Evangelio del Sábado XXIX Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 22 de octubre, 2011
Lectura del Santo Evangelio, según San Lucas 13,1-9
En aquella ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera."
Y les dijo esta parábola: "Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?" Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas.""
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús
Reflexión:
Jesús explicaba, con la mayor claridad posible, cuál era el pensamiento de Dios, que se proyectaba a la humanidad a través de sí mismo. Para ello utilizaba parábolas.
La intención de esta parábola de hoy es mostrarnos a nosotros mismos, comparándonos con una higuera que se enfrenta a la disyuntiva de producir fruto o no, de proclamar el Reinado de Dios o de desentenderse de él.
Lo que nos aleja de esa misión, que debiéramos hacer realidad aquí y ahora en nuestra vida, es todo nuestro accionar en contra de lo que el mismo Jesús nos enseña: el pecado, el egoísmo, la cultura de la muerte, la falta de respeto por la vida propia y la de los demás.
Pero todo eso, producto de nuestra libertad siempre respetada por Dios, puede y debe transformarse, aprovechando las constantes oportunidades que el mismo Dios nos da para revertir el mal y para producir buenos frutos. Para ello habremos de sacar a relucir la capacidad que tenemos de hacer el bien, que es justamente lo que Dios nos pide para ayudar a la construcción de su Reinado.
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