1.- CONFIAR EN DIOS Y “EN LOS QUE LE RODEAN”
Por Gabriel González del Estal
1.- El tema central de las tres lecturas de este domingo es, sin duda, la confianza en Dios. La frase que mejor puede resumir esta idea es la que está escrita en la primera lectura, del profeta Isaías: “¿es que puede una madre olvidarse de su criatura… pues, aunque ella se olvide, yo no me olvidaré”? Cuando he leído las lecturas de este domingo me he acordado de una anécdota que nos cuenta Hans Küng en su último libro. Dice Hans Küng que cuando en 1965, recién terminado el Concilio, fue él, joven perito conciliar, a hablar con Pablo VI, este le dijo: “Debe confiar usted en mí”. A lo que el joven teólogo respondió: “Yo sí confío en usted, Santidad, pero no confío en todos los que le rodean”. Aplicando esto a Dios, con perdón, también los apóstoles podrían haberle dicho al Maestro: nosotros confiamos en ti, Señor, pero no en todos los que te rodean. Sí, todos debemos confiar en Dios y en su providencia, pero sin olvidar que Dios actúa por medio de causas segundas, entre las que se cuentan, en primer lugar, las personas humanas. Es evidente que Dios, nuestro Padre del cielo, no nos va a olvidar nunca, sabe todo lo que necesitamos y quiere dárnoslo. Pero nos lo da, generalmente, a través de personas humanas y, si estas se niegan a secundar la voluntad de Dios, la misericordia de Dios no puede llegar hasta nosotros. ¿Cómo va a querer Dios que mueran de hambre miles de niños en el mundo? Esos niños no se mueren por falta de confianza en Dios, sino porque no han podido confiar en los que Dios quería que les ayudaran. Todos nosotros podemos ser, a través de nuestra acción y de nuestra oración, intermediarios de Dios; todos nosotros podemos hacer, en alguna ocasión, que la acción misericordiosa de Dios llegue hasta alguna persona necesitada. Las personas necesitadas –y todos somos personas necesitadas- necesitamos no sólo confiar en Dios, sino poder confiar en todas aquellas personas a través de las cuales Dios quiere llegar hasta nosotros.
2.- No podéis servir a Dios y al dinero. No podemos permitir que el dinero sea nuestro amo; debemos amar el dinero, pero como amamos a alguien que nos sirve, nunca como a alguien a quien nosotros servimos, como a nuestro amo. La causa de la crisis económica que padecemos ha consistido en amar al dinero más que a Dios, en tratar de construir un reino del dinero, antes que un reino de Dios. La causa de la crisis económica tiene su raíz más profunda en la ambición desmedida del corazón humano, en poner el corazón en el dinero, en lugar de poner el corazón en el reino de Dios y su justicia. Necesitamos el dinero, como necesitamos la comida para comer y la bebida para beber, pero no necesitamos el dinero para que nos domine y esclavice, como no necesitamos la comida para empacharnos, ni la bebida para emborracharnos. El que pone su corazón en el dinero vive para el dinero y es esclavo del dinero; no le queda en su corazón espacio para servir a Dios. El que pone su corazón en el dinero, además de esclavizarse él, tiende a esclavizar a las personas que dependen de él. Al que pone su corazón en el dinero le importa más el dinero que las personas. Por eso llamaba Santa Teresa al dinero la “mierda del diablo”, porque por amor al dinero somos capaces de traicionar a los demás y vender nuestra alma al diablo. Dios es mucho mejor amo que el dinero; sirvamos a Dios, antes que al dinero.
3.- Mi juez es el Señor. San Pablo tenía tal confianza en Dios, que no le importaba lo que dijeran de él los demás, ni siquiera lo que se decía él a sí mismo; lo único que le importaba es lo que Dios le dijera a él. Por eso, nos dice, no seamos nosotros apresurados jueces de los demás, dejemos que sea el Señor el juez de todos. Dios mira al corazón y el corazón humano es, muchas veces, un misterio inescrutable para los demás, y hasta para uno mismo. Confiemos en Dios, que él será un juez justo y nos dará a cada uno lo que merecemos.
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2.- ATRAPADOS POR EL PESO DEL ORO
Por José María Maruri, SJ
1.- Cuenta una leyenda que Dios bajó a la tierra cargado con un inmenso saco de oro, y en cada aldea iba extrayendo las monedas y dejándolas caer una a una sobre el polvo del camino. Algunos hombres se precipitaban a tomar algunas, otros no se movieron temerosos a comprometerse, otros se indignaron por lo que consideraban una afrenta a su dignidad.
Por último, cuando se disponía Dios a abandonar una de aquellas aldeas fue asaltado por un ladrón que le exigió la totalidad del tesoro. Dios dudó pero ante la actitud amenazante del bandido cedió entregándole el saco. Y cuentan las crónicas que el peso del oro aplastó al codicioso individuo. Este cuentecillo o parábola, que leí ya hace años, procedía del libro “La Otra Orilla”, de JJ. Benítez, autor de “El Caballo de Troya”.
2.- Jesús, en el evangelio clama contra ese individuo que se apodera de lo que estaba destinado a todos y clama como celoso defensor de la honra y del servicio que se debe tan solo a Dios y que hombre da al dinero y al poder, y clama también con misericordia viendo que el hombre codicioso, como el del cuentecillo, queda atrapado por el peso del oro.
3.- Rico no es sólo el que tiene mucho, rico es el que tiene cubiertas todas sus necesidades y caprichos y no se encuentra plenamente satisfecho, o el que vive con sola obsesión de tener mas.
Para una persona así, Dios no es el Padre de todos cuya voluntad se pregunta y se indaga para cumplirla, un ser que nos exige preocupación por los demás. Dios es más bien un adorno necesario para el cuadro de sus satisfacciones quede completo. Es una obra de arte con que honramos un salón, no honramos a Dios y le servimos, nos servimos nosotros de un Dios para aparentar más ante los hombres. Un Dios que se esté quietecito, que no nos inquiete, que no se meta en nuestras cuentas corrientes ni en nuestros negocios, que no nos recuerde a los que tienen hambre, ¡que no sea molesto, vamos!
4.- Yo diría más, que ricos somos todos, mientras que haya alguien que no tiene donde cobijarse, que tiene hambre, mientras yo viva satisfecho. Sin duda, por el egoísmo humano, egoísmos nacionales, egoísmos de de grupos, y a medida que crecen todos los egoísmos y los recursos para cubrir las necesidades de todos van siendo mas escasos, y ha llegado el momento en que la manta es pequeña… y tirando todos de la misma manta, mientras los más fuertes se cubren y están calientes, los más débiles se meren de frío. No es una cuestión de cifras, es una cuestión comparativa con el que no tiene lo necesario. Y si así servimos al dinero, no estamos sirviendo a Dios.
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3.- ¿ES QUE EL DINERO ES MALO?
Por Pedro Juan Díaz
¿Qué nos quiere decir Jesús cuando nos habla del dinero? ¿Es que el dinero y las cosas son malos? Por supuesto que no, ese no es el problema. La cuestión es saber dónde está nuestro corazón y cuales son nuestros intereses, es decir, en quien ponemos nuestra confianza: ¿en Dios o en el dinero? Vivimos en una sociedad en la que la mayor parte del tiempo se la dedicamos al trabajo (aquel que lo tiene, claro), frente al tiempo dedicado a las familias, a los hijos, al tiempo libre, a disfrutar de la vida, de los amigos, de Dios. Buscamos trabajar y trabajar para ganar el dinero que nos permita disfrutar de un fin de semana o unas vacaciones en los que nos gastemos el dinero anteriormente ganado y recuperemos fuerzas para volver al trabajo. Quizá tengamos más dinero, o más vacaciones, pero ¿somos más felices? El Evangelio nos propone una y otra vez un camino de felicidad que no pasa precisamente por servir al dinero, sino por acoger el verdadero espíritu de las bienaventuranzas.
2.- ¿Qué pasa entonces con los ricos? Los ricos y privilegiados son llamados a compartir sus bienes desde la solidaridad y la fraternidad, es decir, desde el compartir con el que menos tiene, reconociendo en él a un hermano. El problema no está en ser rico, sino en las actitudes. No podemos servir a Dios si vivimos dominados por el dinero y nos olvidamos del hermano. Aquel que tiene solo para si más de lo que necesita, mientras a otros les falta lo indispensable para vivir dignamente no actúa correctamente.
3.- El Evangelio de Jesús siempre nos interpela frente a las necesidades de los pobres. Porque mientras siga habiendo pobres, toda la riqueza que uno acapara para si de forma egoísta, sin necesidad, será injusta, porque está privando a otros hermanos de aquello que necesitan para vivir. Al acrecentar sólo lo nuestro, sin preocuparnos de las necesidades de nuestros hermanos, estamos dificultando el nacimiento de esa sociedad fraterna querida por Dios, de su Reino. Por eso no podemos servir al Dios de la fraternidad y al dios del interés económico al mismo tiempo.
4.- Para Jesús la vida es otra cosa, nos invita a vivir de otra manera: “No podéis servir a Dios y al dinero… No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir… Buscad, sobre todo, el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”. El proyecto de vida de Jesús nos hará, sin duda, más felices. Sin embargo, nosotros seguimos poniendo nuestra confianza en los bienes materiales, en el dinero, en las cosas. Nos parece imposible no vivir así. El consumismo se nos mete hasta los tuétanos sin apenas darnos cuenta. ¿Hasta cuando? ¿No estamos aprendiendo nada de esta crisis económica que estamos viviendo amargamente?
5.- Dios Padre ha creado todas las cosas para que todos sus hijos podamos vivir felices y de manera digna. Incluso ha creado el dinero para este fin. El dinero nos ha de ayudar a hacer felices a los demás y aliviar el sufrimiento de los que lo pasan mal. El dinero puede ser un signo, un sacramento del amor generoso de Dios, cuando lo liberamos de la ambición, de la avaricia, de la codicia, del rendimiento, de la obsesión por acumular, del competir por quien es más teniendo más.
6.- En la Eucaristía se hace visible la fraternidad y la solidaridad. Somos hermanos reunidos por un Padre común. Compartimos lo que tenemos de manera generosa (o por lo menos así ha de ser) en el momento de la ofrenda. Y desde ahí ayudamos a otros hermanos que no tienen lo necesario para vivir. Aquí se hace realidad el proyecto de Dios, si lo vivimos con sinceridad de corazón. Proclamemos juntos nuestra fe en el Dios que quiere que todos sus hijos e hijas vivan felices y en condiciones dignas.
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