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sábado, 26 de febrero de 2011

Ordinario de la MIsa. Lecturas y Oracione Domingo VIII Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. Color Verde. 27 de febrero 2011

Domingo 27 de Febrero, 2011
Octavo Domingo del Tiempo Ordinario
Día del Señor
Sólo en Dios he puesto mi confianza
La palabra de Dios es viva y eficaz
Antífona de Entrada
El Señor es mi protector; él me libró de las manos de mis enemigos y me salvó, porque me ama.
Se dice Gloria.
Oración Colecta
Oremos:
Concédenos, Señor, que el curso de los acontecimientos del mundo se desenvuelva, según tu voluntad, en la justicia y en la paz, y que tu Iglesia pueda servirte con tranquilidad y alegría.
Por nuestro Señor Jesucristo…
Amén.

Primera Lectura
Lectura del libro del profeta
Isaías (49, 14-15)
“Sión había dicho: ‘El Señor me ha abandonado, el Señor me tiene en el olvido’. ¿Puede acaso una madre olvidarse de su creatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas? Aunque hubiera una madre que se olvidara, yo nunca me olvidaré de ti”, dice el Señor todopoderoso.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 61
Sólo en Dios he puesto
mi confianza.
Sólo en Dios he puesto mi confianza, porque de él vendrá el bien que espero. El es mi refugio y mi defensa, ya nada me inquietará.
Sólo en Dios he puesto
mi confianza.
Sólo Dios es mi esperanza, mi confianza es el Señor: es mi baluarte y firmeza, es mi Dios y salvador.
Sólo en Dios he puesto mi confianza. De Dios viene mi salvación y mi gloria; él es mi roca firme y mi refugio. Confía siempre en él, pueblo mío, y desahoga tu corazón en su presencia.
Sólo en Dios he puesto
mi confianza.

Segunda Lectura
Lectura de la primera carta
del apóstol san Pablo a los
corintios (4, 1-5)
Hermanos: Procuren que todos nos consideren como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.
Ahora bien, lo que se busca en un administrador es que sea fiel. Por eso, lo que menos me preocupa es que me juzguen ustedes o un tribunal humano; pues ni siquiera yo me juzgo a mí mismo. Es cierto que mi conciencia no me reprocha nada, pero no por eso he sido declarado inocente. El Señor es quien habrá de juzgarme. Por lo tanto, no juzguen antes de tiempo; esperen a que venga el Señor. Entonces él sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas, pondrá al descubierto las intenciones del corazón y dará a cada uno la alabanza que merezca.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
La palabra de Dios es viva y eficaz y descubre los pensamientos e intenciones del corazón.
Aleluya.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio
según san Mateo (6, 24-34)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien obedecerá al primero y no le hará caso al segundo, en resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero.
Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas?
¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento?
¿Y por qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?
No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones.
A cada día le bastan sus propios problemas”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión:
Uno de los elementos que caracterizan al Dios cristiano es su infinita generosidad para con sus hijos, que se expresa plenamente en la vida y misión de Jesús de Nazaret, quien con sus actitudes y comportamiento hacen presente el Reino de Dios, es decir, el amor y la solidaridad incondicional de Dios que sale al encuentro del ser humano, con el fin de darle vida en abundancia. Éste es el tema central de hoy.
El texto que leemos del profeta Isaías se enmarca en la época de la deportación en Babilonia, en donde la mayoría del pueblo de Israel pierde su confianza y esperanza en Yahvé a causa de la fuerte y violenta influencia religiosa, política y social de Babilonia y por la poca capacidad de espera y resistencia del mismo pueblo desterrado; Israel se siente abandonado y olvidado por Dios, siente que las promesas de liberación nunca se cumplirán, y se resigna y doblega por entero al dominio babilónico. La tarea del profeta es entonces animar la esperanza del pueblo resignado, por medio de la Palabra, haciéndole ver que Dios no le ha abandonado, que está ahí junto a él sufriendo y luchando por la liberación, que no lo ha olvidado y que lo ama entrañablemente como una madre ama a sus hijos. Con este texto, Isaías manifiesta la ternura de Dios, su preocupación de madre por el bienestar de sus hijos, distinta a la experiencia de sufrimiento en Babilonia. Dios actúa desde la ternura, desde la misericordia con quien sufre. Ésta es la manera como Yahvé anima y salva a su pueblo.
Pablo, en esta sección de su primera carta a los corintios, responde a las críticas de quienes, después de tomar partido por un anunciador del evangelio en particular y por una manera concreta de proclamarlo, juzgan el modo de actuar del mismo Pablo, juicio que es apresurado, poco fundamentado e inmaduro. Pablo les recuerda que lo importante para él es que lo consideren servidor y administrador fiel de los misterios de Dios, pues los creyentes sólo pueden ser eso y nada más. Por lo tanto, el juicio sobre la forma de servir y administrar de las personas le corresponde únicamente a Dios. Lo importante es el servicio fiel al misterio y la correcta administración de los carismas dados por Dios a los apóstoles. Lo que verdaderamente juzga Dios es la capacidad de servicio y entrega de los anunciadores del Evangelio; lo que a Dios le importa es qué misericordiosos y justos somos con nuestros hermanos, pues en esto se distingue a un legítimo apóstol de Cristo.
El texto del Evangelio de Mateo empieza anunciando la disyuntiva: o Dios o el dinero. El considerar "importante" la acumulación de dinero o riqueza es decididamente incompatible con servir a Dios, porque esta acumulación exige la dedicación del corazón del hombre, ocupa todo el hombre, y le hace imposible -por mucho que se lo propusiera- servir al mismo tiempo a Dios. El dinero, pues -con todo lo que implica de preocupación primordial por el propio provecho, por el bienestar como criterio definitivo, por el asegurar por encima de todo el tener más y más-, son el ídolo que resume todo lo que se levanta contra Dios: incluso, en el texto original de la lectura de hoy, se personifica el dinero con el nombre de "Mammón", para que quede claro que se trata de un ídolo que exige la misma lealtad que Dios.
El punto central de los vv. 25-35 es la exhortación a buscar sobre todo el Reino de Dios: ésta debe ser la primera preocupación del cristiano, la única preocupación verdaderamente importante. En Jesucristo, que vive totalmente orientado hacia el Padre, se nos manifiesta el Reinado de Dios. La gozosa preocupación del discípulo consistirá, por tanto, en orientar su existencia hacia Dios: en esto consiste la justicia del Reino.
Si el discípulo vive -como vivió Jesús- orientado hacia Dios, participa también de esta fe y de esta gozosa confianza en el Padre que se refleja en estos versículos. Las palabras de Jesús ponen el acento en el hecho de no preocuparse, repetido como un estribillo ("no estén preocupados por la vida...; ¿quién de ustedes, a fuerza de preocuparse...?; ¿por qué te preocupas...?; no andes preocupado pensando...; no te preocupes por el mañana").
No agobiarse por la comida, la bebida o el vestido no significa vivir en una ingenua despreocupación. Agobiarse por esto significará comprometer toda la vida y las energías de la persona en la adquisición de los bienes materiales, y perseguir esto, como preocupación fundamental de la vida, es propio de paganos (para los oyentes de Jesús, la mención de los paganos debía ser una expresión muy fuerte). Todo esto no enseña una confianza pasiva en la providencia, ni el desprecio de las necesidades del cuerpo, como opuestas a las del alma, sino que llama a una búsqueda de lo esencial y, en consecuencia, a una sosegada simplificación del tren de vida que llevamos. Son dos concepciones diferentes de la vida, pero nunca una oposición entre trabajo y ocio. La confianza en Dios da al creyente una mayor actividad.
El discípulo está llamado a vivir como hombre de fe en Dios, de quien provienen todos los bienes, especialmente la vida ("¿Quién de ustedes, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?"). Y vivir con esta actitud de fe en Dios, que se preocupa incluso de los pájaros del cielo y de la hierba de los prados -sinónimo de algo pasajero- supone orientar la vida cara al Reino y trabajar con paz en el corazón y sin agobios -fruto de la fe en Dios y de la orientación de la vida hacia Él- por la vida de cada día.
Para la revisión de vida
¿Cómo vivo la Providencia de Dios? ¿Creo que Dios está interviniendo en las causas materiales para protegerme de eventuales daños? ¿O creo que soy yo el que tiene que ir por la vida siempre con un plus de prudencia? ¿Qué significa «el ángel de la guarda»?


Se dice Credo.

Oración de los Fieles
Celebrante:
Con la certeza de que Dios nunca nos abandona, digamos con fe:
Escúchanos, Señor.
Por la Iglesia: para que sirva al Señor buscando su Reino y su justicia. Oremos.
Escúchanos, Señor.
Por el Papa Benedicto XVI y nuestro Obispo para que sean servidores solícitos del pueblo de Dios y para que administren su gracia con generosa misericordia.
Oremos.
Escúchanos, Señor.
Por los gobernantes de las naciones: para que actúen con justicia, velen por la paz, y no permitan que a nadie falte lo necesario para vivir con dignidad.
Oremos.
Escúchanos, Señor.
Por los que anuncian el Evangelio en situaciones de violencia o precariedad: para que abandonados en la providencia de Dios no se vean nunca defraudados.
Oremos.
Escúchanos, Señor.
Por los difuntos: para que revestidos de la gloria de Cristo disfruten del banquete del Reino.
Oremos.
Escúchanos, Señor. Por los que celebramos nuestra fe en la mesa del altar: para que seamos servidores del Evangelio y testigos del amor providente de nuestro Padre del cielo.
Oremos.
Escúchanos, Señor.
Celebrante:
Tú que vistes a los lirios
del campo y alimentas
a las aves del cielo, escucha
nuestras oraciones, y haz
que descansemos en tu
providencia misericordiosa.
Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Oración sobre las Ofrendas
Que este pan y este vino que tú mismo nos das para ofrecértelos nos ayuden, Señor, convertidos en el Cuerpo y Sangre de tu Hijo, a conseguir el premio de la felicidad eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Prefacio Dominical VIII
La Iglesia está unificada
en el vínculo de la Trinidad
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón.
Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Pues quisiste reunir de nuevo, por la sangre de tu Hijo y la acción del Espíritu Santo, a los hijos dispersos por el pecado; y de este modo tu Iglesia, unificada a imagen de tu unidad trinitaria, aparece ante el mundo como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, para alabanza de tu sabiduría infinita.
Por eso, unidos a los coros angélicos, te aclamamos llenos de alegría:
Santo, Santo, Santo…
Antífona de la Comunión
Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho; y entonaré un himno de alabanza al Dios Altísimo.
Oración después de la Comunión
Oremos:
Te pedimos, Padre misericordioso, que por este sacramento con que ahora nos fortaleces, nos hagas algún día, participar de la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

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