HOMILIAS: XXIV DOMINGO. TIEMPO ORDINARIO. CICLO A. 11 DE SEPTIEMBRE 2011
1.- LA MISERICORDIA SE RÍE DEL JUICIO (SANTIAGO, 2, 13)
Por Gabriel González del Estal
1.- No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. No es fácil perdonar siempre. Son muchas las personas que dicen que ellos no podrán perdonar nunca a algunas personas, porque les han hecho mucho mal. Y, tal como ellos entienden el perdón, tienen razón. Perdonar no es olvidar, ni comportarse con las personas que te han hecho mucho daño como si no hubiera pasado nada. El corazón humano tiene unas leyes y unas exigencias que no se pueden cambiar fácilmente. Hay ofensas que afectivamente no podremos olvidar nunca, por mucho que lo intentemos. Pero el perdón cristiano no exige el olvido afectivo. Perdonar cristianamente a una persona que nos ha ofendido es no desear nada malo para ella y pedirle a Dios que le ayude a convertirse y a ser feliz haciendo el bien. No podemos olvidar lo que nos han hecho, pero no vamos a intentar devolverles mal por mal, sino que les deseamos paz y bien. El perdón cristiano es hijo del amor cristiano, que tiene poco que ver con el amor afectivo y pasional. No puedo amarle, ni perdonarle afectivamente, pero le amo y le perdono cristianamente. Es en este sentido en el que Cristo nos manda que perdonemos hasta setenta veces siete, es decir, siempre, a los que nos han ofendido. En este sentido, la misericordia es superior al juicio, como nos dice en su carta el apóstol Santiago.
2.- El Señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. El perdón cristiano siempre tiene algo de excesivo, de regalo de amor. Muchas veces las personas que nos ofenden no merecen nuestro perdón; se lo regalamos por amor. El rey de la parábola no perdonó a su empleado por justicia, sino por amor, porque “tuvo lástima de él”. En el rey de la parábola la misericordia fue superior al juicio. El mensaje de esta parábola es que debemos perdonar siempre, aún en los casos en los que, por justicia legal, no estemos obligados a perdonar. La justicia legal se rige por leyes: tanto me debes, tanto tienes que darme. La justicia moral cristiana, se rige además por el amor cristiano: no tengo obligación legal de perdonarte, pero te perdono por amor. Sólo en este sentido podemos y debemos perdonar siempre.
3.- Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda. La verdad es que aquí el rey, el señor de la parábola, no se portó como Dios, aún cuando en la intención de la parábola esté claro el mensaje de que si nosotros no perdonamos de corazón a nuestro hermano, tampoco Dios nos perdonará a nosotros. Pero la verdad es que la misericordia de Dios es siempre superior a las mezquindades de nuestro corazón. Es verdad que hasta en el Padre Nuestro pedimos a Dios que perdone nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, pero es teológicamente cierto que Dios perdona nuestras ofensas más y mejor que nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Está bien que nos quedemos con el mensaje de la parábola: que debemos perdonar al hermano siempre, si queremos que Dios nos perdone también siempre a nosotros. Pero sin dudar nunca que el perdón de Dios es muy superior a nuestros perdones. La misericordia de Dios es siempre muy superior a nuestros humanos perdones; la misericordia de Dios se ríe de nuestros humanos juicios. Gracias a Dios.
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2.- EL PERDÓN VIVIDO EN COMUNIDAD
Por Pedro Juan Díaz
1.- En esta parte del evangelio de Mateo hay alusiones claras a actitudes y valores que se han de vivir en la comunidad cristiana. Hoy concretamente nos habla del perdón, pero de un perdón vivido en comunidad. No es fácil convivir con otras personas, incluso en nuestras propias familias. A veces tenemos roces hasta con nuestros propios amigos. Y en cierta manera, entra dentro de lo normal, porque cada uno somos cada uno y tenemos nuestras “cadaunadas”. Pero el Señor nos invita a mirarnos con otros ojos, con ojos de hermanos, con mirada fraterna.
2.- Esta mirada fraterna hacia el otro es la clave para entender esta invitación al perdón, porque la fraternidad pasa primero por la aceptación del otro tal y como es. ¡Ojo! Eso no significa que se lo tengamos que consentir todo. Para eso existe la corrección fraterna que, como su propio nombre indica, es corregir a un hermano. Pero con la misma misericordia y ternura con la que nos gustaría que nos corrigieran a nosotros. Y con el mismo amor con que nos corrige y perdona Dios. Porque sólo Dios sabe lo que tiene que aguantar con cada uno de nosotros, ¿verdad?
3.- El evangelio nos cuenta que un empleado de un rey le debía diez mil euros, pero tuvo lástima de él y le perdonó la deuda. Pero este empleado, a su vez, tenía un deudor que le debía cien euros y en vez de perdonárselos como habían hecho con él, lo metió en la cárcel hasta que lo pagara. El rey se enfadó y le hizo pagar la deuda que le había perdonado diciéndole: “¿no debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? La relación es clara: si pedimos a Dios que perdone nuestras ofensas, también nosotros debemos perdonar a los que nos ofenden, en la misma medida. Y eso mismo es lo que pedimos cuando rezamos el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Porque esos que “nos ofenden” también son hermanos nuestros, a los que hemos de aceptar y querer.
4.- Y es que la aceptación es la base para empezar a querer al otro y reconocerlo como hermano. Y desde ahí se puede entender el perdón como un valor evangélico y comunitario que el Señor nos invita a vivir entre nosotros. Que los roces que surgen en nuestras relaciones familiares, amistosas y comunitarias puedan pasar por el filtro del perdón para que todos podamos crecer y vivir felices unos con otros. Ese es el gran objetivo que Dios tiene para nosotros: la felicidad.
5.- Por otro lado, el perdón y la aceptación del otro como un hermano llevará también a la aceptación de criterios diversos en el modo de pensar o de actuar en la vida, y dentro de ella también en aspectos relativos al tema religioso y a nuestra manera de vivirlo. San Pablo intenta educar a su comunidad para que nadie imponga a otro su visión, es más, invita a respetar la relación personal que cada miembro de la comunidad mantiene con Dios. Pero, eso sí, asegurando unas bases comunes, en este caso, que toda nuestra vida (y también nuestra muerte) están orientadas y acompañadas por Jesucristo muerto y resucitado. Dice Pablo: “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte somos del Señor. Para eso murió y resucitó Cristo, para ser Señor de vivos y muertos”.
6.- Jesús resucitado, señor de vivos y muertos, vivo y presente en medio de nosotros, es el que anima nuestra fe y nuestra vida comunitaria. Él dio su vida por nosotros y nos hermanó a todos consigo. Por eso nuestra fe es comunitaria y cada persona es un hermano con el que vivir y compartir esa fe, y los valores que el evangelio nos propone, en este caso, el perdón. Proclamemos ahora juntos, como hermanos, nuestra fe eclesial, esa fe que todos compartimos y celebramos juntos, en comunidad.
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3.- EL PODER CURATIVO DEL PERDÓN
Por José María Martín OSA
1.- Perdón y curación. En la primera lectura se rechaza expresamente el espíritu vengativo y se promete el perdón a los que saben perdonar. En él se anticipa ya lo que se dice en la petición del padrenuestro. Pero la "salud" implica también pedir perdón por los pecados. Pues, según la mentalidad oriental y bíblica, el perdón de los pecados tiene frecuentemente como consecuencia la curación de las enfermedades. De ahí que estuviera generalizada la creencia de que la enfermedad era un castigo por los pecados cometidos El hombre piadoso que reconoce su debilidad se acuerda de los mandamientos del Señor y no se enoja fácilmente contra su prójimo. La alianza con el Señor es el fundamento y la última motivación de esa conducta que debe observar Israel con los demás. Pues también el Señor perdona y es paciente con ese pueblo de dura cerviz.
2.- No debemos juzgar ni condenar a nadie. Pablo da unas orientaciones prácticas para que en la comunidad cristiana reine siempre el respeto mutuo y el amor. Los "fuertes" de espíritu más abierto y menos atados a las viejas tradiciones del judaísmo deben ser comprensivos para con los "débiles" que todavía guardan dichas tradiciones escrupulosamente; pero éstos, a su vez, no deben juzgar la conducta de los primeros. En cualquier caso, unos y otros deben atenerse a su propia conciencia y no condenar al que se comporta de manera distinta. Pues todos somos del Señor y nadie es esclavo del prójimo para que éste pueda juzgar y decidir sobre su vida. El Señor es el que juzga y a quien debemos atenernos tanto en la vida como en la muerte. A él sólo pertenecemos, ya que sólo él murió para destruir nuestra muerte y resucitó para darnos vida abundante.
3.- Perdonar siempre, como Dios nos perdona a nosotros. La deuda con el rey que presenta el relato de evangelio de hoy es sencillamente fabulosa para los oyentes. Diez mil talentos es una cifra difícil de traducir a nuestra moneda. Es una cantidad enorme. Por el contrario, lo que se le reclama al compañero es una miseria. La diferencia entre una y otra es abismal. Así las cosas, el siervo perdonado podría tener todas las razones legales del mundo para condenar a su compañero, pero su actuación queda como moralmente inaceptable. Pablo pide en muchas ocasiones a quienes forman parte de la comunidad que tengan entrañas de misericordia; pues bien, este siervo se comportó como quien no las tiene: sin corazón. Lo más significativo del perdón no es la remisión de una pena merecida, sino el hecho de que el amor de quien perdona se ve más claramente como inmerecido. El amor de Dios es algo de bastante más valor que la fabulosa cantidad que cita la parábola y, sin embargo lo tenemos siempre con nosotros. Somos ante él como deudores insolventes perdonados. Él es "padre de las misericordias", el "amor de los amores", reza un canto eucarístico tradicional, la fuente del darse. El Dios de Jesús es amor. Que Dios es fuente de la misericordia quiere decir que nuestro perdón y nuestra solidaridad con los demás son la consecuencia y no la causa de que El nos perdone. Pero, como cualquier otro tipo de realidad que mana de una fuente, requiere que no se estanque en nosotros, sino que corra hacia los demás a través de nuestra actuación. Pedro entiende que Jesús le pide que sean generosos para perdonar hasta siete veces. Sin embargo, Jesús quiere que perdonemos siempre. Si el número 7 significaba ya la perfección, Jesús quiere en este punto la perfección de la perfección. El perdón cura y trasforma al que perdona y al que es perdonado.
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