Meditación: Lunes XVII Semana T. O. Ciclo A. 25 de julio 2011
«Otra parábola les propuso: El Reino de los Cielos es semejante al grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo; es ciertamente la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas, y llega a ser como un árbol, hasta el punto de que los pájaros del cielo acuden a anidar en sus ramas. Les dijo otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que toma una mujer y mezcla con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta. Todas estas cosas habló Jesús a las multitudes en parábolas y nada les solía hablar sino en parábolas, para que se cumpliese lo dicho por medio del Profeta: Abriré mi boca en parábolas, proclamaré las cosas que es¬taban ocultas desde la creación del mundo.» (Mateo 13,31-35)
1º. Jesús, desde el principio, predicas al pueblo de Israel sobre el Reino de los Cielos: «Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los Cielos» (Mateo 4,17.
Pero ahora, a través de estas parábolas les intentas explicar en qué consiste el Reino de los Cielos.
¿Qué es, Jesús, este Reino de los Cielos que has venido a traer a los hombres, y cuya puerta de entrada es la penitencia?
-El Reino de los Cielos es algo que empieza pequeño, como un grano de mostaza, pero que va creciendo poco a poco en mi interior hasta convertirse en una fuerza que me lleva a ayudar a los demás, a ser como un árbol en el que otros pueden cobijarse y encontrar apoyo.
-También se parece el Reino de los Cielos a esa poca masa de levadura que hace falta para fermentar toda la masa: es ese pequeño grupo de apóstoles que, con el ejemplo de sus vidas, cristianizan el ambiente que les rodea.
-El Reino de los Cielos, por tanto, no es una excusa para desentenderme del mundo terreno.
Es, más bien, lo contrario: una llamada a cristianizar el mundo, haciéndolo más humano, más justo, más fraterno.
«Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz» (CEC.- 2820).
2º. «El Reino de Cristo no es un modo de decir ni una imagen retórica. Cristo vive, también como hombre, con aquel mismo cuerpo que asumió en la Encarnación, que resucitó después de la Cruz y subsiste glorificado en la Persona del Verbo juntamente con su alma humana. Cristo, Dios y Hombre verdadero, vive y reina y es el Señor del mundo. Sólo por Él se mantiene en vida todo lo que vive. ¿Por qué, entonces, no se aparece ahora en toda su gloria? Porque su reino «no es de este mundo», aunque está en el mundo. Había replicado Jesús a Pilato: «Yo soy rey Yo para esto nací: para dar testimonio de la verdad; todo aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz». Los que esperaban del Mesías un poderío temporal visible, se equivocaban: «que no consiste el reino de Dios en el comer ni en el beber sino en la justicia, en la paz y en el gozo del Espíritu Santo».
Verdad y justicia; paz y gozo en el Espíritu Santo. Ese es el rei¬no de Cristo: la acción divina que salva a los hombres y que culmi¬nará cuando la historia acabe, y el Señor que se sienta en lo más alto del paraíso, venga a juzgar definitivamente a los hombres» (Es Cristo que pasa.-180).
Jesús, tu reino no es de este mundo, pero está en el mundo: está en el alma de cada cristiano en gracia de Dios; está en la Iglesia, en los sacramentos, en las obras de caridad; está en las familias unidas por el amor, en la amistad verdadera, en el trabajo hecho con mentalidad de servicio; y también está en la belleza de la naturaleza, y en la sabiduría de las leyes físicas que gobiernan el universo.
Jesús, tu reino no es un poderío temporal visible, sino un reino de verdad y justicia, de paz y gozo en el Espíritu Santo.
Pero para que este reino sea una realidad, necesita arraigar primero en mi alma, como arraiga una pequeña semilla; y crecer luego, con tu gracia, hasta llenar mi vida entera y rebosar, fermentado la masa que me rodea, es decir: haciendo el mundo más humano y más cristiano.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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