Meditación: Sábado de la semana 3 de Cuaresma
«Dijo también esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, quedándose de pie, oraba para sus adentros: Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana, pago el diezmo de todo lo que poseo. Pero el publicano, quedándose lejos, ni siquiera se atrevía a levantar sus ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador: Os digo que éste bajó justificado a su casa, y aquél no. Porque todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado.» (Lcucas18, 9-14)
1º. Finalidad de la parábola: Jesús, diriges esta parábola a «algunos que confiaban en sí mismos teniéndose por justos y despreciaban a los demás.»
A veces, en mi lucha interior y en mis preocupaciones diarias, confío demasiado en mi mismo: esto lo arreglaré así, la próxima vez seguro que venzo, etc....
No me doy cuenta de que necesito tu ayuda: Jesús, ayúdame a hacer bien esto, a ser más generoso, más constante, más limpio.
Y cuando me fío demasiado de mi, entonces no puedo.
Y vienen las excusas.
Aunque no me tengo por justo, a veces soy un genio a la hora de encontrar justificaciones: hoy estoy muy cansado; ahora no tengo tiempo; no siempre se puede vencer; los demás tampoco lo hacen.
Jesús, dame tu gracia para ser cada vez mejor y dejarme de excusas y justificaciones.
Jesús, si me doy cuenta de que no soy ninguna maravilla, con la cantidad de gracias que he recibido de Ti, ¿cómo voy a despreciar a los demás?
Si veo que un amigo mío hace algo mal o podría mejorar en algo, se lo debo decir, en confianza de amigo.
Pero con cariño, con comprensión, sabiendo que yo puedo hacer cualquier barbaridad si me dejas de tu mano.
«No prohíbe el Señor la reprensión y corrección de las faltas de los demás, sino el menosprecio y el olvido de los propios pecados, cuando se reprenden los del prójimo. Conviene, pues, en primer lugar examinar con sumo cuidado nuestros defectos, y entonces pasemos a reprender los de los demás» (San Juan Crisóstomo).
2º. «Reconoce humildemente tu flaqueza para poder decir con el Apóstol: «cum enim infirmor tunc potens sum» - porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (Camino.-604).
«Todo el que se ensalza será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado.»
Jesús, ¿me doy cuenta de que el primer paso para mejorar en algo es reconocer que no lo hago del todo bien?
A veces me falta humildad para reconocer mis fallos y para pedir perdón.
¿Cómo voy entonces a mejorar? El peor de los errores que puedo tener, es llegar a pensar que no tengo errores.
«Pero el publicano (...) se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten compasión de mí que soy un pecador. Os digo que éste bajó justificado.»
Jesús, que aprenda a pedirte perdón.
No sólo en el Sacramento de la Penitencia, sino más veces al día.
La mejor devoción, puede ser la de pedir muchas veces perdón.
Porque si me arrepiento mucho, intentaré mejorar también mucho.
Un buen momento para pedirte perdón es al acabar el examen de conciencia por la noche: perdóname, Jesús, por los propósitos que no he cumplido; por esas horas mal aprovechadas; por haberme olvidado de Ti durante el trabajo o el descanso.
Madre, tú eres Reina del Universo porque Dios ha «puesto los ojos en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lucas 1,48).
Ayúdame, Madre, a ser más humilde: a reconocer mis fallos y a pedirte más ayuda a ti y a tu hijo Jesús.
De esta manera mejoraré más, «porque cuando soy débil, entonces soy fuerte»: cuando me reconozco débil y te pido ayuda, entonces soy capaz de vencer cualquier obstáculo.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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