Meditación: Viernes XVII Semana T. O. Ciclo A. 29 de julio 2011.
«Y, llegado a su ciudad, les enseñaba en su sinagoga, de manera que se admiraban y decían: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta menospreciado sino en su tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros a causa de su incredulidad» (Mateo 13 54-58)
1º. Jesús, la contusión que se produce entre la gente de tu pueblo, me hace pensar en la naturalidad con la que habías vivido tantos años.
Eras uno más, «el hijo del artesano».
Y, a la vez, eras el Mesías esperado durante siglos, el Hijo de Dios.
Durante todo este tiempo no te distinguiste haciendo cosas extraordinarias; no hiciste milagros patentes, a pesar de que conocerías casos de gente enferma, pobre, necesitada.
Lo que sí harías es trabajar lo mejor posible, atender al que más lo necesitaba con especial dedicación, servir con alegría en casa y en el taller de José.
«Por su sumisión a María y a José, así como por su humilde trabajo durante largos años en Nazaret, Jesús nos da el ejemplo de santidad en la vida cotidiana de la familia y del trabajo» (CEC.-564).
Jesús, has venido a traer fuego a la tierra (confer Lucas 12,48), has venido a salvar a los hombres, a hacernos hijos de Dios, a llamarnos a la santidad.
Y estás cumpliendo tu misión desde el primer día, también durante esos años que llamamos de «vida oculta», porque no aparecen en el Evangelio.
Para mí, esos años son años de luz, porque ésa es la vida que tengo que imitar si quiero parecerme a Ti, si quiero ser otro Cristo.
Jesús, quiero hacer cosas grandes: quiero triunfar en mi vida profesional, quiero tener una familia feliz, quiero tener muchos amigos... Pero a veces me pierdo en los grandes planes mientras descuido el pequeño deber de cada día: el horario, el trabajo bien acabado, los detalles de servicio, el cumplimiento del plan de vida, el apostolado. Que aprenda de tu vida oculta a cuidar esos pequeños detalles y, entonces, Tú harás de mi vida algo grande.
2º. «Sigue en el cumplimiento exacto de las obligaciones de ahora. Ese trabajo -humilde, monótono, pequeño- es oración cuajada en obras que te disponen a recibir la gracia de la otra labor -grande, ancha y honda- con que sueñas» (Camino.-825).
Jesús, quiero... cambiar el mundo.
Quiero que la gente te conozca como te conozco yo.
Entonces te querrán, y se querrán entre ellos al saberse hijos del mismo Padre, hermanos tuyos.
Como Tú, también yo quiero traer fuego a la tierra: ese fuego del amor; que no destruye, sino que purifica y une.
Pero, ¿qué puedo hacer yo para ayudarte en esta tarea?
Lo que me pides, Jesús, es que te imite en tu vida oculta.
Sigue en el cumplimiento exacto de las obligaciones de ahora: haz lo que tengas que hacer en cada momento, con la mayor perfección posible.
Ese trabajo -humilde, monótono, pequeño- es oración cuajada en obras.
Jesús, tu trabajo en el taller de José también era humilde, monótono, pequeño.
Pero con cuánto amor lo realizarías, con qué perfección -acabando los detalles, aunque nadie se fuera a fijar en ellos-, con qué espíritu de servicio.
Si soy fiel en lo pequeño, Tú me darás la gracia de la otra labor -grande, ancha, honda- con la que sueño.
Mi vida será fecunda en el terreno profesional y familiar; en el campo apostólico, en el servicio a Ti y a los demás.
Y cuando la gente se pregunte: «¿de dónde le viene a éste todo esto?» -¿de dónde le viene esa alegría, esa ilusión profesional, esa facilidad para querer a los demás?-, les sabré responder: me viene de imitar a Jesús en su vida oculta, de ofrecer a Dios cada cosa que hago, cada pequeño vencimiento.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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