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jueves, 1 de marzo de 2012

HOMILIAS: II DOMINGO DE CUARESMA. CICLO B. 04 DE MARZO 2012.

HOMILIAS: II DOMINGO DE CUARESMA. CICLO B. 04 DE MARZO 2012. 1.- “ESCUCHADLO” Por Pedro Juan Díaz 1.- En este segundo domingo de la Cuaresma, la Palabra de Dios nos vuelve a recordar que Dios tiene un plan para con nosotros, sus hijos. Es un pacto, una alianza, iniciativa de su generosidad. Las primeras lecturas de estos domingos de la Cuaresma nos lo van a recordar. Si la semana pasada Dios hacía un pacto con Noé, hoy es con Abraham: “te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa… porque me has obedecido”. Y la respuesta de Abraham en todo momento es: “aquí me tienes”. De él hemos aprendido a confiar en Dios en todo momento y situación. 2.- La vivencia de Abraham y la de Jesús, en el evangelio de hoy, tienen como punto común una experiencia de oración, una experiencia de Dios. Ambos ESCUCHAN a Dios y ambos obedecen, porque ambos tienen su confianza puesta en Él. Esa escucha obediente y esa disponibilidad para llevar adelante los planes de Dios son el camino para la salvación. Y ambos la experimentan, eso sí, no sin pasar por dificultades. 3.- La transfiguración de Jesús es la consecuencia de su experiencia de Dios. Jesús nos muestra como es Dios. No es un Dios que quiera el mal de las personas, todo lo contrario. Los momentos de oración de Jesús le han hecho descubrir a un Dios enamorado de las personas. Es un Dios que nos quiere, que quiere a Jesús: “este es mi Hijo amado”, le dice. Y también lo dice de todos nosotros. Somos sus hijos y nos quiere. Y eso lo ha experimentado Jesús en su vida. Por eso, por esa gran confianza, va a llevar hasta las últimas consecuencias el plan de Dios, aunque eso le lleve a pasar por la cruz. Jesús va a recorrer su camino hasta el final. La vida que se nos da en la resurrección, y que Jesús nos muestra con su transfiguración, va a pasar antes por la entrega total en la muerte de cruz. 4.- Yo creo que el secreto de esta experiencia de Dios es la escucha, una escucha empapada de confianza. Marcos nos había presentado a Jesús en su bautismo con una misma “voz del cielo” que decía: “este es mi hijo amado”. Lo que hoy nos añade es: “escuchadlo”. Esa es la experiencia de Abraham, de Jesús y de tantos otros que han llevado adelante el proyecto de Dios. La cuestión será si tú y yo somos también de esos, o nos dejamos arrastrar por otras voces engañosas. 5.- Los caminos y los planes de Dios están llenos de paradojas, a veces son insospechados, son caminos que nosotros ni adivinamos, ni nos atreveríamos a transitar. Pero esa escucha de Dios y esa disponibilidad para sus planes hacen posible que la alianza entre Dios y las personas se lleve a cabo, que la salvación de Dios llegue a todos, aunque los caminos estén llenos de incomprensiones y momentos de dificultad. 6.- San Pablo es otro de los que experimentan el amor de Dios, ¡y con qué fuerza! Dios nos ha dado a su Hijo para nuestra salvación, porque Dios es amor. Dios se ha comprometido con nosotros, está de nuestra parte. Entonces, “¿quién estará contra nosotros?”, dice San Pablo. Por eso, al final de este capítulo (aunque no aparece en el texto de la liturgia), San Pablo acaba diciendo: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?... Nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”. 7.- Quizá nosotros en este momento, aquí en la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, estemos experimentando un pequeño “Tabor”, un momento donde sentimos a Jesús cerca de nosotros, transfigurado. Pero ahora después hemos de volver al camino de la vida. Jesús baja de la montaña y vuelve a su camino hacia Jerusalén, donde sabe lo que le espera. Los discípulos están desconcertados, porque no saben bien lo que ha pasado. Pero después de esta experiencia, Jesús y nosotros experimentaremos la vida y sus dificultades de otra manera. Será cuestión de agudizar el oído, de estar atentos a los planes de Dios, de ESCUCHARLE y mostrarnos disponibles, con mucha confianza, como la de un hijo con su Padre. 8.- La resurrección de Jesús es la gran Buena Noticia para toda la humanidad, porque le da un sentido nuevo a nuestras vidas. Procuremos no olvidarlo en este camino cuaresmal, que no es, ni más ni menos, que una imagen del camino de nuestra propia vida. 2.- EXPERIENCIA DE DIOS Y ENCARNACIÓN EN EL MUNDO Por José María Martín OSA 1.- Cuestión de confianza. Abraham había sido probado por Dios en otras ocasiones, pero nunca se le había pedido tanto como ahora. Si antes se le exigió renunciar a su pasado, abandonar su tierra y su familia para salir en busca de la tierra prometida, ahora se le exige renunciar a su futuro, y no comprende cómo van a cumplirse las promesas de llegar a ser padre de un pueblo numeroso si ahora ha de sacrificar a su único hijo. Abraham, sin hacer cuestión de la palabra de Dios, se dispone a cumplirla hasta las últimas consecuencias. Ha superado la prueba. Dios exige ciertamente que el hombre esté dispuesto a los mayores sacrificios y no se reserve nada cuando es él quien se lo pide; pero no quiere que el hombre exprese tal disposición de ánimo con la tremenda crueldad de los sacrificios humanos, pues él es un Dios misericordioso. No es la destrucción del hombre lo que enaltece la grandeza de Dios, sino todo lo contrario: la salvación del hombre. El paralelismo entre lo sucedido en el monte Moria y lo que sucedería más tarde en el monte Calvario no se funda en detalles exteriores -Isaac lleva sobre sus hombros el fajo de leña y Jesús llevará sobre los suyos la cruz-, sino en la obediencia de Abraham y en la confianza de Isaac que encontrarían en Jesús la más perfecta realización. 2- Nada ni nadie podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Así concluye el capítulo 8 de la Carta a los Romanos. El amor de Dios al hombre llega hasta el extremo. El Dios que perdonó al hijo de Abraham, ahora resulta que “no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”. Esta afirmación no podemos entenderla literalmente, porque volveríamos a presentar la imagen de un Dios sin entrañas. La muerte de Cristo la quisieron los hombres. Dios le entregó en el sentido de que no le defendió y en el sentido de que le encomendó una misión que le llevaría a la muerte. Pero importa ahora destacar las conclusiones paulinas: el que nos dio a su Hijo y con él nos lo dio todo, ¿cómo no nos dará cualquier cosa? El que no perdonó a su Hijo por nosotros, ¿cómo no nos perdonará a nosotros? Si por salvarnos a nosotros dejó que condenaran a su Hijo, ¿cómo nos va El a condenar? Diríamos que Dios, entre su Hijo y nosotros, nos prefirió a nosotros. ¿Cómo no lo vamos a esperar todo de El? 3.- ¡Qué bien se está aquí! Cuando sentimos dentro de nosotros el amor de Dios y contemplamos su grandeza corremos el peligro de quedarnos ahí, sin salir al encuentro del hermano. La Cuaresma, decíamos el Miércoles de Ceniza, es encuentro con Dios y con el hermano. La tentación de "hacer tres tiendas" está siempre presente. Es curioso que el hombre se preocupe siempre por construirle una casa a Dios, cuando el mismo Dios ha bajado a la tierra para vivir en las casas de los hombres. Dios no tiene tanta necesidad de metros cuadrados para iglesias como de acogida en el corazón humano. Dios no quiere vivir en un "hotel para dioses" relegado como nuestros ancianos, en una especie de parkings. Dios quiere vivir en familia con los hombres, andar entre sus pucheros. Por ambientados que estén nuestros templos, siempre le resultarán fríos a un Dios que busca el cobijo de los hombres. El Dios-con-nosotros no puede quedar en una especie de producto situado en un mercado al que se acude cuando se necesitan servicios religiosos. Dios no es un objeto de consumo. Él es la vida misma del hombre, pero nosotros nos empeñamos en confinarlo en su casa en lugar de tenerlo como compañero continuo en el camino de la vida. El Dios de Jesús no se mantiene en alturas celestiales, sino que nos señala en dirección al mundo. Además de nuestra condición de hombres, hay algo que refuerza nuestro interés por el mundo: nuestra fe. "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y las esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo", nos recordaba la Gaudium et Spes. Bajemos con Jesús de la montaña, para vivir en la llanura de cada día, acompañando al pobre, al parado, al enfermo, al anciano solo, a la madre desgarrada por el dolor… 3.- LA TRANSFIGURACIÓN COMO RESPUESTA DE JESÚS A LAS DUDAS DE LOS DISCÍPULOS Por Gabriel González del Estal 1.- Se transfiguró delante de ellos. La transfiguración del Señor delante de Pedro, Santiago y Juan ocurrió unos seis días después de haber dicho Jesús a sus discípulos que “el Hijo del Hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días”. En aquel momento, como nos dice también el texto evangélico: “Pedro, tomándole aparte se puso a reprender a Jesús, y Jesús, a su vez, reprendió a Pedro, diciéndole: Quítate de mi vista. Satanás”. Pues bien, en este contexto, debemos entender la transfiguración del Señor, como la respuesta de Jesús a los tres discípulos. Los discípulos estaban apesadumbrados y abatidos, sin entender muy bien lo que Jesús había querido decirles con aquellas palabras. No podían creer que a Jesús, el Mesías, lo pudieran ajusticiar y matar las autoridades de Israel y, por otro lado, no entendían qué había querido decir con eso de que resucitaría a los tres días. ¿Es que el Jesús con el que ellos convivían era un Mesías distinto al que ellos se habían imaginado? La respuesta de Dios, desde la nube, no pudo ser más clara: “este es mi Hijo amado, escuchadle”. Ahora no debían tener ya más dudas: sí, el Jesús que ellos conocían y que les había dicho que sería condenado y ajusticiado era el mismo que ellos acababan de ver ahora transfigurado y glorioso, este era el Hijo amado de Dios, al que debían escuchar y obedecer. El prefacio de la misa de este domingo dice muy claramente cuál es el mensaje de esta fiesta: “Cristo, nuestro Señor, después de anunciar su muerte a sus discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los Profetas, que la Pasión es el camino de la Resurrección”. 2.- Qué bien se está aquí. ¡Qué humano era Pedro y qué espontáneo! Cuando las cosas nos van bien, ¡qué a gusto se está! La visión de un Jesús transfigurado le había dejado a Pedro fascinado. ¿Por qué tenían que volver ahora a la llanura, a seguir sufriendo y peleándose con ancianos, escribas y fariseos? “Desciende, Pedro, le dirá San Agustín cuatro siglos más tarde, tú que deseabas descansar en el monte…; trabaja, suda, padece algunos tormentos a fin de llegar, por el brillo y la hermosura de las obras hechas en caridad, a poseer eso que simbolizan los blancos vestidos del Señor. ¡Qué maravillosa nos parece la realidad, cuando la vemos transfigurada por los ojos de la fe! Pero, desgraciadamente, eso sólo nos ocurre en algunos momentos privilegiados. En el día a día la realidad se nos impone como algo monótono, vulgar, y, a veces, hasta hiriente e inhóspita. Los momentos de visión de la realidad transfigurada por la fe deben servirnos para soportar con más fe y entereza el duro vivir de cada día. ¡Qué hermoso y qué agradable es estar y sentirse en comunión con Dios y con los hermanos! 3.- No alargues la mano contra tu hijo, ni le hagas nada. Abrahán había salido triunfante de la prueba de fe que le había puesto el Señor. Eso era suficiente; el Señor, su Dios, nunca había querido, ni quería ahora, sacrificios humanos. Eso era propio de pueblos idólatras, que no conocían la bondad y la misericordia del Dios de Israel. ¡Las pruebas de la fe! Todos tenemos momentos malos, en los que nos resulta difícil ver la mano bondadosa del Señor. Pero, aún en los momentos de mayor oscuridad y desdicha, no debemos perder nunca el convencimiento y la seguridad de que Dios sigue siendo bondadoso y benevolente con nosotros. Las pruebas de fe deben reforzar nuestra fe, nunca destruirla. 4.- Si está Dios con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Eso les decía San Pablo a los primeros cristianos de Roma, eso mismo repetía santa Teresa a sus monjas: quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta. No siempre nos va a resultar fácil sentir y decir esto, pero la fortaleza de nuestra fe debe suplir en estos casos la debilidad de nuestra voluntad y de nuestro entendimiento. Para conseguirlo, pidamos todos los días, con el salmista, que se nos permita caminar siempre en la presencia del Señor. Cristo, nuestro hermano mayor, así lo hizo y así nos lo enseñó.

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