Evangelio del Sábado III Semana de Adviento. Ciclo A. 17 de diciembre 2010.
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (1, 18-24)
Gloria a ti, Señor.
Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.
Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.
Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión:
Ayer se nombraba el origen de Jesús, y dentro de su genealogía a algunas mujeres que parecían anunciar a María (Tamar, Rajab, Rut y Betsabé). El espíritu irrumpe en la historia de Israel a través de María, y así rompe con dieciocho siglos de patriarcalismo, desde Abrahán hasta José. Por otra parte, el relato está lleno de referencias del AT (Gn 16,7; Jue 13,1-5; Sal 130,8; Is 7,14), para significar que en Jesús se cumplen las escrituras. José está desconcertado al darse cuenta de que María está embarazada sin haber convivido con él. La ley mandaba denunciar a la mujer que hubiera tenido relaciones con otro hombre fuera de su prometido, y apedrearla frente a la casa de su padre. José, que al principio quería abandonarla en secreto, por revelación y aceptación de la voluntad de Dios decide acogerla. José y María dan un sí al plan de Dios en sus vidas. Ellos parecen una metáfora de la responsabilidad que cada uno tenemos en descubrir y asumir la voluntad de Dios y la manera como actúa a través de mediadores concretos, para el beneficio de la misma humanidad. Decir sí a la voluntad de Dios es decirle sí a dejar nacer en nosotros a aquél que nos trae justicia.
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