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domingo, 16 de octubre de 2011

Evangelio del Lunes XXIX Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 17 de octubre, 2011

Evangelio del Lunes XXIX Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 17 de octubre, 2011
Lectura del Santo Evangelio, según San Lucas 12,13-21
Gloria a ti, Señor
En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia." Él le contestó: "Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?" Y dijo a la gente: "Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes."
Y les propuso una parábola: "Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: "¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios."
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús
Reflexión:
¡Qué fácil resulta para muchas personas buscar inútilmente en los bienes materiales la felicidad, el bienestar, el progreso social, económico y político! Y muchos se desviven más allá de lo razonable en acumular, pensando que en ello está el verdadero sentido de la vida. Sin embargo, la auténtica felicidad la tenemos al alcance de la mano: basta tener suma confianza en Dios y dejarnos guiar por sus manos.
La búsqueda del Reinado de Dios debiera ser el tema central de nuestro quehacer diario. Habríamos de tener en cuenta que más importante que acumular riquezas materiales es atesorar riquezas espirituales que Dios nos pone al alcance de la mano: bondad, perdón, reconciliación, amistad, alegría de vivir, visión optimista de la vida, y el amor, que nos permitirán luchar contra la ambición y avaricia humanas, que nos alejan de Dios.
Debemos aprender a gozar del valor principal de toda la humanidad: el don de la vida que, al final, es la mayor riqueza que podemos obtener. Confiando en Dios, seremos capaces de ir aumentando esa riqueza, viviendo en paz y en armonía con uno mismo y con los demás.

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