Meditación: Sábado de la semana 4 de Cuaresma
«De entre la multitud que escuchaba estas palabras, unos decían: Este es verdaderamente el Profeta. Otros: Este es el Cristo. En cambio, otros replicaban: ¿Acaso el Cristo viene de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Cristo viene de la descendencia de David y de la ciudad de Belén de donde era David? Se produjo, pues, una disensión entre la multitud por su causa. Algunos de ellos querían prenderle, pero nadie puso las manos sobre él. Volvieron los alguaciles a los príncipes de los sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: ¿Por qué no lo habéis traído? Respondieron los alguaciles: Jamás habló así hombre alguno. Les replicaron entonces los fariseos: ¿También vosotros habéis sido engañados? ¿Acaso alguien de las autoridades o de los fariseos ha creído en él? Pero esta gente, que desconoce la Ley, son unos malditos.» (Juan 7, 40-53)
1º. Jesús, vuelve a cumplirse hoy aquella exclamación tuya: «Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes, y las revelaste a los pequeños» (Mateo 11,25).
Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos no te creen ni con la ayuda de la Escritura ni la de los milagros.
Es más, deciden matarte precisamente por tus prodigios: «¿Qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos milagros? Si le dejamos así, todos creerán en él» (Juan 11,47-48).
En cambio, aquellos alguaciles, sin conocer la Escritura ni ver ningún milagro, fueron a prender a un malhechor y se quedaron prendidos de tu doctrina: «Jamás habló así hombre alguno.»
Tenían un corazón sencillo, abierto, sin prejuicios, y por eso pudieron entenderte.
Jesús, la soberbia es el mayor pecado porque impide entenderte; y la humildad es una virtud básica, porque permite ponerme en mi lugar frente a Ti, confiar en Ti.
«Nada tengas por más excelente, nada por más amable que la humildad. Ella es la que principalmente conserva las virtudes, una especie de guardiana de todas ellas. Nada hay que nos haga más gratos a los hombres y a Dios como ser grandes por el merecimiento de nuestra vida y hacemos pequeños por la humildad» (San Jerónimo).
¿Cómo puedo, Señor, ser más humilde?
Por un lado, luchando contra lo que son manifestaciones de soberbia: pensar que mi opinión es siempre la mejor; no escuchar; creer que mis cualidades son sólo fruto de mi empeño; buscar excusas a todos mis fallos; buscar el puesto o trabajo más brillante aunque no sea el más eficaz; preocuparse por lo que los demás piensen de mí, etc. ...
Por otro lado, a través de actos que me hagan más humilde; en concreto, la sinceridad y el servicio a los demás.
2º. «Mirad a María. Jamás criatura alguna se ha entregado con más humildad a los designios de Dios. La humildad de la «ancilla Domini», de la esclava del Señor; es el motivo de que la invoquemos como «causa nostrae laetitiae», causa de nuestra alegría. Eva, después de pecar queriendo en su locura igualarse a Dios, se escondía del Señor y se avergonzaba: estaba triste. María, al confesarse esclava del Señor; es hecha Madre del Verbo divino, y se llena de gozo. Que este júbilo suyo, de Madre buena, se nos pegue a todos nosotros: que «salgamos» en esto a Ella -a Santa María-, y así nos pareceremos más a Cristo». (Amigos de Dios.-109).
Madre, que me parezca a ti en tu espíritu de servicio y en tu humildad.
Ambas virtudes se refuerzan mutuamente.
Si soy humilde no esperaré a que me sirvan los demás sino que me adelantaré a servir.
Y viceversa, si tengo un espíritu servicial, si me preocupo de los demás, entonces seré cada vez más humilde.
Tanto la sinceridad como el servicio a los demás, y su resultado, que es la humildad, producen necesariamente la alegría.
Una alegría profunda, estable, que no depende del éxito momentáneo, o de lo que digan o piensen los demás, sino de saber que Tú, Jesús, estás contento conmigo porque me parezco más a Ti que eres «humilde de corazón». (Mateo 11,29).
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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