Meditación: Sábado XVIII Semana T. O. Ciclo A. 30 de julio 2011.
«En aquel tiempo oyó Herodes el tetrarca la fama de Jesús, y dijo a sus cortesanos: Este es Juan el Bautista que ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él poderes sobrehumanos. Herodes, en efecto, había prendido a Juan, lo había encarcelado y puesto en la cárcel a causa de Herodías la mujer de su hermano Filipo, porque Juan le decía: No te es lícito tenerla. Y aun que quería matarlo, temía al pueblo, porque lo tenían como profeta. El día del cumpleaños de Herodes salió a bailar la hija de Herodías y gustó tanto a Herodes que juró darle cualquier cosa que pidiese. Ella, instigada por su madre, dijo: Dame en esta bandeja la cabeza de Juan el Bautista. El rey entristecido por el juramento y por los comensales, ordenó dársela. Y envió a decapitar a Juan en la cárcel; trajeron su cabeza en la bandeja y se la dieron a la muchacha, que la entregó a su madre. Acudieron luego sus discípulos, tomaron el cuerpo, lo enterraron y se fueron a dar la noticia a Jesús.» (Mateo 14, 1-12)
1º. Jesús, el Evangelio de hoy me presenta el ejemplo de Juan el Bautista.
Muere como había vivido siempre: fiel a la verdad.
Desde el principio se presenta como el Profeta del Mesías, sin aprovechar el prestigio adquirido ni las circunstancias históricas para recibir honores que no le correspondían.
Ahora es encarcelado y decapitado por defender otra verdad: la ilicitud de la relación entre Herodes y Herodías.
Además de Juan el Bautista, tengo el ejemplo de tantos mártires, desde los primeros siglos hasta hoy, que han dado su vida por defender la verdad.
Y tantos otros que han sido perseguidos, injuriados o despreciados, simplemente por ser cristianos.
A ellos se suman muchos más que han salido a otras tierras, o se han quedado donde estaban para propagar la verdad, siendo, al igual que los mártires, testigos de la verdad.
Jesús, hoy más que nunca te hacen falta testigos de la verdad: testigos tuyos, pues «Tú eres la Verdad». (Juan 14,6).
Hacen más falta que nunca pues el problema ya no es que la gente no conozca la verdad porque nunca la ha oído, sino que no la conoce porque no quiere conocerla.
Se lavan las manos, como Pilatos, mientras se excusan diciendo: «¿qué es la verdad?» (Juan 18,38).
Y ese relativismo les deja indefensos ante las pasiones y defectos más viles, llegando a perder lo que hacía más humano al hombre: la libertad.
2º. «Antes, como los conocimientos humanos -la ciencia- eran muy limitados, parecía muy posible que un solo individuo sabio pudiera hacer la defensa y apología de nuestra Santa Fe.
Hoy con la extensión y la intensidad de la ciencia moderna, es preciso que los apologistas se dividan el trabajo para defender en todos los terrenos científicamente a la Iglesia.
Tú... no te puedes desentender de esta obligación» (Camino.-338).
Jesús, como Juan el Bautista criticó la conducta ilícita de Herodes, así también es mi deber propagar la verdad, y defender la fe y la moral en mis circunstancias familiares, profesionales y sociales.
Por más directrices que den el Papa y los Obispos sobre la familia, la educación de los hijos, la ética profesional y la moral social, no servirían de nada si yo no las aplicara a mi vida de cristiano y las difundiera a los que me rodean.
«Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia» (CEC.-900).
Además, si estoy en situación de hacerlo, también debo intentar defender intelectualmente la Fe: con mis libros, publicaciones, clases, conferencias, programas de televisión o radio, etc... llevando mi visión cristiana a la cultura y a la ciencia.
En todo caso, debo propagar la verdad a los que me rodean.
Madre, tú que eres el asiento de la sabiduría; tú que has traído la Verdad al mundo, ayúdame a ser testigo de la verdad.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario