Meditación: Martes semana 22 de tiempo ordinario; 30 de agosto, 2011; año impar
«Bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les en¬señaba. Y se quedaban admirados de su doctrina, porque su palabra iba acompañada de potestad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio im¬puro, y gritó con gran voz: Déjanos, ¿qué hay entre nosotros y tú, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Sé quién eres tú, el Santo de Dios. Y Jesús le increpó diciendo: Calla y sal de él. Y el demonio, arrojándolo al suelo, allí en medio, salió de él, sin hacerle daño alguno. Quedaron todos atemorizados, y se decían unos a otros: ¿Qué palabra es ésta, que con potestad y fuerza manda a los espíritus impuros y salen? Y se divulga¬ba su fama por todos los lugares de la región.» (Lucas 4, 31-37)
1º. Jesús, hoy realizas el milagro de expulsar de aquel hombre el «espíritu impuro».
Esa persona era exteriormente como las demás; in¬cluso iba al templo el sábado, como era costumbre entre los judíos.
Pero su espíritu impuro le separaba de Dios: «¿qué hay entre nosotros y tú, Jesús Nazareno?»
No quiere tener ningún trato contigo, aun sabiendo que eres el «Santo de Dios.»
Jesús, la impureza es una enfermedad del alma, y por ello no se manifiesta exteriormente de la misma manera que las enfermedades del cuerpo.
Cuando una persona tiene un cáncer, su enfermedad es cada vez más visible, y aquella persona intenta poner los medios para vencer la enfermedad antes de que sea demasiado tarde.
La im¬pureza es como un cáncer en el alma, y aunque no es tan patente ha¬cia el exterior, si no se cura a tiempo, produce inevitablemente la muerte espiritual.
Jesús, que no me engañe: la impureza me separa de Ti, produ¬ciendo peores daños que los que puede causar la peor de las enfer¬medades físicas.
Y aunque nadie lo note exteriormente, destroza mi vida cristiana porque me hace perder la gracia.
Por eso he de poner todos los medios para vivir una vida limpia, acudiendo prontamente a la confesión si lo necesito.
«La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hom¬bre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado. «La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir; mo¬vido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa» (GS 17) (CEC.-2339).
2º. «Para vencer la sensualidad -porque llevaremos siempre este borriquillo de nuestro cuerpo a cuestas-, has de vivir generosa¬mente, a diario, las pequeñas mortificaciones -y, en ocasiones, las grandes-; y has de mantenerte en la presencia de Dios, que jamás deja de mirarte» (Forja.-90).
Jesús, por más que quiera, llevo este borriquillo a cuestas: es el cuerpo que, al quedar desordenado tras el pecado original, busca desordenadamente lo placentero, lo fácil, lo cómodo.
¿Cómo puedo vencer esta tendencia que, a veces, se me presenta de un modo tan sugestivo que me parece incontrolable?
¿Qué puedo hacer entonces para comportarme como un hijo de Dios en vez de dejarme llevar por mis pasiones?
Primero he de poner los medios humanos: huir de las ocasiones de pecado, y enreciar mi voluntad haciendo pequeñas mortifica¬ciones, luchando contra la comodidad en el trabajo o estudio, aprove¬chando el tiempo, etc...
Y luego, he de poner los medios sobrenatura¬les: oración, mortificación, frecuencia de sacramentos, mantenerme en presencia de Dios -que jamás deja de mirarme-, y pedir ayuda a la Virgen ante la tentación.
Hay un medio que tiene efectos a la vez sobrenaturales y huma¬nos: la mortificación, que consiste en hacer un pequeño sacrificio ofreciéndolo a Dios por alguna intención.
Por eso me recuerdas: para vencer la sensualidad, has de vivir generosamente, a diario, las pequeñas mortificaciones -y, en ocasiones, las grandes.
Jesús, que sea generoso y que sepa unirme a Ti en la cruz, haciendo cada día -al menos- una pequeña mortificación.
De esta manera me será más fácil vencer las tentaciones y mantener mi alma limpia, para poder amarte y amar a los demás.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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