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lunes, 29 de noviembre de 2010

Hablar con Dios. Meditación Martes I Semana de Adviento. Ciclo A. 30 de noviembre 2010

Meditación del día de Hablar con Dios
novena de la inmaculada
30 de noviembre. 1er Día de la Novena
ESTRELLA DE LA MAÑANA*
— María, anunciada y prefigurada en el Antiguo Testamento.
— Nuestra Señora, luz que ilumina y orienta.
— «Estrella del mar».
I. Apareció un lucero en medio de la oscuridad y anunció al mundo en tinieblas que la Luz estaba para llegar. El nacimiento de la Virgen fue la primera señal de que la Redención estaba ya próxima. «La aparición de Nuestra Señora en el mundo es como la llegada de la aurora que precede a la luz de la salvación, Cristo Jesús; como el abrirse sobre la tierra, toda cubierta del fango del pecado, de la más bella flor que jamás haya brotado en el jardín de la Humanidad: el nacimiento de la criatura más pura, más inocente, más perfecta, más digna de la definición que el mismo Dios, al crearlo, había dado al hombre: imagen de Dios, semejanza de Dios. María nos restituye la figura de la humanidad perfecta»1. Jamás los ángeles habían contemplado una criatura más bella, nunca la humanidad tendrá nada parecido.
La Virgen Santa María había sido anunciada a lo largo del Antiguo Testamento. En los mismos comienzos de la revelación ya se habla de Ella. En el anuncio de la Redención, después de la caída de nuestros primeros padres2, Dios habla a la serpiente, y le dice: Establezco enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar. La mujer es en primer lugar Eva, que había sido tentada y había caído; y, en un nivel más profundo, la mujer es María, la nueva Eva, de quien nacerá Cristo, absoluto vencedor del demonio simbolizado en la serpiente. Frente a su poder, el demonio no podrá hacer nada eficaz. En Ella se dará la mayor enemistad que se pueda concebir en la tierra entre la gracia y el pecado. El Profeta Isaías anuncia a María como la Madre virginal del Mesías3. San Mateo señalará expresamente el cumplimiento de esta profecía4.
La Iglesia aplica también a María el elogio que el pueblo de Israel dirigió a Judit, su salvadora: Tú, orgullo de Jerusalén; tú, gloria de Israel; tú, honra de nuestra nación; por tu mano has hecho todo esto; tú has realizado esta hazaña en favor de Israel. Que se complazca Dios en ella. Bendita seas tú del Señor omnipotente por siempre jamás5. Palabras que se cumplen en María de modo perfecto. ¿No colaboró María a librarnos de un enemigo mayor que Holofernes, a quien Judit cortó la cabeza? ¿No cooperó a librarnos de la cautividad definitiva?6.
La Iglesia refiere también a María otros textos que tratan en primer lugar de la Sabiduría divina; sugieren, sin embargo, que en el plan divino de la salvación, formado desde la eternidad, está contenida la imagen de Nuestra Señora. Antes que los abismos fui engendrada yo, antes que fuesen las fuentes de las aguas7. Y como si la Escritura se adelantara recordando el amor purísimo que había de reinar en su Corazón dulcísimo, leemos: Yo soy la Madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza. Venid a mí cuantos me deseáis, y saciaos de mis frutos. Porque recordarme es más dulce que la miel... el que me escucha jamás será confundido, y los que me sirven no pecarán8. Y, atisbando su Concepción Inmaculada, anuncia el Cantar de los cantares: Eres toda hermosa, amiga mía, no hay tacha en ti9. Y el Eclesiástico anuncia de una manera profética: En mí se encuentra toda gracia de doctrina y de verdad, toda esperanza de vida y de virtud10. «¡Con cuánta sabiduría la Iglesia ha puesto esas palabras en boca de nuestra Madre, para que los cristianos no las olvidemos! Ella es la seguridad, el Amor que nunca abandona, el refugio constantemente abierto, la mano que acaricia y consuela siempre»11. Busquemos nosotros su ayuda y su consuelo en estos días, mientras nos preparamos a celebrar la gran solemnidad de su Concepción Inmaculada.
II. Del mismo modo que María está en el amanecer de la Redención y en los mismos comienzos de la revelación, también se encuentra en el origen de nuestra conversión a Cristo, en la santidad personal y en la propia salvación. Por Ella nos llegó Cristo, y por Ella nos han llegado y seguirán derramándose sobre nosotros todas las gracias que nos sean necesarias. La Virgen Santísima nos ha facilitado el camino para recomenzar tantas veces y nos ha librado de incontables peligros, que solos no hubiéramos podido superar. Ella nos ofrece todas las cosas que conservaba en su corazón12, que miran directamente a Jesús, «a cuyo encuentro nos lleva de la mano»13. En María encontró la humanidad la primera señal de esperanza, y en Ella la sigue hallando cada hombre y cada mujer, pues es luz que ilumina y orienta. «Ella no tiene brillo propio, brillo que salga de Ella misma, sino que refleja al Redentor suyo y nuestro, y le da gloria. Cuando aparece en las tinieblas, sabemos que Él está cerca, al alcance de nuestra mano»14.
Se dice que los navegantes acudían al lucero más luminoso del firmamento cuando andaban desorientados en medio del océano o cuando deseaban comprobar o enderezar el rumbo. A María acudimos nosotros cuando nos sentimos perdidos, cuando queremos rectificar la dirección de la vida para orientarla derechamente al Señor: es «la estrella en el mar de nuestra vida»15. La Liturgia la llama «esperanza segura de salvación», que brilla «en medio de las dificultades de la vida»16, de esas tormentas que llegan sin saber cómo, o en las que nos metemos los hombres por no estar cerca de Dios. Y es San Bernardo el que nos aconseja: «No apartes los ojos del resplandor de esta Estrella si no quieres ser destruido por las borrascas»17.
De María se origina una luz especial que alumbra el camino que debemos seguir en las diferentes tareas y asuntos de la vida. De modo especial esclarece el espléndido camino de la vocación a la que cada uno ha sido llamado. Cuando se acude a Ella con rectitud de intención, se acierta siempre en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Esta claridad especial que encontramos en María proviene de la plenitud de gracia que llenó su alma desde el primer instante de su Concepción Inmaculada y de su misión de corredentora. Santo Tomás señala que esta gracia se derrama sobre todos los hombres. «Ya es grande para un santo afirma tener tanta gracia que baste para la salvación de muchos, y lo más grande sería tenerla suficiente para salvar a todos los hombres del mundo; esto último ocurre en Cristo, y en la Santísima Virgen»18, por la íntima unión corredentora con su Hijo. Los teólogos distinguen la plenitud absoluta de gracia, que es propia de Cristo; la plenitud de suficiencia, común a todos los ángeles; y la plenitud de superabundancia, que es privilegio de María y que se derrama con largueza sobre sus hijos. «De tal manera es llena de gracia que sobrepasa en su plenitud a los ángeles; por eso, con razón, se la llama María, que quiere decir iluminada (...) y significa además iluminadora de otros, por referencia al mundo entero»19, dice Santo Tomás de Aquino.
Hoy, en este primer día de la Novena a la Inmaculada, hacemos el propósito de pedirle ayuda siempre que en nuestra alma nos encontremos a oscuras, cuando debamos rectificar el rumbo de la vida o tomar una determinación importante. Y, como siempre estamos recomenzando, recurriremos a Ella para que nos señale la senda que hemos de seguir, la que nos afirma en la propia vocación, y le pediremos ayuda para recorrerla con garbo humano y con sentido sobrenatural.
III. La Virgen fue bendita entre todas las mujeres porque estuvo a cubierto del pecado y de las huellas que el mal deja en el alma: «solo Ella conjuró la maldición, trajo la bendición y abrió la puerta del paraíso. Por este motivo le va el nombre de María, que significa Estrella del mar; como la estrella del mar orienta a puerto a los navegantes, María dirige a los cristianos a la gloria»20. Así la honra también la Liturgia de la Iglesia: Ave, maris stella!... ¡Salve, estrella del mar!, Madre de Dios excelsa...21.
En este primer día de la Novena con que queremos honrar a Nuestra Madre del Cielo, hacemos el propósito firme, ¡tan grato a Ella!, de recurrir a su intercesión en cualquier necesidad en que nos encontremos, siguiendo el consejo de un Padre de la Iglesia: «Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María. Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María. Si turbado con la memoria de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del juicio, comienzas a hundirte en la sima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara»22. Bajo su amparo ponemos todos los días de nuestra vida. Ella nos guiará a través de un camino seguro. Cor Mariae dulcissimum iter para tutum.
1 PABLO VI, Homilía 8-IX-1964. — 2 Gen 3, 15. — 3 Is 7, 14. — 4 Mt 1, 22-23. — 5 Jdt 15, 9-10. — 6 Cfr. C. POZO, María en la Escritura y la fe de la Iglesia, pp. 32 ss. - 7 Prov 8, 24. — 8 Eclo 24-30. — 9 Cant 4, 7. — 10 Eclo 24, 25. — 11 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 279. — 12 Lc 2, 51. — 13 Cfr. JUAN PABLO II, Homilía 20-X-1979. — 14 CARD. J. H. NEWMAN, Rosa mística. Palabra, Madrid 1982, p. 137. — 15 JUAN PABLO II, Homilía 4-VI-1979. — 16 Cfr. LITURGIA DE LAS HORAS, Himno de laudes del 15 de agosto. — 17 SAN BERNARDO, Homilías sobre la Virgen Madre, 2. — 18 SANTO TOMÁS, Sobre el Avemaría, en Escritos de catequesis, p. 182. — 19 Ibídem. — 20 Ibídem, p. 185. — 21 Himno Ave, maris stella. — 22 SAN BERNARDO, loc. cit.
* El pueblo cristiano, por inspiración del Espíritu Santo, ha sabido llegar a Dios a través de su Madre. Con una experiencia constante de sus gracias y favores la ha llamado «omnipotencia suplicante», y ha sabido encontrar en Ella el atajo «senda por donde se abrevia el camino»- para llegar a Dios. El amor ha «inventado» numerosas formas de tratarla y honrarla. Hoy comenzamos esta Novena, en la que procuramos ofrecer algo personal cada día a Nuestra Señora, para preparar la Solemnidad de su Concepción Inmaculada.

Extraído de www.hablarcondios.org / www.franciscofcarvajal.org.
Con licencia eclesiástica. Para uso personal, prohibida su distribución.

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