HOMILIAS: DOMINGO XXII T. O. CICLO A. 28 DE AGOSTO 2011
1.- PERDER LA VIDA O GANARLA
Por José María Martín OSA
1.- La seducción de Dios y nuestra misión. El profeta Jeremías se siente llamado por Dios para anunciar al pueblo la necesidad de convertirse. Habían puesto su confianza en las alianzas con los imperios poderosos de la zona, habían dado la espalda a Dios y se habían dejado atrapar por las riquezas conseguidas por medios injustos. Toda esta corrupción es denunciada por el profeta. Advierte que si no se convierten llegará el desastre. No fue fácil para él tener que ser el portavoz de Dios. Tiene la sensación de no ser escuchado, de ser rechazado y perseguido, pero no obstante, no abandona su misión porque el Señor le ha seducido y él se ha dejado seducir.
2.- El seguimiento de Jesús. Nuestra confesión de fe, nuestra respuesta, se autentifica, adquiere verdad y realidad en el seguimiento de Jesús. "El que quiera seguirme…", añade Jesús. "El que quiera", es decir, se trata de una invitación, no de una imposición. Una invitación que -como dice el evangelista Lucas- hace Jesús "dirigiéndose a todos". No se excluye a nadie, pero la respuesta es personal, de cada uno. Creemos en Jesús para seguirle. Una simple afirmación de nuestra fe en él, sin seguimiento, sería palabra sin verdad, palabra sin hechos, palabra sin compromiso. Puede ser -y por experiencia lo sabemos todos- que nuestro seguimiento sea a medias, mezcla de buena voluntad y tibieza y pecado. Pero el propósito, el empeño, el esfuerzo por seguir a Jesús, es lo que da verdad a nuestra fe, lo que la atestigua como mucho más que palabras sin contenido vital. Sigamos a Jesucristo con autenticidad y sigamos el consejo que nos da hoy la carta a los Romanos “No os ajustéis a este mundo”. Hemos de discernir qué es lo que pide Dios de nosotros y hacer lo que le agrada.
3.- Hoy celebra la Iglesia la fiesta de San Agustín. El buscó la verdad con ahínco y se dejó seducir por el Señor como el profeta Jeremías. Celebramos hoy su paso a las manos amorosas del Padre. Fue un 28 de agosto del año 430. A pesar de que hayan transcurrido tantos siglos su vida sigue siendo un paradigma en el que pueden reflejarse los hombres y mujeres del siglo XXI. Su alma, como dice el Salmo 62, “Estaba sedienta de Dios”. Se lamentó de no haberle conocido antes:
¡Tarde te amé, belleza siempre antigua
y tan nueva tarde te amé! el caso es que tú estabas dentro de mí y yo fuera.
Y fuera te andaba buscando y, feo como estaba
Me lanzaba sobre la belleza de tus criaturas.
Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo[...]
Me llamaste, gritaste, y rompiste mi sordera.
Brillaste y tu resplandor hizo desaparecer mi ceguera.
Exhalaste tus perfumes, respiré hondo y suspiro por ti.
Te he saboreado, y me muero de hambre y sed.
Me has tocado, y ardo en deseos de tu paz.
San Agustín, Confesiones, libro X, 27
En el comentario que escribió sobre el evangelio de hoy nos habla del gran enemigo que tenemos para seguir a Jesús, el amarnos a nosotros mismos, nuestro egoísmo…Sólo el que sea capaz de negarse a sí mismo y cargar con la cruz encontrará la vida:
“No hay nadie que no se ame a si mismo; pero hay que buscar el recto amor y evitar el perverso. Quien se ama a sí mismo abandonando a Dios, y quien abandona a Dios, por amarse a sí mismo, ni siquiera permanece en sí, sino que sale incluso de sí. Sale desterrado de su corazón, depreciando lo interior y amando lo exterior. Así, pues, dado que despreció a Dios para amarse a si mismo, amando exteriormente lo que no es él mismo, se despreció también a sí mismo. Ved y escuchad al Apóstol, que aduce un testimonio a favor de esta interpretación: En los últimos tiempos -dice- sobrevendrán tiempos peligrosos. ¿Cuáles son esos tiempos peligrosos? Habrá hombres amantes de sí mismos. Aquí está el principio del mal. ¿Dónde estás tú que te amabas? Efectivamente, estás fuera. Dime, te suplico: «¿Eres tú acaso el dinero?».Por tanto, tú que abandonando a Dios, te amaste a ti mismo, amando el dinero, te abandonaste también a ti”.
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2.- CUMPLIR CON LO DISPUESTO POR EL PADRE
Por Antonio García-Moreno
1.- SEDUCCIÓN.- Estamos ante una de las páginas más humanas de los libros divinos. Página personalísima, un apunte privado del profeta, que, no sabemos cómo, vio la luz pública. Jeremías se queja amargamente ante Dios. Sus palabras suenan a una especie de acusación: "Me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar...".
El profeta se resistió cuando Dios le llamó; adujo, entre otras razones, que era aún demasiado joven, que no sabía hablar en público, que le temblaban las piernas al pensar tan sólo que había de hacer frente a los poderosos de Israel. Y Dios le convence, le seduce con la promesa de estar siempre cerca de él: le vence con la amenaza de que si tiembla ante los hombres, él le hará temblar todavía más... Jeremías accede, dice que sí. Y cuando llega el momento proclama el mensaje del Señor. Aunque ese anuncio esté cargado de maldiciones, de serias amenazas llenas de violencia y destrucción. Aunque se le haga un nudo en la garganta y se le seque la lengua.
Me dije: "No me acordaré de él, no hablaré en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla y no podía..." Palabra de Dios arraigada en su corazón, hirviendo hasta verterse al exterior. Palabra incontenible que quema las entrañas del profeta, brotando impetuosa y arrolladora, sin respeto humano alguno, sin miedo a nadie ni a nada.
Señor, hoy también necesitamos profetas a lo Jeremías. Hombres que estén dispuestos a hablar con fortaleza y claridad, gritando tu mensaje de salvación a todo el mundo. Hombres que hablen sin miedo, sin temblar, con la voz firme y el tono seguro... Hay muchos que claudican, que se dejan llevar por la corriente de moda, por la sutil ocurrencia del teólogo del momento. Quieren paliar las exigencias de tu palabra, quieren dulcificar las aristas de la cruz, quieren desfigurar tu intención, cambiar los fines sobrenaturales de la Iglesia por otros temporales y terrenos. Seduce de nuevo, amenaza otra vez, fortalece a tus profetas. Suscita hombres fuertes y valientes que estén dispuestos, por encima de todo, a descuajar y a plantar, a edificar y a destruir.
2.- PERDER LA VIDA POR CRISTO ES GANARLA.- En tres ocasiones predice Jesús con claridad su pasión y su muerte. Sus discípulos nunca entendieron concretamente lo que les decía. En sus mentes no podía entrar que el Mesías, el rey de Israel tan deseado, hubiera de padecer y ser rechazado por las autoridades del pueblo elegido. Por eso Pedro no puede contenerse y salta, decidido a disuadir al Maestro de llegar a semejante final, aunque hablara también de la resurrección. Considera descabellado pensar en un triunfo después de la muerte. Por eso lo mejor es que no muera de aquella forma que predecía.
En el fondo lo que intentaba San Pedro es que el triunfo definitivo llegara por unos cauces más normales y más seguros y no pasando por aquel trance terrible que Jesús anunciaba. Pero la reacción del Maestro es clara y decidida. Pedro no se esperaba aquellas palabras dirigidas a él, y para colmo delante de todos los demás. Nunca el Maestro había llamado a nadie Satanás. Y en ese momento llama así a Pedro, que lo único que intenta es que el Maestro no pase por aquel mal trago... La respuesta de Jesucristo muestra cuánto deseaba Él cumplir con lo dispuesto por el Padre, beber el amargo cáliz de su pasión. Por eso rechaza con energía e indignación la propuesta de san Pedro, increpándole de aquella forma tan sorprendente y tan inhabitual en el Maestro.
Para llegar a la Redención sólo hay un camino, el señalado por Dios Padre. Este es así y no hay vuelta de hoja. Planes misteriosos de Dios que, en cierto modo, se repiten de una u otra forma, en cada uno de nosotros. Por ello, sólo si aceptamos la voluntad divina, sellada a menudo con la cruz, podremos alcanzar la vida eterna.
Jesús aprovecha la ocasión para hacer comprender a los suyos que los valores supremos no son los de la carne, ni los del dinero. De qué le sirve a uno ganar todo el mundo, si al final pierde su alma. Es preciso abrir los ojos, encender la fe, mirar las cosas con nuevas perspectivas. Así, aunque de momento pueda parecer que perdemos algo, incluso la vida misma, en definitiva saldremos ganando mucho más.
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3.- APRENDIENDO A SER DISCÍPULOS
Por Pedro Juan Díaz
1.- Cada domingo, cuando asistimos a la Eucaristía y escuchamos la Palabra de Dios y comulgamos el Cuerpo de Cristo, vamos aprendiendo un poco más cómo ser discípulos de Jesús. Sobre todo si vivimos este momento de la Eucaristía con sinceridad de corazón, dejando que sea Él el que nos transforme por dentro.
2.- Hoy la Palabra de Dios nos enseña cómo ser discípulos, en primer lugar, con la experiencia vital que el profeta Jeremías nos cuenta en la primera lectura. Es la experiencia de ser fiel a sí mismo y a su vocación de profeta a pesar de las dificultades. Jeremías experimenta rechazos, desprecios y persecuciones por ser profeta y desea con todas sus fuerzas dejar de hacerlo, pero la Palabra de Dios es más fuerte que él. “La palabra era en mis entrañas fuego ardiente –dice el profeta-, intentaba contenerla y no podía”. ¿Cómo va a dejar de denunciar las injusticias que ve a su alrededor si lo siente con todas sus fuerzas en lo más profundo de su corazón? ¿Cómo no va a luchar para proporcionar a su pueblo una vida acorde con el proyecto humanizador de Dios? Al final el profeta cede: “me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, me forzaste y me pudiste”. Y Jeremías aprende a ser discípulo siendo fiel a lo que Dios le pide, aunque le cueste esfuerzo.
3.- Es la misma experiencia de Jesús, que también se enfrenta al rechazo y al desprecio. En este pasaje, ese rechazo viene de sus propios discípulos, del mismísimo Pedro, al que unos minutos antes le ha confiado su proyecto, la Iglesia. Jesús sabe que su mesianismo ha de pasar por la pasión, la muerte y la resurrección. “Empezó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho… ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Pero Pedro no es capaz de encajar el sufrimiento y el fracaso. Y es normal. A nosotros también nos pasa. Ninguno queremos sufrir, ni fracasar. Pero la vida tiene estos altibajos. Y Jesús nos enseña que Dios tiene otra manera de pensar, una manera que busca la felicidad de todos sus hijos e hijas, y no el bienestar momentáneo de uno solo, como Pedro pretende. Jesús nos enseña que, para ser discípulo, hay que saber aceptar también las “cruces” de la vida, en definitiva, que para seguirle es necesario saber renunciar. “El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Jesús nos enseña el sentido redentor de su Cruz y de nuestras “cruces”. Y Pedro lo acepta y se pone detrás del Maestro, para seguir aprendiendo a ser discípulo.
4.- Pero no todo es desprecio, persecución, sufrimiento y cruz. Pablo nos enseña a ser discípulos sintiéndonos una gran comunidad de hermanos, viviendo el proyecto de fraternidad de Dios. La fe, tal y como nos la transmitió Jesús, nunca ha sido algo privado, personal e intimista, sino pública, comunitaria, para compartirla. Así lo transmite a los cristianos de Roma, a los que les viene a decir: “que vuestros cuerpos, que vuestras vidas, que vuestras personas sean una ‘hostia viva’, una ofrenda, un gesto de comunión y de fraternidad, para que otros descubran la presencia y la cercanía de Jesús resucitado y puedan vivir y compartir esta misma experiencia de unir la fe y la vida”. Esta es la nueva vida en Cristo, no vinculada a los antiguos ritos, sino basada en una vida comunitaria que se va construyendo a través de unas relaciones fraternas, signo de una nueva vida, la nueva vida en Cristo. Desde esta experiencia podemos vivir atentos a los sufrimientos y padecimientos de nuestros hermanos y ser para ellos consuelo y ayuda. El que quiera seguir a Jesús y ser discípulo suyo no puede ignorar a los que sufren.
5.- Podemos resumir nuestro discipulado en una palabra: hermanos. Desde ahí podemos caminar tras el Maestro, con nuestras “cruces” y dificultades, con nuestras alegrías y nuestros gozos, sintiéndonos acompañados por Él y por los demás hermanos con los que compartimos una fe y una vida nueva, la vida nueva de los hijos y las hijas de Dios. Esos hijos e hijas formamos una familia, una comunidad cristiana que cada domingo se reúne en torno a la Mesa para dar gracias y compartir la experiencia gozosa de Dios en nuestras vidas. Que la Eucaristía nos ayude a seguir aprendiendo a ser verdaderos discípulos.
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