Meditación: Lunes de la semana 30 del tiempo ordinario. 24 de octubre, 2011; año impar
«Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Rabia una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar. Al verla. Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: «Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados». Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: «Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado?» Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado?» A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía.» (Lucas 13,10-17)
1º. Jesús, hay algo en esta curación que la hace distinta a las demás.
Normalmente, el que quiere ser curado viene a ti y te pide el milagro.
Entonces Tú pruebas a aquella persona para ver si tiene fe.
Una vez probada su fe, le curas diciendo: «tu fe te ha salvado».
En este caso no, Tú tomas la iniciativa: ves a aquella pobre mujer que «estaba encorvada sin poder enderezarse de ningún modo,» te apiadas de ella y la curas.
Algo parecido ocurre con otro paralítico que llevaba treinta y ocho años esperando ser curado en la piscina de los cinco pórticos, pero que no tenía nadie que le ayudara: «no tengo hombre que me introduzca en la piscina» (Juan 5,7).
Tú te acercas a él, sabiendo que llevaba ya mucho tiempo y le dices: «¿Quieres ser curado?» (Juan 5,6).
Estos dos casos me enseñan una lección importante: cuando una persona no tiene los medios necesarios para conocerte, cuando no puede «enderezarse de ningún modo» o no tiene a nadie que la introduzca a los Sacramentos y la vida de gracia, Tú aún puedes salvarlos, si encuentras un corazón recto y bien dispuesto.
No tienen fe, pero la habrían tenido si alguien les hubiera ayudado, si hubieran conocido el Evangelio.
«Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna» (CEC.-847).
2º. «Esfuérzate para que las instituciones y las estructuras humanas, en las que trabajas y te mueves con pleno derecho de ciudadano, se conformen con los principios que rigen una concepción cristiana de la vida. Así, no lo dudes, aseguras a los hombres los medios para vivir de acuerdo con su dignidad, y facilitarás a muchas almas que, con la gracia de Dios, puedan responder personalmente a la vocación cristiana» (Forja.-718).
Jesús, no te quedas callado ante la acusación del jefe de la sinagoga, por muy «indignado» que estuviera.
Y le respondes con energía «-¡Hipócritas!» desvelando la falta de lógica contra la dignidad de la persona que estaba aplicando: esa mujer vale más que cualquier buey o asno, porque es «hija de Abraham,» hija de Dios.
Del mismo modo he de esforzarme y mover a otros para que en mi lugar de trabajo y en la sociedad en que vivo, se respeten los principios que rigen una concepción cristiana de la vida.
En esta concepción, la persona alcanza su mayor dignidad, puesto que es un hijo o hija de Dios.
Jesús, por ser cristiano, no me puedo callar ante las injusticias sociales, ante un ambiente pervertido o un gobierno totalitario.
Las instituciones y estructuras humanas pueden facilitar que mucha gente responda personalmente a la vocación cristiana o pueden ahogar cualquier intento de vivir la fe en la práctica.
Que me sienta responsable y que anime a muchos a trabajar por la paz, la libertad, y la justicia en mi entorno familiar, profesional y social.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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