Meditación: Martes de la semana 31 del tiempo ordinario. 1 de noviembre, 2011; año impar
«Cuando oyó esto uno de los comensales, le dijo: «Bienaventurado el que coma el pan en el Reino de Dios». Pero él le dijo: «Un hombre daba una gran cena, e invitó a muchos. Y envió a su criado a la hora de la cena para decir a los invitados: "Venid, pues ya está todo preparado". Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero le dijo: "He comprado un campo y tengo necesidad de ir a verlo; te ruego que me des por excusado". Y otro dijo: "Compré cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas; te ruego que me des por excusado". Otro dijo: "Acabo de casarme, y por eso no puedo ir". Regresó el criado y contó esto a su señor Entonces, irritado el dueño de la casa, dijo a su criado: "Sal ahora mismo a las plazas y calles de la ciudad y trae aquí a los pobres, a los tullidos, a los ciegos y los cojos". Y el criado dijo: "Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio". Entonces dijo el señor a su criado: "Sal a los caminos y a los cercados y obliga a entrar para que se llene mi casa". Os aseguro, pues, que ninguno de aquellos hombres invitados gustará mi cena». (Lucas 14, 15-24)
1º. Jesús, Tú has preparado el gran banquete del Reino de Dios.
Todos estamos invitados.
De hecho, hemos sido creados para vivir contigo en tu Reino.
«Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en si mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En El y por El, llama a los hombres a ser en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto herederos de su vida bienaventurada» (CEC.-1).
Sin embargo, cuántas veces ocurre lo de la parábola: «todos a una empezaron a excusarse».
Hoy también son muchos los que se excusan ante tu llamada.
Con los siglos, la imaginación y la técnica han inventado nuevas formulaciones; pero en el fondo los pretextos son los mismos.
La primera excusa son las posesiones materiales: «He comprado un campo y tengo necesidad de ir a verlo.»
Hoy en día, ese convidado diría: me basta y me sobra con mantener mi coche; bastante problemas me da el piso nuevo; ahora que tengo este nuevo ordenador, me quita todo el tiempo, etc.
La segunda excusa es el trabajo: «Compré cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas».
En el presente, esta excusa sería algo así: estoy estudiando la carrera, y voy agobiado; he empezado a trabajar y he de quedar bien; estoy a punto de conseguir un ascenso y no tengo tiempo para más.
La tercera excusa es la familia: «Acabo de casarme, y por eso no puedo ir».
Trasladado a las circunstancias actuales esta excusa sería: mis padres quieren que me quede en casa; desde que tengo novia ya no me da el tiempo; cuando tenga más experiencia de casado podré empezar a pensar; con tantos hijos no hay quien pueda hacer nada; etc.
2º. «Si, por salvar una vida terrena, con aplauso de todos, empleamos la fuerza para evitar que un hombre se suicide..., ¿no vamos a poder emplear la misma coacción -la santa coacción- para salvar la Vida (con mayúscula) de muchos que se obstinan en suicidar idiotamente su alma?» (Camino.-399).
Jesús, ante tanta excusa triste, que en el fondo muestra un gran desconocimiento de Dios y de lo que nos tiene preparado, dices a tu siervo: «Sal a los caminos, y a los cercados y obliga a entrar, para que se llene mi casa».
¡Vale tanto la pena llegar al cielo que no me puedo quedar parado ante la primera negativa de mis amigos, familiares o conocidos!
Hay que tener paciencia, pero a la vez hay que saber empujar a los demás para que te sigan de cerca, para que entren en tu casa, la Iglesia.
Jesús, Tú quieres que con mi ejemplo, mi palabra, mi amistad y mi oración arrastre a muchos a tomarse la vida cristiana en serio.
Esta es la santa coacción que emplea el cristiano que se sabe siervo tuyo, apóstol.
Además, reconozco que si no me hubieran empujado un poquito para sacarme de mi pereza y de mi egoísmo, estaría aún bastante lejos de ti.
Es de justicia, por consiguiente, que ahora haga yo otro tanto con los que me rodean.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario