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jueves, 1 de marzo de 2012

Evangelio Domingo II Semana de Cuaresma. Ciclo B. 04 de Marzo, 2012.

Evangelio Domingo II Semana de Cuaresma. Ciclo B. 04 de Marzo, 2012. † Lectura del santo Evangelio según san Marcos (9, 2-10) Gloria a ti, Señor. En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados. Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de ‘resucitar de entre los muertos’. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús. Comentario: Después del anuncio de la pasión y del llamado al seguimiento Marcos introduce el relato de la transfiguración (Mc 9, 2-8). Una Pascua “anticipada” junto a una crucifixión igualmente “anticipada”. Después viene la discusión sobre la resurrección y el retorno de Elías (Mc 9,9-13) y la historia de la sanación del niño mudo (Mc 9,14-29). Los tres relatos tejen un tríptico eclesial que vincula la experiencia de oración, la fe sanadora y el anuncio de la pasión y la resurrección. Así la experiencia pascual (transfiguración) está unida a la acción liberadora. En el camino a Jerusalén era necesaria la transfiguración. Galilea había mostrado el “éxito” del reino de Dios. La comunidad discipular identificó allí la realización de los tiempos mesiánicos relacionados con los milagros de Jesús y con las multitudes necesitadas. La expectativa judía de un Mesías liberador de la opresión romana estaba siendo respondida. La comunidad discipular aún no salía de estos moldes mesiánicos. Cuando Jesús anuncia su pasión y crucifixión, hay alarma y desconcierto. No se entiende un mesianismo que pase por la cruz. Para “corregir” esta situación vivida por la comunidad post-pascual de Marcos, el relato introduce la transfiguración. No sabemos cuál sea el contenido materialmente histórico de este relato teológico, ni es importante conocerlo; este relato, como todo el evangelio, no está escrito tanto “para que sepamos” un dato material de la vida de Jesús, sino “para que creamos”, para alimentar nuestra fe subrayando un aspecto de una verdad salvífica (no una verdad física). Lo que en el sentido profundo se trasmite en el texto es una vivencia fundamental para toda persona humana, que lo fue sin duda también para Jesús: la necesidad de transcender la superficie de las cosas para captar su sentido profundo. En un momento privilegiado de gracia, los discípulos pudieron acceder a una visión más honda de lo que significaba aquél Jesús humilde que les acompañaba “como uno de tantos”. Y eso les dio ánimos y les fortaleció para continuar la “subida a Jerusalén”. La fe es la que opera esa “transfiguración”; por ella la vida real, tantas veces chata y sin relieve, rutinaria o hasta decepcionante, se “trasfigura”, mostrándonos sus riquezas de sentido, su trasfondo de dimensiones transcendentes, hasta hacernos experimentar incluso que “todo es gracia”. Ante esa visión transfigurada de la realidad, uno se extasía, siente el deseo de detener el tiempo para contemplar y saborear... Pero esos momentos privilegiados, transfigurados, son excepciones; a lo largo del camino hacia Jerusalén hay pocos montes Tabor. La fe es la que debe suplir y hacer posible en el fondo del corazón la fuerza para subir al monte Tabor, incluso cuando podamos estar cerca del otro monte, el Calvario… La fe nos puede dar “una visión contemplativa de la realidad”, una visión mayor, penetrante, transfiguradora, anticipadamente escatológica incluso.

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