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jueves, 10 de mayo de 2012
La homilía de Betania. VI Domingo de Pascua 13 de mayo de 2012
La homilía de Betania. VI Domingo de Pascua
13 de mayo de 2012
1.- PERMANECER
Por Pedro Juan Díaz
1.- Leemos hoy la segunda parte del capítulo 15 del evangelio de San Juan. Conviene caer en la cuenta de que el marco en el que Jesús está hablando a sus discípulos es la última cena. Es un ambiente celebrativo, pero también de despedida, donde Jesús está recordando a sus discípulos lo más importante de todo lo que les ha ido enseñando durante los tres años que ha estado con ellos. Y la frase que lo resume todo es esta: “amaos unos a otros como yo os he amado”. Esta es la manera concreta de responder a la invitación que recorre todo el capítulo: “PERMANECED en mi amor”. Permanecer es vivir unidos a Él, en una comunión tan fuerte que haga posible el amor a Dios y a los hermanos, es decir, que haga posible que podamos amarle a Él y amarnos nosotros como Él nos amó. Esto, que parece un pequeño trabalenguas, es la raíz de la fe y del mensaje cristiano.
2.- Todo empieza en el acto creador de Dios. Dios piensa en nosotros desde el principio, de manera individual, piensa en ti y en mí, y ya empieza a amarnos. Nos crea por amor. Nos crea para la vida y la felicidad. Las personas somos fruto del amor de Dios. Es un amor gratuito, es el amor primero, sin condiciones. Por eso nuestra respuesta a Dios ha de ser igual. Pero no siempre es así. Muchas veces nos ponemos nosotros por delante de Dios, nuestro egoísmo, nuestra vanidad, y dejamos a un lado el amor de Dios, para poner nuestro pobre amor humano, cuando, si fuera al revés, nuestro amor se multiplicaría. Pero ahí está nuestro pecado. Sin embargo, Dios nos ha amado tanto, que está dispuesto a re-crearnos, y nos ha enviado a su Hijo Jesús para entregar su vida por nosotros, por nuestro egoísmo, por nuestros pecados. Jesús ha llevado el mandamiento del amor hasta sus últimas consecuencias. Al principio decía Jesús: “tratad a los demás como queréis que ellos os traten”; o también: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”; o incluso lo de: “amad a vuestros enemigos”. Pero la culminación de ese amor está en “que os améis unos a otros como yo os he amado”, que nos amemos como Dios ama, sin límites, sin medida, en definitiva, que nos amemos entre nosotros como nos ha amado Jesús.
3.- Y este amor entre nosotros produce un fruto muy importante: hace eficaz nuestra misión. A veces nos preguntamos por qué no viene la gente a la Iglesia, porque los jóvenes no se acercan a Dios… y muchas otras cosas. Quizá porque hemos descuidado este mandamiento tan importante. Quizá porque no ven en nosotros que nos amemos como Jesús nos amó. Quizá porque nos falte dar ese testimonio a nuestro mundo. A lo mejor esa es la razón por la que hay gente que permanece indiferente o alejada del amor de Dios. Tal vez las comunidades cristianas deberíamos plantearnos muy en serio si verdaderamente está en nosotros el amor de Dios, si nos amamos como Él nos amó. Es posible que, entonces, nuestra vida sea más alegre, como decía Jesús: “os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.
4.- Está claro que esto no podemos hacerlo nosotros solos, necesitamos el Espíritu Santo, ese al que estamos esperando en Pentecostés, dentro de dos semanas. Y también tenemos una convicción muy importante, que nos fortalece en la misión: “no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure”. Es Dios y su gran amor quien nos ha escogido, el que nos ha amado desde el principio y ha pensado en nosotros para llevar adelante su proyecto de amor a toda la humanidad. Dios ha pensado en ti y en mí, nos ha amado sin límites y nos ha destinado a vivir ese mismo amor entre las personas, sin distinciones. “Dios no hace distinciones”, dice San Pedro a Cornelio en la primera lectura. Por eso San Pedro decide bautizar a Cornelio, un pagano, porque el Espíritu Santo ha venido también a él y los suyos, también sobre los gentiles. Se trata de abrirnos a la acción del Espíritu Santo, de dejarnos hacer, de PERMANECER unidos a Él, para que Dios haga en nosotros, y a través nuestro, lo que nosotros solos no podemos hacer.
Dios también nos llama y nos convoca a celebrar la Eucaristía, el Sacramento de su Amor entregado. En ella, Jesús nos habla con amor al corazón y nos da su Pan, su amor, su vida. Que nuestra respuesta sea igual de generosa con nuestros hermanos.
2.- “AMAOS COMO YO”
Por José María Maruri S.J.
1.- No sabemos como será su justicia, ni su misericordia, lo que sí sabemos es que nuestro Padre Dios cuando se trata de amar no es prudente, no es sensato, como nosotros sus hijos lo somos.
Nuestro Padre Dios tenía una viña y unos viñadores a los que realmente quería. Llegó la hora de cobrar el alquiler y envió unos criados a cobrar lo estipulado y los viñadores los mataron. Nuestro Padre Dios volvió a enviar otros, y los mataron. Y entonces envió a su Hijo y también lo mataron. Todo porque nuestro Padre Dios amaba a su viña y a los viñadores. Eso no es prudencia, ni sensatez. Eso raya en la locura. Nosotros, a la primera hubiéramos enviado a la Policía Nacional.
2.- ¿Y el Primogénito de nuestro Padre Dios? Pues como dice el dicho castellano “de tal palo tal astilla”, amó tanto a los hombres que se hace hombre y por enseñarles la verdad tal cual es, acaba dando su vida por nosotros. Cuánto mas fácil hubiera sido borrarnos del mapa para siempre.
3.- Este amor imprudente, alocado, de Dios Padre y de Dios Hijo nos debe intranquilizar a nosotros. Porque Jesús, en el Evangelio de hoy, nos resume todo lo que nos ha venido a enseñar. Nos dice con toda tranquilidad y sin inmutarse, como la cosa más natural del mundo: “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, COMO YO OS HE AMADO.
Si queréis lo tomáis y si no lo dejáis. Pero si queréis ser mis discípulos yo exijo que OS AMÉIS UNOS A OTROS COMO YO OS HE AMADO. Si no es va, dejadlo para otros, no seréis mis discípulos.
Y este –con mayúsculas—COMO YO OS HE AMADO viene del padre: “como el Padre os ha amado yo os he amado. Y como puede verse, lo alocado de su amor le viene de la herencia de su Padre.
4.- Hermanos, este modo de amar no va con nosotros: amar hasta hacer el tonto. Amar hasta que abusen de nosotros. Amar hasta que nos engañen repetidas veces.
Ante eso, nosotros diremos aquello de: “¡A mí me la pegan una vez, pero dos, no! Nos gusta tener el derecho a elegir a quien tengo que amar, quien tiene derecho a mi amistad y quien no. Nos reservamos el derecho de decretar quien es mi prójimo y un prójimo a quien no nos cueste amar, limpio, educado, agradecido, que me cueste poco o nada.
En el “amaos como yo” el prójimo se presenta cuando quiere, en el momento más inoportuno, en la situación más indiscreta, con el talante más exigente.
5.- El Hijo de Dios, que está al corriente de todos los secretos del Padre, nos dice hoy “os llamo amigos, confidentes, porque todo lo que he oído al Padre al Padre os lo he dado a conocer”.
Este papel de confidente del Hijo de Dios si nos gusta. Esto si que nos gusta porque es sentirnos amigos de Dios, pertenecer a la élite de los que conocen los misterios recónditos de Dios. Eso si nos fascina. Dinos, Señor ese “todo” que tu Padre te ha confiado y que Tú confías a nosotros, tus “confidentes más íntimos. Te escuchamos con ansía. Dinos ese TODO que has captado del Padre.
Y Jesús vuelve a repetir: “Esto os mando: que os améis unos a otros”.
El más recóndito secreto de Dios esta ahí. Todo lo de Dios queda ahí, como era natural, porque Dios es amor.
Jesús no ha oído de su Padre Dios más que esto. Jesús ya no tiene más que decirnos. Una única cosa:
La única cosa que no sé.
La única cosa que no hago.
La única cosa que descubre que soy un analfabeto en amor.
La única cosa por la que merece la pena vivir:
“Amaos unos a otros como yo os he amado”
3.- SÓLO EL AMOR PODRÁ SALVARNOS DE LA CRISIS
Por Gabriel González del Estal
1.- Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Si todos hiciéramos esto, es decir, si todos nos amáramos unos a otros como Jesús nos ha amado, seguro que ni las naciones, ni las personas viviríamos en crisis económica, ni en crisis psicológica, ni en crisis social. Si las naciones más ricas amaran de verdad a las naciones más pobres, seguro que les ayudarían a salir de la crisis nacional de pobreza en la que viven; si las personas más ricas amaran de verdad a las personas más pobres, seguro que les ayudarían a salir de la pobreza individual en la que los pobres viven. Si los cristianos nos amáramos como Cristo nos amó, no habría entre nosotros un solo cristiano que padeciera necesidad extrema. La pregunta es: si esto, en teoría, es algo evidente, ¿por qué hay tantas personas que mueren de hambre? La respuesta es también evidente: porque, en la práctica, las personas no nos amamos como Cristo nos amó. ¿Tampoco los cristianos? Tampoco; la pobreza y el hambre están esparcidas por el mundo tanto en países cristianos, como en países no cristianos. La creencia o no creencia en Jesús no parece haber influido decisivamente en el reparto de la riqueza en el mundo. No sólo a nivel de naciones, sino igualmente a nivel de personas individuales. Claro que ha habido y hay, tanto a nivel colectivo, como a nivel individual, excepciones maravillosas y admirables. Pero, en general, se puede decir con certeza estadística que nuestra fe ha influido muy poco en nuestras relaciones económicas. Esto es triste, pero es así. Refiriéndome sólo a los cristianos, yo creo que deberíamos hacer un profundo examen de conciencia, preguntándonos por qué, si decimos que creemos en Cristo, no intentamos amarnos como Cristo nos amó. Probablemente, porque nuestra fe teórica no complica demasiado nuestra vida, en cambio nuestra fe práctica en Jesús de Nazaret nos obligaría a dar un revolcón a muchas de nuestras relaciones prácticas con las personas más ricas y con las personas más pobres.
2.- Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Sentirse amado por Dios produce una alegría interior grande; eso lo saben muy bien los santos y todos los grandes místicos. Pero también sentirse amado por las personas a las que amamos nos produce una profunda alegría. Los esposos, los padres, los hermanos, los amigos, viven mucho más felices y alegres si se sienten amados y experimentan de verdad el amor mutuo. El amor produce alegría y el desamor tristeza. Pero Cristo nos dice a continuación que el amor del que él habla no es un amor teórico, sino un amor que se traduce en obras: vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. El amor nunca puede ser sólo una teoría, sino una praxis, porque el amor verdadero se traduce siempre en obras. El amor implica y complica toda nuestra vida: el amor bueno hace que toda nuestra vida sea más buena y más feliz. Vivir en el amor de Dios y en el amor de las personas a las que se ama es el mayor regalo que Dios puede conceder a una persona.
3.- Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. San Pedro comprobó, maravillado, cómo “el Espíritu Santo caía sobre todos los que escuchaban su palabra”, no sólo sobre los judíos, sino también sobre Cornelio y los gentiles: “los creyentes circuncisos que habían venido con Pedro se sorprendieron de que el Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles”. Aquí comenzó realmente la Iglesia a ser católica, es decir, universal, no sólo judía. Por eso, muchos comentaristas hablan de este momento como del “Pentecostés de los gentiles”. No estaría mal que también nosotros, los cristianos del siglo XXI, actuáramos siempre sin hacer distinciones, aceptando a todo el que teme, ama, a Dios, y practica la justicia, sea de la nación que sea. Termino con esta frase que el apóstol san Juan nos dice hoy en su primera carta: Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios… porque Dios es amor. Que así sea.
Fuente: www.betania.es
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