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miércoles, 22 de junio de 2011

HOMILIAS: SOLEMNIDAD DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

HOMILIAS: SOLEMNIDAD DEL SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
1.- EL CUERPO GLORIOSO DE CRISTO
Por Gabriel González del Estal
1.- Pange lingua gloriosi corporis misterium (Que la lengua cante al cuerpo glorioso de Cristo). Así rezamos en las Vísperas de la fiesta del día del Corpus y así lo hemos cantado miles y miles de veces los cristianos, en procesiones solemnes, o arrodillados ante el Santísimo Sacramento. En la eucaristía adoramos al cuerpo glorioso de Cristo, al cuerpo de Cristo resucitado. Es un cuerpo que ya no está sometido a las leyes físicas de la carne y de la sangre, un cuerpo inmortal y glorioso. Es el cuerpo auténtico de la persona de Cristo, del Cristo que vive ahora a la derecha del Padre. No resulta fácil a los sentidos humanos entender cómo es y cómo vive este cuerpo glorioso, por eso nos dice el mismo himno religioso “que la fe debe suplir el defecto de los sentidos” (praestet fides supplementum sensuum defectui). De todos modos, es suficiente que, cuando adoramos a Cristo en la eucaristía, creamos que estamos adorando al mismo Cristo que vivió, murió y resucitó aquí en nuestra tierra, para redimirnos, para salvarnos y para enseñarnos el camino de ida hacia Dios nuestro Padre. Nuestra adoración ante el Santísimo debe estar llena de unción y de agradecimiento.
2.- El pan que partimos nos une a todos en el cuerpo de Cristo. Según San Pablo el cuerpo glorioso de Cristo es el cuerpo místico del que todos los cristianos formamos parte, porque somos sus miembros. Cuando comulgamos con Cristo estamos comulgando con todos los miembros de Cristo; si no hacemos esto estamos profanando el cuerpo de Cristo. Comulgar con los hermanos es estar dispuestos a compartir con ellos todo lo que somos y lo que tenemos. Por eso, San Pablo se enfadó tanto con los cristianos de Corinto cuando le llegaron noticias de que se reunían para celebrar la cena del Señor y los más ricos no compartían su comida con los más pobres. Estáis profanando, les dijo, el cuerpo de Cristo. Esto debe hacernos pensar seriamente a nosotros si cuando celebramos hoy nuestras eucaristías, sin pensar, ni remotamente, en compartir nuestros bienes con los más necesitados, estamos celebrando realmente la cena del Señor, o la fracción del pan. Es verdad que hoy nuestras comunidades cristianas están estructuradas y organizadas de una manera muy distinta de como estaban organizadas las primeras comunidades cristianas, en tiempos de San Pablo. Resulta evidente que hoy en nuestras eucaristías dominicales, multitudinarias y, en gran parte, anónimas, no compartimos con los que tenemos a nuestro alrededor más que una misma fe y unos mismos ritos. Pero si creemos de verdad que la eucaristía nos une a todos en el cuerpo de Cristo, deberíamos tomar muy en serio la obligación de compartir con todos los miembros del cuerpo de Cristo lo que somos y lo que tenemos. Quizá para conseguir esto deberíamos pensar en eucaristías menos multitudinarias, más dinámicas y más comprometidas. Cómo se pueda conseguir esto a corto plazo yo no lo sé.
3.- El que me come vivirá por mí. El sacramento de la eucaristía no es un sacramento estático, sino dinámico. Comulgar con Cristo, comer a Cristo, supone dejar que Cristo sea el que dirija nuestra vida. Si cuando salimos del templo no salimos con la intención de que sea Cristo el que dirija nuestra vida, que viva en nosotros, realmente no hemos comulgado con Cristo. Comulgar con Cristo y con los hermanos es mucho más que tragar y comer la forma consagrada. La comunión no termina en el acto físico de comer el pan consagrado, sino que supone un deseo y un esfuerzo continuado de vivir en Cristo y por Cristo, que sea Cristo el que viva en mí y por mí.
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2.- ACEPTAR EL MISTERIO DE AMOR
Por Antonio García-Moreno
1.- LA MÍSTICA DEL DESIERTO.- El camino del desierto quedó como paradigma, como ejemplo que sería recordado muchas veces. Fueron momentos inolvidables en los que Dios estuvo cerca de su pueblo como nunca. El desierto se convertía así en una mística, un vivir en soledad y silencio, en intimidad entrañable con Dios. Por eso, a lo largo de la Historia hubo quienes buscaron, y buscan, el desierto o la montaña como lugar de encuentro con el Señor.
No es cierto que para encontrar a Dios tengamos que huir del mundo. Algunos así lo deben hacer por vocación divina. Pero los demás no. Sin embargo todos podemos y debemos buscar el silencio y la soledad para estar con Dios. De ordinario dedicando un rato cada día, unos días cada año. Y siempre entrando en lo interior de nuestro corazón, donde Dios nos espera y nos ama. Aunque fuera haya polución y ruidos, dentro de nosotros puede haber aire limpio y silencio apacible.
2.- EL SACRAMENTO DE LA UNIDAD.- Uno de los ritos en la celebración de una alianza era el banquete sagrado. Los pactantes comían un mismo alimento. De ese modo, la misma fuerza vital contenida en el alimento pasaba a los comensales, que así se unían estrechamente. A veces el rito se hacía a través de la sangre, mezclándola en cada pactante mediante incisiones en las palmas de la mano que se estrechaban para que la sangre de uno pasara a la del otro.
En Israel se celebró el rito de la Alianza del Sinaí derramando parte de la sangre del animal sacrificado sobre las esquinas del altar, mientras que el resto se asperjaba sobre el pueblo. De ese modo una misma sangre entraba en contacto con Dios, representado en el altar, y sobre el pueblo asperjado con esa sangre. Son ritos que laten en la cena pascual cuando el Señor instituye el Sacramento de la Eucaristía. Por eso en la Comunión de Cuerpo de Cristo quedamos unidos al Señor y también con cuantos participan en la Eucaristía.
3.- MISTERIO DEL AMOR.- El capítulo VI del IV Evangelio es uno de los más extensos, y también más densos en los relatos joánicos, de por sí pletóricos de rico sentido teológico. Este versículo que hemos señalado es el gozne que une con la primera parte de los discursos pronunciados, según refiere San Juan, por el Señor en la sinagoga de Cafarnaún. Primero ha insistido en la necesidad de la fe para alcanzar la vida eterna.
Luego el Maestro expone la doctrina de la Eucaristía, insistiendo en la necesidad de comer su carne y de beber su sangre para alcanzar esa vida eterna. Sus palabras provocan una reacción de escándalo y rechazo. Tanto que incluso los discípulos le abandonan. Ante esa actitud Jesús no suaviza sus afirmaciones, ni aminora sus exigencias. A los apóstoles les pregunta si también ellos se quieren marchar. Pedro, en nombre de todos, hace un acto de fe y de confianza en Jesús... Sólo así, con una fe rendida y firme, podremos aceptar el Misterio de Amor que supone que el Señor se haga pan para que le podamos comer.
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3.- COMUNIÓN CON DIOS Y CON EL HERMANO
Por José María Martín OSA
1.- Jesús está entre nosotros. La eucaristía no es una simple conmemoración histórica, sino presencia de Cristo muerto y resucitado. La fiesta del Corpus recuerda y celebra esta presencia real de Cristo. El Día del Corpus es también un día para el encuentro con los hermanos y para que compartamos con ellos, además de todo cuanto humanamente podamos darles, el gozo de tener cerca de nosotros a Cristo, un Cristo personal y cercano que quiere asomarse a nuestra vida no sólo a través de una gran Custodia sino a través de los hombres, que es donde realmente quiere vivir y estar para siempre.
2.- Partirse como Jesús por amor. San Agustín llama a la Eucaristía: “sacramento de amor, símbolo de unidad, vínculo de caridad”. A la Eucaristía se la llamaba la fracción del pan. Es un gesto impresionante. Tendríamos que temblar de amor y dolor cada vez que partimos el pan. Y tendríamos que asumir las mismas actitudes del que se dejó partir. Al mundo egoísta se le ofrece este signo de altruismo supremo. Un gesto que debe repetirse. Si cada vez que comemos de este pan recordamos su muerte por amor, también nos comprometemos a partirnos amando, a gastarnos dividiéndonos y a vivir muriendo.
3. - Signo de unidad: La Primera Carta a los Corintios nos recuerda que todos formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan. Dice San Agustín: "Nuestro Señor ha puesto su cuerpo y sangre en estas cosas -el pan y el vino- que, de múltiples que son en sí se reducen a una sola, porque el pan, de muchos granos, se hace una sola cosa; el vino se forma de muchos granos, que hacen un solo licor".Y ésa es precisamente la estremecedora grandeza del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El mismo lo había anunciado: «Mi carne es verdaderamente comida; mi sangre es verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, mora en mí y yo en él». Es decir, quien come dignamente la eucaristía, entra también en este proceso de «elaboración a lo divino».
4.- Vínculo de amor: Sin la comunión no habría amor a los demás. Cada comunión debe hacernos crecer en el amor a los otros. Comulgar con Cristo es entrar en comunión con el hermano. El otro debe ser nuestra hostia diaria. La Eucaristía debe crear en nosotros la decisión consciente de ir hacia los otros y entregarnos a ellos. Por encima de las oraciones litúrgicas de acción de gracias, por encima de las plegarias privadas, la verdadera acción de gracias es la caridad -¿Por qué falla la Eucaristía? Porque no nos dejamos transformar. Creemos que al comulgar hacemos a Cristo cosa nuestra, cuando la verdad es otra: al comer a Cristo somos comidos por Él. La Eucaristía falla cuando comulgamos, no cuando somos comulgados. "Como es fuente de vida el Padre que me envió y yo vivo por el Padre, del mismo modo, el que me come vivirá por mí". Cada Comunión debe hacernos crecer en el amor a los otros.

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