HOMILIAS DOMINGO XXIII T. O. CICLO A. 4 DE SEPTIEMBRE, 2011
NOTA: ALGUNOS HERMANOS HAN COMENTADO QUE SON MUCHOS LOS TEXTOS QUE ENVIO, PARA LAS HOMILIAS, A ELLOS LES DIGO QUE PUBLICO VARIOS, PARA ESCOGER UNO.
1.- EL PODER SALVIFICO DE LA COMUNIDAD
Por José María Martín OSA
1.- Ayudar al hermano a recuperar el sendero de la vida. Ezequiel entiende la misión del profeta como la de un centinela que vigila la ciudad y otea el horizonte para avisar a los ciudadanos de los peligros que se avecinan. Por eso el profeta no debe callar; si calla, pagará con su propia vida. Si un impío está amenazado de muerte y el profeta no le avisa para que se convierta, el impío morirá, y el profeta será culpable de su muerte; si le avisa y no se convierte, el impío morirá, y el profeta será inocente. "Vida" y "muerte" significan frecuentemente en Ezequiel vida feliz y prolongada en contraposición a una vida llena de calamidades y muerte prematura. La enseñanza de este texto de Ezequiel es, ante todo, que el hombre vive si cumple la voluntad de Dios.
2.- “Ama y haz lo que quieras”. Pablo en los versículos anteriores a este texto nos acaba de hablar de nuestros deberes de justicia para con los poderes públicos, de la obediencia y de la obligación de pagar los impuestos. …Ahora nos dice que no debamos nada a nadie... Pero cae en la cuenta de que hay una deuda que siempre tendremos abierta. Por eso dice: "a no ser en el amor". Y lo dice no para que nos desanimemos ante las exigencias del amor, sino para que siempre amemos más y más y no digamos nunca que ya hemos amado todo lo que debemos. Todos los preceptos y todas las leyes que definen nuestras obligaciones para con el prójimo se "recapitulan" en un mandamiento supremo: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Si todos los mandamientos de la ley han sido dados para no dañar al prójimo, el que ama a su prójimo cumple todos los mandamientos. Coincide con el consejo de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. De ahí que el amor sea la plenitud de la ley. Pero no olvidemos que se trata de una plenitud desbordante, del colmo de la ley. Esto quiere decir dos cosas: que no se puede amar sin haber cumplido antes todos los mandamientos, todos los deberes de justicia, y que las exigencias del amor nos hacen avanzar más allá de la simple justicia. El que ama no se limita a no dañar a nadie.
3.- El perdón que regala la comunidad en nombre de Dios. La corrección fraterna está al servicio del cuidado del hermano. La corrección fraterna debe tener lugar primero en la intimidad, entre dos personas, con tacto y amorosamente. Esta manera de obrar es una exigencia para el mismo que la practica y, frecuentemente, es ingrata e incómoda. Por todo ello es más fácil escoger lo que llamamos equivocadamente “caridad cristiana”, que acostumbra a ser puro escapismo, comodidad, cobardía, falsa tolerancia. De hecho, “está reservada la misma pena para los que hacen el mal y para los que lo consienten” (San Bernardo).Sin embargo, el pecador se arrepiente, habrá salvado a un hermano para la vida eterna. La última instancia es la "iglesia", es decir, la comunidad de los discípulos de Jesús reunida en un lugar concreto. "Atar y desatar" tiene el sentido de expulsar y admitir de nuevo en la comunidad eclesial. Según este texto, Jesús confiere tal poder a la comunidad de sus discípulos. Claro que la comunidad eclesial sólo puede actuar por medio de sus legítimos representantes. Sin embargo, la comunidad eclesial, es decir los discípulos de Jesús, debería participar más explícitamente en este proceso de lo que sucede hoy en la "confesión". Así se vería más claramente que la paz con la Iglesia es el signo de la paz con Dios, el perdón. La presencia de Jesús en la comunidad hace que la oración eclesial sea escuchada por el Padre. Por tanto, la misma presencia que confiere ese valor especial a la oración es también la que da a la comunidad el poder de "atar y desatar".
4.- “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre.” Nos tendríamos que tomar muy en serio estas palabras de Jesús. Quizá tan en serio como nos hemos tomado a lo largo de la historia la presencia eucarística. ¿Por qué hemos hecho de la Eucaristía un sacramento y no lo hemos hecho de esta presencia que Jesús promete cuando sus discípulos se reúnen en su nombre? No nos hacen falta vestiduras especiales ni estar en una iglesia o capilla ni tener alguna autoridad especial. Basta con estar animados por la fe. Basta con constituirnos en comunidad creyente. Basta con reunirnos en su nombre y allí está Jesús en medio de nosotros. Podemos experimentar su presencia, su fuerza, su gracia. En nuestros corazones nos sentimos reconciliados, curados, fortalecidos. Jesús anima nuestra esperanza y nos hace capaces de afrontar los desafíos y retos de la vida. Es casi un sacramento que nace de la comunidad, de la fuerza de la unión. En comunidad, en Iglesia es donde Jesús se hace presente. Y para hacer comunidad basta con que dos o tres nos reunamos en su nombre. En casa, en el trabajo, en la escuela El, con su gracia, se hará presente y nos traerá la Vida y la esperanza.
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2.- AMOR SIN FRONTERAS
Por Pedro Juan Díaz
1.- La Palabra de Dios es un camino de vida y, para que no nos desviemos de ese camino, Dios mismo nos suscita “centinelas”. Así le llama el Señor al profeta Ezequiel en la primera lectura. El “centinela” tiene la misión de estar alerta, atento a como Dios muestra su voluntad a través de los acontecimientos de la historia, para hacerlo ver a sus hermanos y que todos puedan seguir el “buen camino”. El “centinela” muestra a un Dios atento a la vida, que no permanece indiferente, sino que se comunica a través de su Palabra con el fin de que todas las personas gocen de una existencia plena. El mensaje que el “centinela” transmite no es suyo, sino que viene de Dios, y es siempre un mensaje de amor.
2.- Vivir en comunidad no es tarea fácil, al igual que no lo es vivir en familia, todos tenemos experiencia de eso. La comunidad cristiana es la gran familia de los hijos de Dios. Pero eso no quita que esté exenta de dificultades. Alguien tiene que hacer la función de “centinela”, tanto en nuestras familias, como en nuestras comunidades cristianas, para que nadie se salga del camino, para que todos podamos colaborar en el proyecto de amor de Dios. Pablo fue un “centinela” excelente, y lo es también para nosotros hoy, porque el descubrimiento del amor misericordioso de Dios lo ha salvado. Y es precisamente desde ese amor desde el que Pablo ejerce el papel de “centinela”, con la única intención de mostrarle a sus comunidades el camino de la vida, el camino del amor: “a nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley”. El camino, el signo, la señal de los que creen en Jesús es el amor sin fronteras.
3.- Y eso es también lo que el evangelista Mateo aplica a su comunidad cristiana, a través de la corrección fraterna y la plegaria en común, que aparecen hoy en el evangelio, y a través del perdón de las ofensas, que aparecerá la semana próxima. Es la mejor catequesis para mostrar a un Dios que está volcado en aquellos que están más lejos, más “perdidos”, más “fuera del camino”. Estas mismas actitudes son las que tiene que tener la comunidad cristiana, y han de ser también las nuestras: una misericordia semejante a la del mismo Dios, una comunidad acogedora con los que se apartan del camino, una comunidad en la que en todo momento rijan el amor y el perdón, y la protección a los más débiles.
4.- El amor sin fronteras no distingue entre puros e impuros, entre creyentes y no creyentes, entre santos y pecadores. El amor auténtico consiste en detestar el mal y adherirse al bien (Rom 12,9). Por amor hay que acoger también al pecador, perdonarle, pero también erradicar el pecado, imposibilitar sus frutos deshumanizantes. El perdón y la acogida a todos nos hacen menos sectarios y más Iglesia, que significa precisamente “convocatoria”, “asamblea”, “acogida”. Porque toda persona es capaz de salir de su pecado y volver “al buen camino”, pero necesitará encontrarse con alguien que se lo muestre amándola sinceramente y contagiándole un deseo nuevo de verdad y de generosidad. Por eso, a través de ese amor sin fronteras es como Dios nos propone que amemos a todos, incluso a nuestros enemigos, y que ese amor nos lleve a comprometernos en destruir un sistema de vida que crea enemigos, en vez de hermanos. Así fue Jesús: amó a los oprimidos mostrándose cercano a ellos, y amó también a los opresores estando a su lado, para hacerles ver que Dios también les amaba.
5.- Nos queda como tarea la invitación del salmo: escuchemos la voz del Señor, que no cesa nunca de ofrecer su mano salvadora a todas las personas; no tengamos un corazón duro, sino abrámoslo a la Palabra de Dios, a la palabra de aquellos “centinelas” que Dios pone en nuestro camino para que no nos salgamos de la senda que conduce a la VIDA.
6.- Vamos a celebrar el amor de Dios, el amor sin fronteras. Hemos sido convocados en esta Eucaristía para eso. Vamos a celebrar la shekiná, la presencia de Dios en medio de nosotros, que nos contagia ese amor y nos hace querer a todos como hermanos: “porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Convencidos de esa presencia, le reconocemos como el Señor de nuestras vidas y proclamamos con alegría nuestra fe en Él.
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3.- LA CORRECCIÓN FRATERNA COMO EXPRESIÓN DEL AMOR FRATERNO
Por Gabriel González del Estal
1.- Si tu hermano peca… Hoy no está de moda la corrección fraterna; en otros tiempos sí. Yo no creo que todo tiempo pasado fuera mejor. Los tiempos son siempre distintos, porque las personas y las culturas son seres vivos que nacen, crecen, se desarrollan y mueren. En este mundo todo lo que nace, muere. Antiguamente los padres corregían a sus hijos, los maestros a sus discípulos, los curas a sus feligreses y, en general, los considerados socialmente superiores a sus inferiores. Hoy, en parte, ya no es así. ¿Por qué? Quizá, también en parte, porque todos hemos crecido mucho en autonomía personal y, en parte también, porque no queremos complicarnos la vida preocupándonos de los demás. Yo creo, simplificando mucho, que la corrección fraterna es hoy tan importante como antes. Lo que debe cambiar, para bien, es la forma y maneras de hacer la corrección fraterna. Lo de “tienes que hacer esto porque lo digo yo que soy tu padre, o tu maestro, o tu superior” ya no vale. Hoy, más que nunca, la corrección fraterna sólo será valiosa si la persona corregida ve la corrección como expresión del amor de la persona que corrige. No te corrijo porque soy tu padre, o tu maestro, o tu superior, sino porque te amo y vivo preocupado por ti y de ti. También el talante y el clima de la corrección deben cambiar: la corrección debe estar acompañada y envuelta en un clima de sencillez, de cariño y, sobre todo, de humildad. En cualquier caso, debemos reconocer que muchas veces la corrección fraterna es difícil de realizar y algunas veces hasta imposible. Lo que siempre será posible será mostrar y demostrar nuestro amor a las personas a las que creemos que deberíamos corregir. Y esto ya es mucho.
2.- Te he puesto de atalaya. Esto le dice el Señor al profeta Ezequiel. Se llamaba “atalaya” a una torre situada en un lugar alto, para poder ver y vigilar desde allí lo que pasaba alrededor. La persona que estaba en la atalaya, el vigía, tenía la obligación de avisar a la población de los peligros o amenazas que veía y oteaba en el exterior. En este sentido, el Señor le dice al profeta Ezequiel que debe corregir y exhortar a la conversión a todas aquellas personas a las que él, el Señor, le indica que son malvados y están en peligro de condenación por su mala conducta. Si el profeta no corrige a los que el Señor les manda corregir, la culpa recaerá sobre el profeta, por no cumplir la misión que el Señor le pide. Esto podemos y debemos aplicarlo a todas aquellas personas que, por su situación social, familiar, política o religiosa, tienen la obligación de corregir a otras personas. La corrección deberá hacerla, como hemos indicado antes, con amor y por amor, en la medida en que le sea posible. Si actúa con amor y por amor, “aunque el malvado no cambie de conducta” él puede dormir y vivir en paz.
3.- A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la Ley. Esta frase tan rotunda de San Pablo es verdadera, aunque a algunos les parezca peligrosa. No voy a explicar aquí que San Agustín estaba pensando en este pasaje de San Pablo, en su carta a los Romanos, cuando escribió en repetidas ocasiones su tan conocida frase “ama y haz lo que quieras”. La explicación que da San Pablo, y que repetirá literalmente San Agustín, es esta: “uno que ama a su prójimo no le hace daño”. Es evidente que el amor al que se refiere San Pablo es el amor cristiano, como no podía ser de otra manera. Amemos, pues, siempre a los demás con amor cristiano, cuando les corregimos o cuando les alabamos, que el que ama así cumple la Ley entera.
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4.- HAZLO… PERO CON AMOR
Por Javier Leoz
Todos, en muchos aspectos, tenemos un ideal. Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos anhelado llegar a metas altas. Todos, en algún instante, hemos intentado buscar la perfección y escapar de la mediocridad o de las cosas dejadas a medias.
1.- Y, en todo ello; en los ideales, metas y búsqueda de la perfección, nos hemos dado cuenta que no siempre hemos estado a la altura y que, para llegar hasta el final, hemos tenido que corregir aquello que no era bueno para lograr nuestros propósitos. ¿O no?
-¿Sirve de algo iniciar un viaje sabiendo que, en el bolsillo, no tenemos lo suficiente para hacer frente a los gastos?
- ¿Es bueno, para nosotros y para los que nos rodean, encerrarnos en nuestros defectos y presumir de lo que sabemos son en el fondo errores?
- ¿Por qué, con frecuencia, pensamos que la conversión o el cambio lo tienen que realizar los demás y no en nuestra vida?
2.- Jesús, en el evangelio de este domingo, nos ofrece unas pistas que son muy dignas de ser tenidas en cuenta:
Primero: la corrección fraterna no significa el modelar las personas a nuestro antojo. Cuántas veces nos creemos con derecho a apuntar las debilidades de los demás y a ocultar las nuestras. El Señor nos indica el camino y el sentido auténtico de la corrección fraterna: buscar que nuestros hermanos estén en comunión con Dios.
Segundo: nuestro objetivo, como cristianos, no es juzgar ni pregonar desde la azotea de nuestras palabras, posición o privilegios, las actitudes o vida de los demás. Nuestra oración, nuestra misión o nuestro reto debe ser precisamente el que los demás encuentren la verdad de Dios.
Tercero: aquello de “a mí plan” no es bueno ni característico de una vida cristiana. Los problemas de los demás, aunque nos parezca una intromisión, deben de ser también los nuestros. No podemos vivir indiferentes al sufrimiento de los que nos rodean. Ser cristiano es compartir la alegría y la tristeza, el gozo y el llanto, el éxito y el fracaso con todos.
3.- Cuesta, y mucho, corregir y ser corregido. Corregir; porque siempre hay riesgo de perder amigos y de ser subjetivo o dejarnos seducir o condicionar por nuestras ideas, ideologías o preferencias. Cuesta, y mucho, ser corregido; entre otras cosas porque el nivel de nuestra fe no siempre está suficiente cultivado como para afrontar o acoger una dinámica de este tipo.
Sólo, desde la lectura de la Palabra de Dios, desde el amor a Cristo, desde el deseo de encontrarnos con El es cuando, la corrección fraterna, es entendida como un camino que nos abre las puertas hacia el encuentro personal y auténtico con Jesús y a una mejora en nuestra relación con los demás.
Vivimos en una sociedad donde, los defectos y los fallos de la Iglesia, son aireados no como llamada al cambio o la reflexión sino como destrucción. También, a nuestro alrededor, con nuestra forma de enjuiciar situaciones y personas, podemos caer en la misma tentación: querer someter todo aquello que no nos agrada. Y eso, amigos, no es corrección amigable, fraterna o cristiana, sino todo lo contrario: aniquilación del adversario.
4.- Pidamos, desde la fuerza que nos da la oración, que seamos capaces de discernir nuestra propia vida, de fomentar comunidades cristianas más auténticas y de que, nuestra maduración en la fe vaya creciendo de tal manera, que gustemos y acojamos la corrección como un camino hacia la perfección humana, comunitaria y personal.
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