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miércoles, 21 de noviembre de 2012
La Homilía de Betania: Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario. Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
La Homilía de Betania: Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario. Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
25 de noviembre de 2012
1.- REINO DE CRISTO, REINO TRASCENDENTE Y SOBRENATURAL
Por Antonio González-Moreno
1.- EL HIJO DEL HOMBRE.- El profeta Daniel nos narra una de sus maravillosas visiones. Después de haber contemplado el triunfo y la ruina de las cuatro bestias, símbolos de cuatro reyes, nos habla de un quinto personaje. Ahora no tiene la forma de león ni de oso, ni de leopardo, ni de horrible animal con dientes de hierro. Ahora, ese quinto rey, el definitivo, el que reinará sobre cielos y tierras, tiene la figura sencilla de un hombre.
Aquellas bestias venían del mar, este Hijo del hombre llega sobre las nubes del cielo. Es difícil comprender a fondo el sentido de estos símbolos, de este lenguaje literario apocalíptico. Pero una cosa es cierta. En esta humilde figura de hombre ve el profeta al Rey del Universo, Dios mismo que baja hasta la humildad de la naturaleza humana, y se hace uno más entre la muchedumbre de todos los hombres.
Jesús de Nazaret, el Hijo del hombre. Así se presentaba él mismo ante la gente de su tiempo. Un humilde carpintero, un sencillo hombre de pueblo que tenía callos en las manos, la piel curtida por el viento y el sol. Un hombre recio que usaba palabras llanas, un hombre que hablaba con fuerza persuasiva de una nueva doctrina, hecha de rebeldía contra la mentira, cargada de amor a los pobres, y de confianza heroica en el poder y la bondad de Dios.
Nos sigue narrando el vidente que ese Hijo del hombre avanzó hacia el trono del Anciano. El de vestiduras cándidas como la nieve, el de cabellos como blanca lana, el del trono llameante, al que le sirven millones y le asisten millares y millares... Siguen unas palabras extrañas; palabras cargadas de un contenido hondo con un sentido más allá de lo que a primera vista se intuye. Son una letanía de palabras mágicas que despiertan en el espíritu del hombre religioso algo muy profundo y difícil de explicar.
Es el anuncio del Reino mesiánico, el Reino definitivo. Poder, honor y gloria al Rey, a Cristo. Cristo Rey, reinando por siempre, permaneciendo en su trono, mientras los demás reyes se quitan y se ponen. Reyes pasajeros, con unos reinos de fronteras reducidas, con una historia tantas veces de final desastroso. Cuántos grandes personajes acabaron de mala o de vulgar manera.
Cristo no. Cristo reinó ayer, reina hoy y reinará siempre... Rey de reyes, hoy nos rendimos a tus pies. Acepta el vasallaje de los hombres. También de los que no te reconocen, esos que tú has redimido con tu sangre. Reina, impera, manda. Nosotros queremos ser leales a nuestro Rey, que eres tú. Fieles vasallos de tu Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia. Reino de justicia, de amor y de paz.
2.- UN REY SIN SOLDADOS.- Los judíos habían decidido dar muerte a Jesús. La gente del pueblo, sin embargo, las almas sencillas que intuyen las cosas de Dios, habían aclamado con palmas y vítores como Rey mesiánico a aquel hombre de origen oscuro que procedía de Nazaret. Habían organizado espontáneamente una entrada triunfal en la que, como dijo el profeta Zacarías, el Mesías entraba majestuoso y pacífico, montado sobre un asno, a la usanza de los antiguos reyes y nobles de Israel. El entusiasmo de la muchedumbre colmó la envidia y los celos de escribas y fariseos. Estaba decidido, aquel hombre tenía que morir.
Ayudados por la traición de Judas, consiguieron apresarle. Aquel que fue poderoso, en palabras y en obras, quedó de pronto sin fuerza ni resistencia alguna. El que fue capaz de arrojar, solo contra todos, a los mercaderes del templo, aparecía inesperadamente desarmado, inerme y abandonado. Sin embargo, entonces empezó la última batalla del gran Rey en la que, dando su vida, vencía a la muerte y destronaba al Príncipe de este mundo, alcanzando para todos la salvación eterna.
Aunque decidieron su muerte, ellos no podían ejecutar la pena capital. El poder de Roma, bajo el que vivían sometidos, les imponía ciertas limitaciones, entre las cuales estaba la de no tener el "ius gladii", o poder para aplicar la pena de muerte. Por eso acuden a Pilato para que crucifique a Jesús. A fin de conseguir su propósito recurrieron a todos los medios a su alcance, incluida la mentira y la calumnia.
Pilato acabó cediendo a las presiones y amenazas de los judíos. No obstante, hay que reconocer que procuró salvar a Jesús de la muerte. Con esa intención preguntó al reo si era cierto que fuese rey. Jesús, que antes se había opuesto a que lo proclamaran como rey, se confiesa abiertamente como tal ahora, cuando de sus palabras podía depender su crucifixión. El Señor contesta que sí, que él es rey, que para eso ha venido y para eso ha nacido. Pero aclara que su Reino no es de este mundo, pues si lo fuera ya habrían llegado sus soldados a defenderle. Pero en su Reino no hay soldados: no se implanta con la violencia de las armas que matan, sino con la fuerza del amor que vivifica.
Reino de Cristo, Reino trascendente y sobrenatural, que no desprecia este mundo sino que lo eleva y lo redime. Reino que acoge al hombre tal cual es, pobre y limitado animal racional, y lo transforma de hombre mortal en hijo de Dios que vivirá para siempre. Cristo, nuestro Rey de amor y de verdad, nos sale una vez más al encuentro, armado de comprensión y de amables exigencias, para reconquistar nuestra sumisión generosa, ese vasallaje entrañable que lleva consigo, para quien lo acepta, la felicidad y el gozo sin fin.
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2.- PADECIÓ BAJO EL PODER DE PONCIO PILATO
Por Pedro Juan Díaz
1.- Este último domingo del tiempo ordinario nos presenta a Jesús como Rey. Es una manera de recopilar todo lo dicho sobre Él en los evangelios y darle el máximo título a nivel humano con el que podemos distinguir a una persona: es el rey, es lo más, está por encima de todo y de todos. Y su Reino está cerca de nosotros, está en marcha. Su realeza no pertenece a ninguna casa real de nuestro mundo, sino que le viene dada por su entrega amorosa a la humanidad. Jesús es rey porque hace presente el reino de Dios, su Padre, y lo hace con su entrega en la cruz.
2.- Las lecturas de hoy utilizan diversas imágenes para presentarnos a Jesús como Rey y nos explican su sentido. La primera lectura, del profeta Daniel, nos habla de un “hijo del hombre” que viene del cielo con autoridad sobre la historia y sus acontecimientos. Jesús utilizaba esta expresión, “hijo del hombre”, para hablar de sí mismo. “Su reino no tendrá fin”, dice también la lectura, y es que Dios es ese horizonte de vida y esperanza que no tiene fin. Jesús reina con esperanza y con amor.
3.- El libro del Apocalipsis, en la segunda lectura, nos presenta a Jesucristo como el “testigo fiel” (“testigo de la verdad”, nos dirá el evangelio). En Él no hay engaño, ni traición, ni falsedad, porque en Jesús podemos ver a Dios. Es el “primogénito de entre los muertos”, el primer resucitado, y el “príncipe de los reyes de la tierra”, es decir, que está por encima de todos y de todo. Él inició la historia (alfa) y la culminará (omega). Jesús es el garante definitivo de nuestra fe.
4.- Finalmente, en el evangelio, escuchamos un momento de su Pasión, el juicio ante Pilatos, donde Jesús confirma sus palabras con la entrega de su vida. Jesús es rey, como os decía, por su entrega en la cruz. Pero además, convendría no pasar por alto la figura de Pilato, porque hay personas de las que aprendemos lo que no hay que hacer, y esta sería una de ellas. Pilato ha pasado a la historia por su “lavarse las manos” ante Jesús, símbolo de querer desentenderse de la realidad y ser indiferente e insensible ante lo que está pasando.
5.- Recordando el Credo, me viene a la memoria la frase “padeció bajo el poder de Poncio Pilato”, referida a Jesús, y es verdad que padeció, y mucho. En este Año de la Fe, en que nos queremos tomar más en serio esta oración del Credo, caemos en la cuenta de que hay muchos “Pilatos” hoy por culpa de los cuales la gente sigue padeciendo, como Jesús. No hay más que poner las noticias para darnos cuenta. Pero el final de Jesús es distinto y también lo será el de tantas víctimas de hoy. Al final vendrá la liberación. La entrega de la vida no se queda sin recompensa. La vida y la muerte de Jesús no han sido en balde. Y en esa vida, y en esa muerte, estamos unidos todos. La resurrección es la gran victoria, nuestra gran victoria. Y en ella nos precede Jesús, como rey, como defensor de todas las víctimas, de todos los que siembran muerte y padecimiento. “Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra”.
6.- Pero mientras, habrá que dar la cara como cristianos frente a tanto sufrimiento de las personas. La fe ha de manifestarse en un testimonio a favor de las víctimas, de los que sufren, de los más pobres, como lo hizo Jesús. Y todo por amor. Porque el amor, decía Benedicto XVI en su primera encíclica, “es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta”.
7.- Ese amor lo vemos cada vez que participamos de la Eucaristía. En ella vemos a un Rey que sirve, que lava los pies, que cura las heridas, que da la vida… y que nos enseña que su Reino, aunque no sea de este mundo, va creciendo entre nosotros cada vez que sus discípulos hacemos lo mismo que Él hizo y somos testimonio de su amor entre las personas que nos rodean. Al rezar el Credo, recordaremos que Jesús padeció la opresión de Pilatos pero que resucitó y “está sentado a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso”.
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3.- NO ES DE ESTE MUNDO, PERO COMIENZA EN ESTE MUNDO
Por José María Martín OSA
1.- El Reino de Dios está dentro de nosotros. Celebramos la fiesta que clausura el Año litúrgico, Jesucristo Rey del universo. Jesús afirmó en distintas oportunidades que el Reino de Dios ya había llegado y que en esto consistía la Buena Noticia. Para entrar en él era preciso convertirse, cambiar de mentalidad, creer en su palabra, creer en su persona, seguirlo. Sus parábolas y sus enseñanzas se referían al Reino; sus milagros atestiguaban que el Espíritu de Dios estaba con él y que el Reino de Dios se hacía presente. Ante quienes esperaban su llegada al modo de un triunfo rotundo sobre los dominadores romanos, con la intervención de un mesías político que impusiera su autoridad mediante un régimen de prodigios y milagros continuos, o con la abundancia del pan y de los bienes temporales, Jesús afirmaba: "El Reino de Dios no viene ostensiblemente, porque el Reino de Dios está entre vosotros". Él nos habló del inicio real de este Reino bajo apariencias humildes e insignificantes, como la diminuta semilla de mostaza, o como la pequeña cantidad de levadura que fermenta toda la masa, o como el crecimiento misterioso de la semilla, que bajo la tierra se transforma silenciosamente y escapa a nuestro control. Así nos enseñaba que de lo pequeño y oculto, de lo que está envuelto en el silencio y es pobre en apariencias, puede surgir lo más grande.
2.- No es de este mundo, pero sí “para este mundo”. Cuando Pilato preguntó a Jesús si era rey le contestó claramente. "Tú lo dices: soy rey, pero mi reino no es de este mundo". Lo que quiso decir es que Él no era un rey como los de este mundo. Cristo vino a traer la vida y la salvación a cada ser humano: su misión no fue solo y específicamente de orden social, económico o político. Cristo no confió a su Iglesia una misión social, económica o política, sino más bien religiosa. Sin embargo sería un error pensar que cada cristiano en particular debe estar ausente de estos ámbitos de la vida social. Los cristianos están llamados por Dios a insertarse en el mundo a fin de transformarlo según el Evangelio. Un cristiano debe colaborar con alegría en la promoción de la verdadera cultura, porque sabe que la Buena Noticia de Cristo refuerza en el hombre los valores espirituales que se hallan en el corazón de la cultura de cada pueblo y de cada período de la historia. El cristiano ayudará a su propio pueblo a lograr una verdadera libertad y la capacidad de hacer frente a los desafíos de los tiempos.
3.- Comprometernos en la construcción del reino. Las obligaciones de un buen ciudadano cristiano no pueden reducirse a evitar la corrupción, o a no explotar a los demás, sino que incluyen una contribución positiva al establecimiento de leyes justas y estructuras que sostengan los valores humanos. Cuando un hombre o mujer cristiana se encuentre con la injusticia o con algo que esté en contra del amor, la paz y la unidad de la sociedad, tiene que intentar cambiarlo. ¿Cómo permanecer con los brazos cruzados, cuando a alguien le echan de su propia casa para vivir en la calle? Para descubrir la presencia de este Reino, es preciso que los ojos de la mente estén iluminados por la luz de la fe. El Reino se hace presente en nuestro tiempo histórico en cada gesto de amor, en la negación del pecado y del egoísmo, en cada victoria sobre las tentaciones y las seducciones del mundo, que invitan al camino fácil. Jesús predicó el camino estrecho y la puerta angosta. La clave de la renovación de este mundo está en nuestro propio corazón. El lugar donde triunfa el reinado de Cristo es el santuario de nuestra conciencia. Sólo desde allí se hará luego visible y se irradiará y se contagiará, dando lugar a una convivencia fraterna y armoniosa, a una sociedad reconciliada, a leyes que respeten íntegramente la dignidad del hombre. Su reino no es de este mundo, pero comienza en este mundo. Lo primero es que Jesús reine en nuestro corazón, así surgirá nuestro compromiso para transformar el mundo. El reino de Dios no termina aquí, llegará a su plenitud en el más allá, pero no podemos olvidarnos que “ya” está aquí.
Fuente: www.betania.es
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