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miércoles, 1 de diciembre de 2010

Hablar con Dios. Meditación Jueves I Semana de Adviento. Ciclo A. 2 de diciembre 2010

Meditación del día de Hablar con Dios
2 de diciembre. 3er Día de la Novena
ESCLAVA DEL SEÑOR
— La vocación de María.
— Dios nos llama.
— Medios para conocer la voluntad del Señor.
I. Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava1.
Cuando llegó la plenitud de los tiempos fue enviado el Ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazareth2. Se dirige a quien más amaba en la tierra y lo hace a través de un mensajero excepcional, pues muy especial es el mensaje que comunica: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios...3, le dice el Arcángel San Gabriel.
La Virgen, como fruto de su meditación, conocía bien la Escritura y los pasajes que hacían referencia al Mesías, y le eran familiares las diversas formas empleadas para designarle. Además, a este conocimiento se unía su extraordinaria sensibilidad interior para todo lo que hacía referencia al Señor. En un momento, por una particular gracia, le fue revelado a Nuestra Señora que iba a ser Madre del Mesías, del Redentor del que habían hablado los Profetas. Ella iba a ser aquella virgen anunciada por Isaías4, que concebiría y daría a luz al Enmanuel, al Dios con nosotros.
La respuesta de la Virgen es una reafirmación de la entrega a la voluntad divina: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra5. «Puede decirse que este consentimiento suyo para la maternidad es sobre todo fruto de la donación total a Dios en la virginidad (...). Y toda su participación materna en la vida de Jesucristo, su Hijo, la vivió hasta el final de acuerdo con su vocación a la virginidad»6, que por moción del Espíritu Santo había consagrado al Señor.
Desde el momento en que Nuestra Señora dio su consentimiento, el Verbo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad Beatísima, tomó carne en sus entrañas purísimas. Y esto es lo más admirable y asombroso que ha ocurrido desde la Creación del mundo. Y sucede en un pequeño pueblo desconocido, en la intimidad de María. La Virgen comprendió su vocación, los planes de Dios sobre Ella. Ahora sabía el motivo de tantas gracias del Señor, por qué había sido siempre tan sensible a las inspiraciones del Espíritu Santo, la razón de sus cualidades. «Todos los menudos sucesos que constituyen la urdimbre de la existencia, a la vez que la existencia misma en su totalidad, cobraron un relieve desusado, y al conjuro de las palabras del Ángel todo tuvo una explicación absoluta, más que metafísica, sobrenatural.
»Fue como si, de pronto, se hubiese colocado en el centro del universo, más allá del tiempo y del espacio»7. Y Ella, una adolescente, no titubea ante la grandeza inconmensurable de ser la Madre de Dios, porque es humilde y confía en su Dios, al que se ha dado sin reservas. La Virgen Santa María es «Maestra de entrega sin límites (...). Pídele a esta Madre buena que en tu alma cobre fuerza –fuerza de amor y de liberación– su respuesta de generosidad ejemplar: “ecce ancilla Domini!” -he aquí la esclava del Señor»8. Señor, cuenta conmigo para lo que quieras. No quiero poner límite alguno a tu gracia, a lo que me vas pidiendo cada día, cada año. Nunca dejas de pedir, nunca dejas de dar.
II. «Este hecho fundamental de ser la Madre del Hijo de Dios supone, desde el principio, una apertura total a la persona de Cristo, a toda su obra y misión»9. En este tercer día de la Novena a la Inmaculada, la Virgen nos enseña a estar siempre abiertos a Dios en una entrega plena a la llamada que cada uno recibe del Señor. Esta es la grandeza de una vida: poder decir al término de la misma: Señor, he procurado cumplir siempre tu voluntad, no he tenido otro fin aquí en la tierra.
La vocación a la que hemos sido llamados es el mayor don recibido de Dios, para lo que nos ha creado, lo que nos hace felices, para lo que ha dispuesto desde la eternidad las gracias necesarias. A todos nos llama Dios, y algo importante a sus ojos quiere de nosotros, desde el momento en que creó, directamente, un alma inmortal irrepetible y la infundió en el cuerpo que recibimos también de Él, a través de nuestros padres. En conocer la voluntad de Dios y llevarla a cabo consiste la grandeza del hombre, que se hace entonces colaborador de Dios en la obra de la Creación y de la Redención. Encontrar la propia vocación es encontrar el tesoro, la perla preciosa10. Gastar todas nuestras energías en ella es encontrar el sentido de la vida, la plenitud del ser. A unos pocos llama Dios a la vida religiosa o al sacerdocio; «a la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña», y allí deben «actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro»11.
Contemplando la vocación de Santa María comprendemos mejor que los llamamientos que hace el Señor son siempre una iniciativa divina, una gracia que parte del Señor: No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros12. No pocas veces se cumplen al pie de la letra las palabras de la Escritura: Mis caminos no son vuestros caminos...13. Lo que habíamos forjado en nuestra imaginación, con tanta ilusión quizá, poco tiene que ver a veces con los proyectos del Señor, que son siempre más grandes, más altos y más bellos.
La vocación no es tampoco la culminación de una vida de piedad intensa, aunque normalmente sea necesario un clima de oración y de amor para entender lo que Dios nos dice calladamente, sin mucho ruido. No siempre coincide con nuestras inclinaciones y gustos, de ordinario demasiado humanos y a ras de tierra. No pertenece la vocación al orden del sentimiento, sino al orden del ser; es algo objetivo que Dios nos tiene preparado desde siempre. En cada hombre, en cada mujer, se cumplen las palabras que San Pablo dirige a los cristianos de Éfeso14, y que en tantas ocasiones hemos meditado: Elegit nos in ipso ante mundi constitutionem..., nos eligió el Señor, ya antes de la constitución del mundo, para que fuéramos santos en su presencia.
Dios busca para sus obras, de ordinario, a personas corrientes, sencillas, a las que comunica las gracias necesarias. Enseña Santo Tomás de Aquino, aplicándolo a la Virgen, pero válido para todos, que «a quienes Dios elige para una misión los dispone y prepara de suerte que sean idóneos para desempeñar la misión para la que fueron elegidos»15. Por eso, si alguna vez se hace cuesta arriba nuestro cometido, siempre podremos decir: porque tengo vocación para esta misión, tengo las gracias necesarias y saldré adelante. Dios me ayudará si yo pongo lo que esté de mi parte.
El Señor puede preparar una vocación desde lejos, quizá desde la misma niñez, pero también se puede presentar de un modo súbito e inesperado, como le ocurrió a San Pablo en el camino de Damasco16. Dios se suele valer de otras personas para preparar una llamada definitiva o para darla a conocer. Con frecuencia son los mismos padres los que, sin apenas darse cuenta, cumpliendo su misión de educadores en la fe, disponen el terreno en el que germinará la semilla de la vocación, que solo Dios pone en el corazón. ¡Qué grandeza ser así instrumentos de Dios! ¿Qué no hará el Señor por ellos? Otras veces se vale de un amigo, de una moción interior que penetra como espada de dos filos, y, frecuentemente, de ambas cosas a la vez. Si existe un verdadero deseo de conocer la voluntad de Dios, si se ponen los medios sobrenaturales y el alma se abre en la dirección espiritual, Dios da entonces muchas más garantías para acertar en la propia llamada que en cualquier otro asunto. «¿Quieres vivir la audacia santa, para conseguir que Dios actúe a través de ti? –Recurre a María, y Ella te acompañará por el camino de la humildad, de modo que, ante los imposibles para la mente humana, sepas responder con un “fiat!” –¡hágase!, que una la tierra al Cielo»17. Audacia que será necesaria en el momento en que el alma responde a Dios y sigue la vocación, y luego muchas veces a lo largo de la vida, porque Dios nos llama cada día, cada hora. Y en alguna ocasión nos encontraremos con «imposibles», que dejarán de serlo si somos humildes y contamos con la gracia, como hizo Nuestra Madre Santa María.
III. La Virgen nos enseña que para acertar en el cumplimiento de la voluntad divina (¡qué tristeza si nos hubiéramos empeñado -por unos caminos u otros en hacer nuestro propio capricho!) es necesaria una disponibilidad completa. Solo podemos cooperar con Dios cuando nos entregamos completamente a Él, dejándole actuar sobre nuestra vida con entera libertad. «Dios no puede comunicar su voluntad si, primeramente, no hay en el alma de la criatura esta presentación íntima, esta consagración profunda. Dios respeta siempre la libertad humana, no actúa directamente ni se impone sino en la medida en que nosotros le dejamos actuar»18.
También nos indica la vida de la Virgen que para oír al Señor en cada circunstancia debemos cuidar con esmero el trato con Él: ponderar, como Ella, las cosas en nuestro corazón, darles peso y contenido bajo la mirada de Jesús: aprender a relacionar, subir el punto de mira de nuestros ideales. Junto a la oración, la dirección espiritual puede ser una gran ayuda para entender lo que Dios quiere y va queriendo de nosotros. Y, siempre, el desprendimiento de gustos personales para adherirnos con firmeza a aquello que Dios nos pide, aunque alguna vez pueda parecernos difícil y arduo.
La respuesta de la Virgen es como un programa de lo que será después toda su vida: Ecce ancilla Domini... Ella no tendrá otro fin que cumplir la voluntad de Dios. Nosotros podemos darle hoy a la Virgen un sí para que lo presente a su Hijo, sin reservas y sin condiciones, aunque alguna vez nos pueda costar.
1 MISAS DE LA VIRGEN MARÍA, Santa María esclava del Señor. Antífona de entrada. Lc 1, 47-48. — 2 Lc 1, 26. — 3 Lc 1, 30-33. — 4 Is 7, 14. — 5 Lc 1, 38. — 6 JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, 39. — 7 F. SUÁREZ, La Virgen Nuestra Señora, p. 19. — 8 Cfr. SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Surco, n. 33. — 9 JUAN PABLO II, loc. cit. — 10 Cfr. Mt 13, 44-46. — 11 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 105. — 12 Jn 15, 16. — 13 Is 55, 8. — 14 Ef 1, 4. — 15 SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 4 c. — 16 Cfr. Hech 9, 3. — 17 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Surco, n. 124. — 18 M. D. PHILIPPE, Misterio de María, pp. 86-87.

Extraído de www.hablarcondios.org / www.franciscofcarvajal.org.
Con licencia eclesiástica. Para uso personal, prohibida su distribución.

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