para que en ella se manifieste la gloria de Dios. Con estas palabras alimentaba en las dos hermanas la esperanza de una posible curación milagrosa. Además, revela el propósito de querer dar una prueba ostensible de su misión divina.
Marta cree que Jesús puede curar a los enfermos sólo con su presencia, por eso se lamenta ahora de que llegue después de haber enterrado a su hermano. Cree también en general que Dios escucha siempre la oración de Jesús y que Dios puede resucitar a los muertos.
Con todo, la respuesta de Jesús es tan sorprendente que Marta piensa que Jesús se refiere a la resurrección de los muertos al fin de los tiempos. En esa resurrección creían todos los judíos con la sola excepción de los saduceos (Mt 22, 23).
Jesús dice que él mismo es "la resurrección y la vida"; es decir, que tiene poder para resucitar y dar la vida a cuantos crean en él. Los que creen en Jesús viven ya ahora la "vida eterna", y no morirán para siempre. Esta vida es un don que no puede arrebatar al creyente la muerte corporal. Por lo que la muerte, toda muerte, ya ha sido vencida y ha perdido su virulencia. La muerte de los que creen en Jesús es el paso necesario para que se manifieste plenamente en ellos la vida que ya han recibido.
Marta no puede comprender todo lo que escucha, pero cree que Jesús es el mesías. Esto le basta para aceptar cuanto le dice.
Esta oración de acción de gracias presupone otra de petición. Jesús oró de las dos maneras, pidiendo y dando gracias al Padre. Pero la oración de Jesús difiere en un punto esencial de la que nosotros hacemos: Jesús tiene conciencia de su íntima y singularísima unión con el Padre (cf. 10, 30) y sabe que su oración es, por ello mismo, escuchada; además, Jesús pide siempre que se haga la voluntad del Padre, es para que todos cuantos vean después el milagro crean que él es el enviado del Padre.
El milagro es siempre milagro para la fe, para que los hombres crean y tengan vida creyendo. Pero no todos los que vieron creyeron. Algunos de los testigos fueron enseguida a contar lo sucedido a los fariseos, los enemigos de Jesús. Y éstos decidieron acabar con él.
En la dura lucha que Jesús mantuvo contra la incredulidad de los judíos su última palabra fue ésta: "Yo soy la resurrección y la vida". En torno a esta palabra se cuenta la resurrección de Lázaro, la señal más portentosa y la explicación visible de lo que Jesús es para todos los que creen en él. Cualquiera que sea la fuente de esta narración, Juan la sitúa en su evangelio dentro de un contexto polémico. Por eso no se trata simplemente de un milagro para socorrer la necesidad de una vida abandonada (como en Naím) o atender las súplicas de un padre afligido (Jairo), sino de una demostración pública y solemne de la verdad de Jesús y en un momento crítico y definitivo. No es casual que en el mismo instante en el que el Hijo de Dios manifiesta de forma suprema su poder como autor de la vida, los incrédulos decidan su muerte y tomen las medidas necesarias para realizar su crimen.

Para la revisión de vida
- A una semana de la semana mayor, ¿cómo la estoy programando, cómo la preparo? ¿Voy a encontrar tiempo también para mí mismo, para mi interioridad, para hacer un alto en el camino y examinar la marcha de mi vida, para hacer una revisión de mi relación con Dios? Estoy a tiempo...


Se dice Credo.
Oración de los fieles
Celebrante:
Al único Señor del que viene la misericordia y la vida, la redención copiosa, oremos
diciendo:
Padre, escúchanos
Para que Cristo, que dio su Espíritu a la Iglesia, haga de cada uno de los cristianos testigo de su presencia salvadora en nuestra historia.
Oremos al Señor.
Padre, escúchanos
Para que el Papa Benedicto XVI, nuestro Obispo y todos los sacerdotes y misioneros, transmitan la certeza de que Jesús es la resurrección y la vida.
Oremos al Señor.
Padre, escúchanos
Para que los gobiernos que están dominados por la corrupción, la deslealtad el fraude y la injusticia, abandonen los intereses partidistas y no traicionen la confianza que los ciudadanos depositaron en ellos.
Oremos al Señor.
Padre, escúchanos
Para que los enfermos y miembros más débiles de nuestra sociedad, descubran la presencia de Jesús médico de las almas y de los cuerpos en sus vidas.
Oremos al Señor.
Padre, escúchanos
Para que Dios sea el consuelo de los que lloran la muerte de sus seres queridos, les dé la paz y los haga esperar con fe en la resurrección definitiva.
Oremos al Señor.
Padre, escúchanos
Para que la celebración de esta Eucaristía aumente nuestra gratitud por la vida nueva que nos viene de Cristo, y ésta se traduzca en alegría y gozo.
Oremos al Señor
Padre, escúchanos

Celebrante:
Dios de la vida y de la historia, mira con piedad las oraciones de tu pueblo, y haz que los que esperamos en Ti nunca nos veamos
defraudados.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

Oración sobre las Ofrendas
Tú, que nos has iluminado con las enseñanzas de la fe, escucha, Señor, nuestra oración y purifícanos por medio de este sacrificio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio propio
La resurrección de Lázaro.
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque Cristo, nuestro Señor, que como verdadero hombre lloró la muerte de su amigo Lázaro y, como verdadero Dios, lo hizo salir vivo del sepulcro, se ha compadecido de todos los hombres y por medio de sus sacramentos, nos hace pasar de la muerte a la vida.
Por eso,los mismos ángeles te cantan con júbilo eterno y nosotros nos unimos a sus voces, cantando humildemente tu alabanza:
Santo, Santo, Santo…

Antífona de la Comunión
El que está vivo y cree en mí, dice el Señor, no morirá para siempre.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Concédenos, Dios todopoderoso, a cuantos participamos del Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, vivir siempre como miembros suyos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

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