Meditación: Viernes de la semana 29 del tiempo ordinario. 21 de octubre, 2011; año impar
«Decía a las multitudes: «Cuando veis que sale una nube por el poniente, en seguida decís: "Va a llover", y así sucede. Y cuando sopla el sur decís: "Viene bochorno", y sucede. ¡Hipócritas! Sabéis interpretar el aspecto del cielo y de la tierra: entonces, ¿cómo es que no sabéis interpretar este tiempo? ¿Por qué no sabéis discernir por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura ponerte de acuerdo con él en el camino, no sea que te obligue a ir al juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo». (Lucas 12, 54-59)
1º. Jesús, te quejas de que la gente acepte signos más o menos indicativos sobre el tiempo atmosférico, y que, por el contrario, no quiera aceptar los evidentes signos del tiempo mesiánico que le proporcionas.
«¿Cómo es que no sabéis interpretar este tiempo?»
Se han cumplido todas las profecías, has hecho milagros portentosos, ¿qué más puedes hacer?
Jesús, no es un problema sólo de conocimiento, sino sobre todo de voluntad.
No te entienden porque no quieren entender, porque están tan aferrados a sus ideas que ya no saben «discernir lo que es justo».
No les llamas incultos, sino «hipócritas», porque viven una doble vida: muestran una fachada llena de honradez y obediencia a Dios, y en su interior están llenos de egoísmo y soberbia.
«Debemos considerar en todas las señales que fueron dadas tanto al nacer como al morir el Señor, cuánta debió ser la dureza de corazón de algunos judíos, que no llegaron a conocerle ni por el don de la profecía, ni por los milagros. Todos los elementos han dado testimonio de que ha venido su Autor. Porque, en cierto modo, los cielos le reconocieron como Dios, pues inmediatamente que nació lo manifestaron por medio de una estrella. El mar le reconoció sosteniéndole en sus olas; la tierra le conoció porque se estremeció al ocurrir su muerte; el sol le conoció ocultando a la hora de su muerte el resplandor de sus rayos; los peñascos y los muros le conocieron porque al tiempo de su muerte se rompieron; el infierno le reconoció restituyendo a los muertos que conservaba en su poder. Y al que habían reconocido como Dios todos los elementos insensibles, no le quisieron conocer los corazones de los judíos infieles y más duros que los mismos peñascos» (San Gregorio).
Jesús, ¿cómo es mi vida cristiana?
¿Me limito a cumplir exteriormente algunos mandatos y tradiciones religiosas, o realmente busco enamorarme de Ti y darme a los demás?
Que no me ocurra lo de aquella gente; que sepa interpretar el sentido de los sacramentos y de la gracia; que sepa discernir lo que es justo y lo que es pecado, de modo que luche por evitar el mal y que, si alguna vez te ofendo, acuda prontamente a la confesión, sin excusarme, sin engañarme.
2º. «Me dices que tienes en tu pecho fuego y agua, frío y calor; pasioncillas y Dios....: una vela encendida a San Miguel, y otra al diablo.
Tranquilízate: mientras quieras luchar no hay dos velas encendidas en tu pecho, sino una, la del Arcángel» (Camino.-724).
Jesús, mi vida es como un camino que he de recorrer antes de llegar a mi destino eterno.
Tú eres el juez que me juzgará en el último día y me darás el premio o el castigo que me merezca.
Durante este caminar terreno, además de tu compañía, siento también cerca al demonio, el «adversario» de mi vida espiritual.
Su voz agridulce me promete todo tipo de placeres si accedo a sus continuas insinuaciones.
Jesús, a veces me da la impresión de tener una vela encendida a San Miguel, y otra al diablo.
No acabo de desprenderme de esas pasioncillas: vanidad, impureza, comodidad.
Mientras voy de camino en esta tierra, quiero tener este «acuerdo» con mi adversario: luchar cada día por mejorar en mi vida interior, sin cansarme, sin darme por vencido.
Jesús, si de verdad lucho cada día, tratando de mejorar en algún punto concreto y dejándome ayudar en la dirección espiritual, al final del camino, cuando tengas que juzgarme, no tendré nada que temer.
Y me premiarás con el premio de los escogidos, porque habré sabido amarte con obras y de verdad.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario