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jueves, 23 de junio de 2011

Evangelio de la Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista. Ciclo A. 24 de junio 2011.

Evangelio de la Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista. Ciclo A. 24 de junio 2011.

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (1, 57-66. 80)
Gloria a ti, Señor.

Por aquellos días, le llegó a Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan grande misericordia, se regocijaron con ella.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como su padre; pero la madre se opuso, diciéndoles: “No. Su nombre será Juan”. Ellos le decían: “Pero si ninguno de tus parientes se llama así”.
Entonces le preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamara el niño. El pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se quedaron extrañados. En ese momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir a Dios.
Un sentimiento de temor se apoderó de los vecinos y en toda la región montañosa de Judea se comentaba este suceso.
Cuantos se enteraban de ello se preguntaban impresionados:
“¿Qué va a ser de este niño?”
Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba con él. El niño se iba desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo, y vivió en el desierto hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión:
Hoy celebramos como Iglesia el nacimiento de Juan el Bautista, el hombre de quien Jesús diría: “No ha existido hombre más grande nacido de mujer que Juan”. Es el único santo al cual se le celebra la fiesta de su nacimiento. El llamado <último profeta del Antiguo Testamento> fue una persona radical, que realizó su ministerio (bautizar y llamar a la conversión de los pecados) en el río Jordán. Bautizó al Señor y lo presentó como “el Cordero de Dios”. Vestía con piel de camello y se alimentaba de frutas silvestres, raíces, langostas y miel silvestre. No tenía otro interés más que el de anunciar la venida inminente del Reino de Dios. Por la forma cómo predicaba, en un momento se pensó que él era el Cristo. Juan decía de sí mismo: “Yo soy la voz que grita en el desierto” (Jn 1,23). Fue esa voz de anuncio y denuncia la que lo llevó a la muerte. Estando en la cárcel, Juan criticó fuertemente la unión entre Herodes y Herodías. Esto le causó la decapitación hacia el año 35 d.C., aproximadamente.

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