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sábado, 21 de enero de 2012

Ordinario de la Misa: Domingo III Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. 22 de Enero, 2012

Ordinario de la Misa: Domingo III Semana Tiempo Ordinario. Ciclo B. 22 de Enero, 2012
Tercer Domingo del Tiempo Ordinario
Día del Señor
Descúbrenos, Señor, tus caminos
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor
Antífona de Entrada
Cantad al Señor un cántico nuevo, hombres de toda la tierra, cantad al Señor. Hay brillo y esplendor en su presencia y en su templo, belleza y majestad.
Se dice Gloria.
Oración Colecta
Oremos:
Dios eterno y todopoderoso, conduce nuestra vida por el camino de tus mandamientos para que, unidos a tu Hijo amado, podamos producir frutos abundantes.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Jonás (3, 1-5. 10)
En aquellos días, el Señor volvió a hablar a Jonás y le dijo: “Levántate y vete a Nínive, la gran capital, para anunciar ahí el mensaje que te voy a indicar”.
Se levantó Jonás y se fue a Nínive, como le había mandado el Señor. Nínive era una ciudad enorme: hacían falta tres días para recorrerla. Jonás caminó por la ciudad durante un día, pregonando: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”.
Los ninivitas creyeron en Dios, ordenaron un ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños. Cuando Dios vio sus obras y cómo se convertían de su mala vida, cambió de parecer y no les mandó el castigo que había determinado imponerles.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 24
Descúbrenos, Señor,
tus caminos.
Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza.
Descúbrenos, Señor,
tus caminos.
Acuérdate, Señor, que son eternos tu amor y tu ternura. Según ese amor y esa ternura, acuérdate de nosotros.
Descúbrenos, Señor,
tus caminos.
Porque el Señor es recto y bondadoso, indica a los pecadores el sendero, guía por la senda recta a los humildes y descubre a los pobres sus caminos.
Descúbrenos, Señor,
tus caminos.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta
del apóstol san Pablo a los
Corintios (7, 29-31)
Hermanos: Les quiero decir una cosa: la vida es corta. Por tanto, conviene que los casados vivan como si no lo estuvieran; los que sufren, como si no sufrieran; los que están alegres, como si no se alegraran; los que compran, como si no compraran; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran de él; porque este mundo que vemos es pasajero.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
El Reino de Dios está cerca, dice el Señor; arrepiéntanse y crean en el Evangelio.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Marcos (1, 14-20)
Gloria a ti, Señor.
Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el
Evangelio de Dios y decía:
“Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio”.
Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca, remendando sus redes. Los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre con los trabajadores, se fueron con Jesús.
Palabra del Señor.
Gloria a ti Señor, Jesús.

Comentario:
Comenzamos hoy la lectura continuada del Evangelio de san Marcos. Una oportunidad para, domingo tras domingo, adentrarnos en la intención que vertebra todo este evangelio: desvelar el misterio de Cristo al que presenta como "una figura desconcertante ante un auditorio desconcertado", según el escriturista P. Schökel. Tanto el evangelio como la primera lectura comienzan con frases parecidas. Jonás recibe este mandato: "Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo"; san Marcos encabeza la vida pública de Jesús con estas palabras: "Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios".
No es una anécdota que cuando, según el libro de Jonás, Dios decide intervenir en el caos moral que esta llevando a la ruina a Nínive envíe a un profeta sencillamente para que hable, para que diga a los ninivitas una palabra que los podía arrancar de sus pecados y hacerles beneficiarios del perdón y de la salvación. Tampoco es un dato insignificante que Jesús, como nos narra Marcos, iniciase su vida pública y a lo largo de toda ella se dedicase a hablar, a proclamar el Evangelio ¬la Buena Noticia¬ de Dios.
Con estas coincidencias, ambas lecturas nos alertan sobre el lugar que ocupa en nuestra vida cristiana la Palabra de Dios, que la Iglesia ha conservado en la Biblia. De su escucha meditativa y de la fidelidad con que la conservemos en nuestra vida dependerá que se haga realidad en nosotros el deseo de Jesús: "Venid conmigo". Buen propósito será dejar las "redes" de tantas voces que nos aturden y atendamos solamente a la suya y le sigamos.
La lectura de la 1ª carta de Pablo a los corintios también puede iluminarse hoy con la del evangelio de Marcos: ante el reinado de Dios que ha sido instaurado por la actuación de Jesús -su predicación, sus milagros, sus controversias, especialmente su muerte y resurrección-, todas las realidades humanas adquieren un nuevo sentido: comprar, vender, llorar, reírse, casarse o permanecer célibe, todo es diferente y su valor distinto. Lo absolutamente definitivo es el ejercicio de la voluntad salvífica de Dios que Jesús vino a poner en marcha. Por eso Pablo puede afirmar que "la presentación de este mundo se termina", es decir, que Dios hace nuevas todas las cosas realizando la utopía de su Reino en donde pobres y tristes, enfermos y condenados, excluidos y ofendidos de la tierra son rescatados y acogidos, y en donde los ricos y los poderosos son llamados urgentemente a la conversión.
Después de narrarnos los comienzos del evangelio con Juan Bautista, con la unción mesiánica de Jesús en el río Jordán y con sus tentaciones en el desierto, Marcos nos relata, en unas frases muy condensadas, los comienzos de la actividad pública de Jesús: es el humilde carpintero de Nazaret que ahora recorre su región, la próspera pero malafamada Galilea, predicando en las aldeas y ciudades, en los cruces de los caminos, en las sinagogas y en las plazas. Su voz llega a quien quiera oírlo, sin excluir a nadie, sin exigir nada a cambio. Una voz desnuda y vibrante como la de los antiguos profetas. Marcos resume el entero contenido de la predicación de Jesús en estos dos momentos: el reinado de Dios ha comenzado es que se ha cumplido el plazo de su espera y ante el reinado de Dios sólo cabe convertirse, acogerlo, aceptarlo con fe.
Muchos reinados recordaban los judíos que escuchaban a Jesús: el muy reciente reinado de Herodes el Grande, sanguinario y ambicioso; el reinado de los asmoneos, descendientes de los libertadores Macabeos, reyes que habían ejercido simultáneamente el sumo sacerdocio y habían oprimido al pueblo, tanto o más que los ocupadores griegos, los seléucidas. Recordaban también a los viejos reyes del remoto pasado, convertidos en figuras de leyendas doradas, David y su hijo Salomón, y la lista tan larga de sus descendientes que por casi 500 años habían ejercido sobre el pueblo un poder totalitario, casi siempre tiránico y explotador. ¿De qué rey hablaba ahora Jesús? Del anunciado por los profetas y anhelado por los justos. Un rey divino que garantizaría a los pobres y a los humildes la justicia y el derecho y excluiría de su vista a los violentos y a los opresores. Un rey universal que anularía las fronteras entre los pueblos y haría confluir a su monte santo a todas las naciones, incluso a las más bárbaras y sanguinarias, para instaurar en el mundo una era de paz y fraternidad, sólo comparable a la era paradisíaca de antes del pecado.
Este «reinado de Dios» que Jesús anunciaba hace 2000 años por Galilea, sigue siendo la esperanza de todos los pobres de la tierra. Ese reino que ya está en marcha desde que Jesús lo proclamara, porque lo siguen anunciando sus discípulos, los que Él llamó en su seguimiento para confiarles la tarea de pescar en las redes del Reino a los seres humanos de buena voluntad. Es el Reino que proclama la Iglesia y que todos los cristianos del mundo se afanan por construir de mil maneras, todas ellas reflejo de la voluntad amorosa de Dios: curando a los enfermos, dando pan a los hambrientos, calmando la sed de los sedientos, enseñando al que no sabe, perdonando a los pecadores y acogiéndolos en la mesa fraterna; denunciando, con palabras y actitudes, a los violentos, opresores e injustos.
A nosotros corresponde, como a Jonás, a Pablo y al mismo Jesús, retomar las banderas del reinado de Dios y anunciarlo en nuestros tiempos y en nuestras sociedades: a todos los que sufren y a todos los que oprimen y deben convertirse, para que la voluntad amorosa de Dios se cumpla para todos los seres del universo.
Para la revisión de vida
Con frecuencia pensamos que ser cristiano consiste en ratificar el credo en todos sus artículos y aceptar sin fisuras en nuestra mente todos los dogmas y proposiciones que la Iglesia nos haga; olvidamos que lo esencial no está en la mente sino en el corazón y en la vida, que lo esencial es el encuentro personal con el proyecto de Dios, su propuesta, en la Causa de Jesús. ¿Es mi fe una simple amistad con Jesús, una apasionada opción vital por su Causa (el Proyecto de Dios, ¡su Reinado!, razón de mi vida)?

Se dice Credo.
Oración de los Fieles
Celebrante:
Hermanos, Dios nos da la salvación y nos llama a convertirnos y a creer en Él. Por eso oremos con confianza para que su Reino llegue a nosotros y en nosotros crezca.
Digamos:
Venga a nosotros tu Reino.
Para que la Iglesia presente el Reino ya cercano, comprometiéndose en la transformación de nuestra sociedad y en la conversión de sus estructuras.
Oremos.
Venga a nosotros tu Reino.
Para que la invitación del Señor a seguirlo resuene en el corazón de los jóvenes, y le respondan con generosidad.
Oremos.
Venga a nosotros tu Reino.
Para que en nuestra sociedad impere la justicia, y reine Dios y su verdad.
Oremos.
Venga a nosotros tu Reino.
Para que cuantos van a morir y no conocen a Jesús, se conviertan a Él, y cuantos ya le conocemos nos dejemos transformar por su amor.
Oremos.
Venga a nosotros tu Reino.
Para que el Señor nos instruya en sus caminos, se nos manifieste como Salvador y nos ayude a vivir con rectitud y humildad de corazón. Oremos.
Venga a nosotros tu Reino.
Para que los que compartimos el Pan y el Vino de la vida nos dejemos involucrar en la obra salvadora de Jesús.
Oremos.
Venga a nosotros tu Reino.

Celebrante:
Escucha, Padre, nuestras oraciones, y haz que no desaprovechemos el tiempo presente, para que cuando vengas nos encuentres aguardando tu Reino de justicia y de paz.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Oración sobre las Ofrendas
Acepta, Señor, con bondad, los dones que te presentamos y santifícalos por medio de tu Espíritu para que se nos conviertan en sacramento de salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio Dominical III
Nuestra salvación por el Hijo de
Dios hecho hombre
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque manifestaste admirablemente tu poder no sólo al socorrer nuestra débil naturaleza con la fuerza de tu divinidad, sino al prever el remedio en la misma debilidad humana, y así de lo que fue causa de nuestra ruina hiciste el principio de nuestra salvación, por Cristo, nuestro Señor.
Por Él, los ángeles cantan con júbilo eterno y nosotros nos unimos a sus voces, cantando humildemente tu alabanza:
Santo, Santo, Santo…

Antífona de la Comunión
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Te damos gracias, Señor, por habernos alimentado con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y te pedimos que este don tuyo sea para nosotros fuente inagotable de vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

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