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sábado, 16 de abril de 2011

Homilías: Domingo de Ramos. Ciclo A. 17 de abril 2011

1.- ENTRAR EN JERUSALÉN ES “ENTRAR” EN LOS PLANES DE DIOS
Por Pedro Juan Díaz
1.- En este primer día de la Semana Santa recordamos el momento de la entrada de Jesús en Jerusalén. Jesús va allí a celebrar la Pascua. Todas las familias iban en peregrinación y se reunían en ese mismo lugar porque era donde estaba el Templo. Muchos peregrinos se encontrarán con familiares y amigos que les esperan después de un año. Van juntos a celebrar la Pascua. Se reunirán por familias en las casas. Repetirán palabras y gestos ancestrales que guardan todavía todo su significado y que permanecen en la memoria de los más ancianos. Unas palabras y gestos que serán transmitidos a los pequeños de cada hogar, donde se renovará, ante cada mesa compartida, la alianza de amistad y esperanza en la liberación definitiva de Dios.
2.- Los discípulos montan a Jesús en una borrica y entran por una calzada alfombrada por los ramos de olivo que la gente echa a su paso. Jesús entra con los vivas del pueblo. “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Y toda la gente que contemplaba aquello se preguntaba: “¿quién es este?”. Nosotros nos preguntamos también muchas veces: ¿Por qué Dios es así? ¿Por qué permite tanto sufrimiento de las personas, tanto mal? ¿Qué “tipo” de Dios (Mesías) es este? Quizá encontremos respuestas contemplando lo que Dios nos dice hoy en su Palabra.
3.- En la primera lectura, el profeta Isaías se define como un discípulo de Dios que escucha su Palabra cada mañana para descubrir su voluntad y cumplirla, por obediencia de amor. Y esto lo hace convencido de que Dios responde por él. ¿Responderá Dios también por nosotros? ¿Por qué no dará Dios un puñetazo encima de la mesa del universo y acabará con tanto mal, tanto dolor y tanto sufrimiento que domina a tanta gente? Leemos la Pasión y nos damos cuenta de que con su hijo no lo hizo. Y con nosotros tampoco lo va a hacer, porque se ha tomado muy en serio nuestra independencia y nuestra libertad. Y porque nos respeta, como personas libres que somos, y espera de nosotros mucho más. Quizás este Dios nos escandalice, como a los judíos de su tiempo, porque también nos enseña a amarle y a seguirle desde el sufrimiento, cuando las cosas no nos van bien; y porque pudiendo actuar “a lo grande”, lo hace desde lo sencillo y lo pequeño.
4.- San Pablo, en la segunda lectura, resume con una gran oración, que se convirtió en Himno de las comunidades cristianas, que Cristo no vivió como un gran señor, sino como un siervo, y eso le valió el favor de Dios. No nació en una corte, sino en un pesebre. No vivió entre lujos, sino entre los pobres. No murió “en olor de santidad”, sino crucificado como un bandido. Y todo eso por amor obediente a los planes de Dios, a los proyectos de su Padre, a lo que Dios quería de él, no a lo que él quería que Dios le diera. ¿Qué es más importante: lo que Dios quiere de mí o lo que yo quiero que Dios me dé? Jesús descubrió que entrar en Jerusalén era “entrar” también en los planes de Dios, y así lo hizo.
5.- La clave de toda la lectura de la Pasión está en la obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre, ese “entrar” en sus planes, aunque en muchos momentos no los entienda, pero confía y se entrega. Y su Padre le demuestra el amor de Dios por todas las personas, por encima incluso de la traición de Judas, de la negación de Pedro, del juicio falso y arbitrario de los judíos, de la indiferencia de los romanos, de la violencia y la burla de todos, del sufrimiento y de la soledad del mismo Jesús en la cruz… Nuestra respuesta a esa entrega generosa y por amor, es darle gracias con nuestra vida y nuestra entrega a los demás en la salud y en la enfermedad, en la suerte y en la desgracia, en lo bueno y en lo malo. ¡Gracias, Padre, porque has dado tu vida por mi! ¡Aquí estoy para hacer tu voluntad!
6.- Todo esto rondaba la mente de Jesús al entrar en Jerusalén. Jesús va con sus discípulos y con su familia, no es la primera vez, ya ha subido varias veces, los evangelios nos cuentan al menos tres, pero esta será la “definitiva”. El ambiente está tenso, los enfrentamientos con los sacerdotes y con los fariseos se han ido repitiendo a lo largo de los meses y la tensión se respira en el aire. Sus discípulos piensan que es “meterse en la boca del lobo”, pero ven al Maestro seguro de sí mismo, decidido a afrontar una vez más el desafío de seguir siendo fiel a su Padre Dios, y siguen caminando hacia Jerusalén con Él.
7.- Entran en grandes grupos, después de horas, de días de andar a través de campos y caminos, de dormir al raso quizás, la ciudad se muestra ante ellos como la mejor de las recompensas. “¡Qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del Señor! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén”.
8.- Una vez en Jerusalén, tiene lugar la celebración de la Pascua. En la noche del Jueves Santo, Jesús cena con sus discípulos y hace una Pascua nueva, la Pascua de la Vida. “Haced esto en memoria mía”. El Viernes Santo, Jesús yace colgado de una cruz, signo de maldición convertido en signo de salvación. El relato de su pasión que hemos escuchado, y que volveremos a escuchar el Viernes Santo, es estremecedor. Cristo, solidario con la humanidad que sufre, que lo pasa mal, con toda persona humana sedienta de salvación, de sentido y felicidad plena, se anonada, se abaja, se humilla, hasta someterse a la muerte, “una muerte de cruz”. Y por fin el Sábado, la gran noche, la gran Vigilia, la noche de la resurrección y de la vida; y el Domingo, la Pascua, el día del gozo y la alegría. Jesús ha resucitado. Nuestra vida tiene un sentido nuevo, profundo, auténtico. “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Celebremos y gocemos con su salvación”.
9.- Sin una mirada contemplativa guiada por la fe en el amor que Dios nos tiene, los hechos que celebramos se quedan en meros momentos del pasado, o en escenas de sufrimientos privados de sentido y de dimensión salvadora. Si no miramos con fe y con amor a este Jesús que se entrega por nosotros, no podremos comprender nada. Pidamos a Dios que esta semana nos llene el corazón del mismo amor con el que Jesús se entregó por nosotros, para que podamos manifestarlo a los que están cerca de nosotros todos los días del año.
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2.- ¡VIVA EL HIJO DE DAVID!... ¡QUÉ LO CRUCIFIQUEN!
Por Gabriel González del Estal
1.- Sí, son dos expresiones que leemos hoy en la liturgia de este Domingo de Ramos. La primera ¡viva el Hijo de David! la leemos en la lectura inicial del evangelio, antes de la procesión. Poco tiempo después, en la lectura de la pasión, vemos que la misma multitud que aclamó a Jesús, en la entrada a Jerusalén, como Hijo de David, pide ahora a Pilato que le crucifique. Desgraciadamente, no podemos extrañarnos nosotros de la actitud de aquella multitud que se dejó manipular por la charlatanería interesada y corrupta de los jefes y líderes del momento. También a nosotros, los medios de comunicación y los jefecillos y líderes de cada momento nos manipulan hasta tal punto que hechos y opiniones que habíamos considerado siempre justas y razonables, de repente nos parecen anticuadas, injustas y hasta ridículas. Es evidente que la vida progresa, cambia y avanza, pero no es menos evidente que muchos cambios y progresos de nuestros días no favorecen ni enriquecen nuestra vida, ni nuestras costumbres. Tenemos la obligación de afinar nuestra mente, y nuestro paladar, para no comulgar con ruedas de molino, sólo porque así les interese a los que mandan comercial o políticamente. Los que aclamaron como Hijo de David a Jesús de Nazaret lo hicieron porque le veían como un profeta que venía a salvarles; cuando pidieron a Pilato que lo crucificara lo hicieron movidos por los intereses de los jefes y líderes del pueblo que veían en Jesús de Nazaret a una persona que denunciaba sus hipocresías, su prepotencia, y sus egoísmos e intereses políticos y religiosos. Se dejaron convencer y manipular ingenuamente por personas que no buscaban el bien del pueblo sencillo y humilde, sino sus propios intereses egoístas. También hoy, nosotros cometemos frecuentemente ese mismo error.
2.- Domingo de Ramos: quien no estrena no tiene manos. Este dicho popular indica que la gente sencilla siempre consideró la fiesta del domingo de Ramos como un día alegre y, religiosamente, muy significativo. Es el primer día de la semana grande, de la Semana Santa, y en esta semana conmemoramos los cristianos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, a quien nosotros consideramos como nuestro Salvador. Las Procesiones de Semana Santa, comenzando por la procesión de este domingo de Ramos, son en muchas ciudades de España algo grande y muy significativo. Es verdad que en estas procesiones hay algo de folklore, de fiesta popular social, pero también es verdad que en las procesiones hay mucho de sentimiento religioso y de piedad sincera. Debemos cuidar los cristianos el sentido religioso de estas fiestas, celebrándolas con una especial alegría y con mucha piedad interior. El dicho popular seguía diciendo: al que no estrena se le caen las manos. Bien, levantemos, durante estos días, nosotros nuestras manos para aplaudir, aunque sólo sea interiormente, al Cristo que pasa a nuestro lado. Con su gesto y su mirada nos invita a considerar su vida, muerte y resurrección como un sacrificio de alabanza al Padre y de expiación por nuestros pecados.
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3. - NUESTRO MEJOR AMIGO ENTREGÓ LA VIDA POR MÍ, POR TI…
Por José María Maruri, SJ
1.- Hoy damos comienzo a la Semana Santa. En ella se descubre en toda su hondura el drama del hombre ante Dios. Drama de vida y de muerte, de traición y de eterna felicidad.
San Juan de Ávila dejó escrito que era necesario que la lanza del centurión romano abriese el corazón de Cristo para que a través de esa herida pudiéramos los hombres vislumbrar el amor infinito del Padre que entrega a su Hijo por nosotros, y del Hijo, Jesucristo, que se entrega a la muerte por nosotros.
En esta Eucaristía –como en todas—vuelve a repetirse en símbolo y en realidad aquel acto de entrega de Jesús. Y nosotros que, como los discípulos y los judíos, unas veces hemos aclamado a Cristo con entusiasmo como Rey y después le hemos traicionado y abandonamos tantas veces, nos convertimos, por nuestra debilidad y en nuestro pecado en protagonistas de la Pasión, tal como la hemos escuchado en el Evangelio. Insisto que ante la Pasión de Jesús no podemos ser meros espectadores o como auditorio pasivo. Cada uno de nosotros estábamos allí, entre aquellos judíos o aquellos discípulos, porque Jesús ofrecía su vida también por cada uno de nosotros. Y es que, para cada uno de nosotros es el relato de cuando nuestro mejor amigo entregó y perdió la vida por todos, por mí, por ti.
2.- La narración de la Pasión es de San Mateo, más cercana a la de San Marcos, y algo más alejada de la de San Lucas que sigue una tradición más antigua. En esta no se suaviza todo lo que sea violencia y dramatismo, como hace Lucas. Ahí están los sufrimientos, los azotes, la coronación de espinas. Y el largo y dramático relato de la crucifixión. Pero los tres evangelistas resaltan el señorío de Jesús, que da permiso para su prendimiento y responde con autoridad a los sumos sacerdotes. Y sobre todo resplandece la infinita misericordia del Señor en tales momentos, llamando al traidor por su nombre, curando la oreja del sirvo del pontífice, perdonando a los que le crucifican, y prometiendo el paraíso al buen ladrón. Jesús se manifiesta así como reflejo del amor y de la misericordia del Padre hacia nosotros.

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