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miércoles, 7 de noviembre de 2012

La Homilía de Betania: XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, 11 de Noviembre, 2012.

La Homilía de Betania: XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, 11 de Noviembre, 2012. 1.- LLAMADA A LA GENEROSIDAD Por José María Martín OSA 1.- Dios premia la hospitalidad y la fe de una mujer extranjera. El profeta Elías anuncia una terrible sequía como castigo por los pecados de Israel, y su palabra se cumple. El rey Ajab, convencido de que la maldición de Elías alejaba la lluvia de los campos, en vez de apartarse de sus pecados, trata de liquidar al profeta. Pero Elías huye y se esconde en el desierto. Después, cuando se secó el torrente del que bebía, marcha a tierras fenicias y llega a la región de Sarepta, entre Tiro y Sidón. Encuentra una viuda que recogía leña y le pide ayuda, le suplica que entre en la ciudad y le traiga un jarro de agua y un trozo de pan. Sólo eso, agua y pan. Pero eso era todo lo que tenía la viuda para ella y su hijo. ¿Qué hacer? Elías hace una promesa en nombre de Dios, una promesa a cambio de lo que le pide y de todo lo que tiene la viuda. La mujer acepta, hace la apuesta y arriesga todo lo que tiene; cree en la palabra de Dios y recibe al profeta que la anuncia. Dios premia la hospitalidad de esta pobre viuda y manifiesta que es el único Dios que puede salvar precisamente en el país de donde había salido el paganismo que imperaba en Israel. Siglos más tarde, Jesús recordará con amor el gesto de esta mujer extranjera que fue preferida por Dios por encima de todas las viudas de Israel. 2.- El salmo 145 es una oración de alabanza y de llamada al compromiso solidario. Nos recuerda que no estamos abandonados a nosotros mismos; las vicisitudes de nuestra vida no se hallan bajo el dominio del caos; los acontecimientos no representan una mera sucesión de actos sin sentido ni meta. Él es quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos y liberta a los cautivos. Él es quien abre los ojos a los ciegos, quien endereza a los que ya se doblan, quien ama a los justos, quien guarda a los peregrinos, quien sustenta al huérfano y a la viuda. Él es quien trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y de edad en edad. Tenemos que ser agradecidos y corresponder a lo que Dios hace por nosotros, colaborando con El en favor de los más necesitados. Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, dar pan a los hambrientos, visitar a los presos, sostener y confortar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse a los pobres y a los miserables. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas; es optar por la propuesta de amor que nos salva desde esta vida y que más tarde será objeto de nuestro examen en el juicio final, con el que se concluirá la historia. Entonces seremos juzgados sobre la decisión de servir a Cristo en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo y en el preso. "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis": esto es lo que dirá entonces el Señor. 3.- En encuentro con Dios en Jesucristo es el auténtico Templo. El ambiente en el que se desarrolla el episodio evangélico es el templo de Jerusalén, centro religioso del pueblo de Israel y corazón de toda su vida. El templo es el lugar del culto público y solemne, pero también de la peregrinación, de los ritos tradicionales y de las disputas rabínicas, como las que refiere el Evangelio entre Jesús y los rabinos de aquel tiempo, en las que, sin embargo, Jesús enseña con una autoridad singular, la del Hijo de Dios. Pronuncia juicios severos, como hemos escuchado, sobre los escribas, a causa de su hipocresía, pues mientras ostentan gran religiosidad, se aprovechan de la gente pobre imponiéndoles obligaciones que ellos mismos no observan. En suma, Jesús muestra su afecto por el templo como casa de oración, pero precisamente por eso quiere purificarlo de usos impropios, más aún, quiere revelar su significado más profundo: Jesucristo es el Templo nuevo y definitivo, el lugar en el que se encuentran Dios y el hombre. 4.- Se da a sí misma. En el centro de la liturgia de la Palabra de este domingo encontramos el personaje de la viuda pobre, o más bien, nos encontramos ante el gesto que realiza al echar en el tesoro del templo las últimas monedas que le quedan. Un gesto que, gracias a la mirada atenta de Jesús, se ha convertido en proverbial: "el óbolo de la viuda" es sinónimo de la generosidad de quien da sin reservas lo poco que posee. Subrayemos el comentario final que hace Jesús contraponiendo a los que dan su limosna con ostentación y ofreciendo únicamente lo que les sobra, con la ofrenda de la viuda que da todo lo que tenía para vivir. Esta humilde mujer se convierte así en el modelo ideal de la consagración al reino de Dios, sin reservarse nada. La viuda del Evangelio, al igual que la del Antiguo Testamento, lo da todo, se da a sí misma, y se pone en las manos de Dios, por el bien de los demás. Este es el significado perenne de la oferta de la viuda pobre, que Jesús exalta porque da más que los ricos, quienes ofrecen parte de lo que les sobra, mientras que ella da todo lo que tenía para vivir, y así se da a sí misma. Un buen mensaje y una llamada singular a nuestra generosidad en este tiempo de crisis donde muchas personas carecen de lo mínimo para vivir con dignidad. ________________________________________ 2.- HACERSE OFRENDA Por Pedro Juan Díaz 1.- Hace un mes que comenzamos el Año de la Fe, un año especial para crecer en la fe, revisando también nuestras actitudes y comportamientos. Hoy me miro en este espejo que es el evangelio y me admiro de estas dos mujeres que nos presenta la Palabra de Dios, las dos viudas y pobres, que fueron capaces de darse a sí mismas en aquel pan que cocinó la viuda de Sarepta para el profeta Elías y en los dos reales que la viuda del evangelio echó en el arca de las ofrendas. Estas mujeres son de admirar, pero también nos cuestionan, cuestionan nuestra fe. Ambas dieron todo lo que tenían para vivir y, por lo tanto, en aquella ofrenda iban sus vidas al completo, sin reservas. Ambas se hicieron ofrenda y para eso hay que tener una confianza muy grande en Dios. Con su gesto nos muestran su gran fe en un Dios que siempre está y estará de parte de los más empobrecidos. 2.- La viuda de Sarepta prepara un pan con el último puñado de harina que le queda en el cántaro y las últimas gotas de aceite que tiene en la alcuza. De ese pan comen su hijo y ella, pero también Elías, el profeta, el hombre de Dios. Y se cumple la Palabra de Dios: “la orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”. Llevaba muchos años sin llover sobre aquella tierra, el cielo “estaba cerrado”, cosa que aumentaba las situaciones precarias que vivían las gentes de Sarepta, acostumbradas a trabajar y a comer de los frutos de la tierra. Pero mientras se mantuviera esa situación de crisis, Dios no dejaría de la mano a los suyos. Quizá es algo que hoy deberíamos tener más presente. 3.- ¿Cómo hace esto Dios? A través de la generosidad y la entrega de gente como la viuda del Templo que, dando aquellos dos reales, se da por entero. Pero antes de ese gesto, vemos a Jesús criticando la actitud egoísta y avariciosa de los que se supone que son guías del pueblo, pero que desorientan más que otra cosa, porque solo buscan su vanagloria y se sirven de lo religioso para abusar de los pobres, en este caso, de las viudas, que son imagen real de pobreza y debilidad, ya que no tienen ni el sustento ni la protección del marido. Frente a eso, Jesús alaba la generosidad de una viuda que, aun pasando necesidad, echa en el arca de las ofrendas “todo lo que tenía para vivir”. ¡Qué fe más grande la de aquella mujer! Mientras que los demás damos de lo que nos sobra, hay personas que se dan por entero y ponen su vida en manos de Dios. Y Dios no defrauda, porque se pone siempre del lado de los más pobres. 4.- Jesús nos dará la gran lección haciendo ofrenda de sí mismo en la cruz. Por eso su sacrificio es único y eficaz, como dice la Carta a los Hebreos, y nos ha conseguido el perdón definitivo de nuestros pecados. “Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos”, dice la Carta a los Hebreos. En el fondo, lo que la fe nos pide no es que demos “algo”, sino que nos demos nosotros, que nuestro corazón sea capaz de darlo todo, de entregarse, de ofrecerse con Cristo. Así nuestras obras mostrarán una fe muy grande, como la de estas mujeres y como la de muchos otros que vemos no solo en la Biblia, sino también en la vida de cada día, entre nosotros. Ellos son testigos de la fe que nos animan y nos marcan el camino. 5.- Jesucristo es el verdadero testigo, el gran creyente, que puso en manos de Dios, su Padre, toda su existencia, su vida entera. Él dio su vida por nosotros, sin reservarse nada. Cada vez que celebramos la Eucaristía lo recordamos. En este Año de la Fe, hemos de procurar animar una Iglesia con cristianos convencidos de hacer una opción personal por seguir el estilo de vida de Jesús. Los necesita la Iglesia y los necesita la sociedad. Hemos de coger el evangelio y metérnoslo en el corazón para que guíe nuestras vidas. Seguro que las consecuencias son igual de buenas y esperanzadoras como lo fueron para la viuda de Sarepta y para la viuda del Templo. Que la Eucaristía que estamos celebrando nos llene el corazón de esperanza y de confianza en Dios. Y que nuestra vida se vea animada e iluminada por lo que aquí celebramos y experimentamos al encontrarnos con Dios. ________________________________________ 3.- LA RADICALIDAD DE LA FE Por José María Maruri, SJ 1.- Quién es esta pobre mujer, que viene a entregar a Dios todo lo que le queda. Viuda, sin la protección del marido, seguramente sin hijos que se ocupen de ella, que por eso pudo disponer de todo lo que la queda. Aquella mañana una más de la larga hilera de días en suma pobreza sintió la necesidad de dar lo que la quedaba y envuelta en su velo va a ese templo en el que tantas horas ha pasado orando a Dios. Y escondida entre la multitud, empujada a un lado, tal vez, por un donante más poderoso, llega al cepillo del templo, y como pidiendo al Señor perdón por la pequeñez de su donativo se retira de nuevo escondida en su velo, nadie la ha visto, como ella quería, sólo Dios. Sí, nadie se ha fijado en ella sino es para esquivar su pobreza. Solo Dios, sólo el Señor Jesús no quiere dejar en el anonimato la generosidad de esos cinco céntimos ofrecidos a Dios de todo corazón. Y se va la mujer sintiendo en su corazón la cálida mirada del Señor. La pobre mujer va a su casa a pasar hambre, pero el corazón de Dios se va con ella, porque para Dios no hay anónimos, para Dios no somos nombres en una lista de donantes, somos cada uno hijos predilectos. 2.- Una vez más nos da el Señor la lección: que sus hijos preferidos no son los heroicos santos con que nos gozamos nosotros, son los santos desconocidos, los de cada día, de los que nadie sabe el nombre ni su alcurnia Creo que hay dos grandes lecciones en este evangelio. Una en la que el Señor va a insistir más tarde y es que a Él no le gustan las trompetas, ni los escenarios en las calles… El que ora, ore en su casa a puerta cerrada. El que ayune que disimule el ayuno. El que da limosna que su derecha no sepa lo que hace su izquierda. Que las cosas de Dios se hacen en silencio y en lo escondido, como el crecer de las flores del campo se hace sin testigos. Y de la noche a la mañana el campo es una alfombra de flores, como la semilla esa raíces y tallo y espigas son que los hombres se den cuenta. El mismo Reino de Dios, teniendo todos los derechos para imponerse en el mundo entero, no lo hace con escudos y lanzas, con trompetas y megafonía, lo hace en el silencio del contagio de un trocito de levadura que fermenta todo, lo hace la pequeñez del grano de mostaza insignificante. 3.- Otra lección es la radicalidad… “Deja que los muertos entierre a sus muertos”, “Vende todo y dalo a los pobres”, “Si echas mano del arado y miras atrás no serás digno del Reino. Y en las lecturas de hoy hay radicalidad: la viuda de Sarepta que da el pan que iba camino de la boca de su hijo al profeta Elías; la viuda del evangelio que da todo lo que necesitaba para vivir; Jesús que se sacrifica una vez… da su vida por todos nosotros. Y creo que nosotros hemos limado las aristas de esta radicalidad de la fe. Como una joya preciosa la hemos guardado en un joyero acolchado. La tenemos en un precioso florero como rosa a la que previamente hemos quitado las espinas. Posiblemente, no nos cuesta nada vivir nuestra fe… si es fe lo que vivimos. Fuente: www.betania.es

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