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sábado, 12 de noviembre de 2011

HOMILIAS: XXXIII DOMINGO, TIEMPO ORDINARIO. CICLO A. 13 DE NOVIEMBRE, 2011

HOMILIAS: XXXIII DOMINGO, TIEMPO ORDINARIO. CICLO A. 13 DE NOVIEMBRE, 2011
1.- UNA ADVERTENCIA DIRIGIDA A LOS JUSTOS
Por Ángel Gómez Escorial
1.- Vamos acercándonos al final del Tiempo Ordinario y con ello a la conclusión del año litúrgico. Celebramos, hoy, el penúltimo "domingo ordinario". La semana que viene, con la celebración de Jesucristo, Rey del Universo, se concluye, pues, el ciclo A. El Adviento es la espera del tiempo nuevo y, por tanto, lo anterior se relaciona con el final de los tiempos. O, al menos, con nuestro fin individual. La semana pasada, en la parábola de las doncellas se nos pedía mucha atención a la llegada, siempre inesperada, del Señor. Hoy, con el relato de los talentos se establece una advertencia dirigida a los justos, a los habituales en el trato de Jesús. No tanto a los alejados, a los pecadores. Y no nos engañemos tiene mayor dramatismo estas advertencias a los "buenos", dirigidas a los que –tal vez—estamos seguros y un tanto ensoberbecidos como el fariseo petulante que acudía al templo a orar.
2.- Recibimos del Señor unos dones personales que debemos hacer crecer y trasladar a nuestros hermanos. No nos vale conservar igual lo que recibimos, porque eso significaría que no hemos trabajado suficiente. Si cada uno guardamos para nosotros solo lo que hemos recibido gratuitamente de Dios, defraudaremos al Señor, porque la mies es mucha y los operarios pocos. Pero, además, todo ello se inscribe con el universo de nuestra relación personal con el Señor Jesús. No podemos defraudarle, porque Él nos sacó de la Tiniebla, nos hizo amigos suyos, nos enseñó que éramos hijos de Dios y nos mostró a los prójimos que sufrían y necesitaban ayuda. Ante ello no es posible cerrarse a todo y esperar una salvación justita, como los aprobados "por los pelos" de los malos estudiantes. Pero, al final, lo terrible no es la buena o mala evolución de nuestro trabajo. Lo peor es que Jesús nos echa de su lado, no quiere saber nada de nosotros. Le hemos defraudado.
3.- Cuando el Señor dice a su empleado inútil que si hubiera puesto el dinero en el banco se habrían, al menos, obtenido intereses, lo que nos está mostrando a nosotros es que con, simplemente, no enterrar nuestra vida sencilla, nuestro testimonio y dar en el exterior el limitado ejemplo que supone una actitud "poco heroica", ya habría sido suficiente. Pero, si por el contrario, por miedo al mundo, al que dirán, enterramos nuestra substancia de cristianos, habremos cometido un grave pecado, susceptible de la dura condena del Maestro Bueno, de Nuestro Señor Jesús. Hemos de meditar en profundidad este tema los que, precisamente, solemos estar cerca del Templo y cerca de la Palabra. Imaginemos que al final de nuestra vida escucháramos de Jesús lo siguiente: "Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes". Es muy doloroso, ¿verdad? Sin embargo, es posible. Hemos de buscar el mayor desarrollo de nuestro trabajo como Hijos de dios y hermanos de todos. Es cierto, por otro lado, que no se trata de una carrera obsesiva para obtiene premios de calidad y prestigio. El Señor lo explica claramente cuando en la parábola va a referirse de la misma forma a los dos siervos que han sacado rendimiento a su capital, aunque exista una enorme diferencia entre ambas ganancias. En la vida de este mundo no sería así. "Tanto tienes, tanto vales", "tanto ganas, tanto vales" podría decirse, asimismo. No es así. Lo que importa es el esfuerzo y la rectitud, no el resultado concreto.
4.- San Pablo en la Primera Carta a los Tesalonicenses incide en esa realidad escatológica de la que la Escritura habla en todos estos domingos previos al Adviento. Pablo es muy preciso. Dice: "Sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: "Paz y seguridad", entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar". Pero tiene, en efecto, un cántico a la Esperanza surgido de la fe en Cristo y por ello añade: "vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas". Su epilogo es concluyente: "Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados". La Escritura, pues, nos anima a esa vigilancia activa y alegre, no angustiosa y apesadumbrada, porque el Señor será muy generoso con quienes se esfuerzan en el camino, en la medida de las fuerzas de cada uno.
5.- La primera lectura, sacada del libro de los Proverbios, alaba la actitud de la mujer hacendosa y buena administradora del hogar. Puede parecer chocante en este tiempo en que las mujeres –la mayoría por necesidad—salen de su casa para trabajar. Pero este texto nos puede servir para meditar en profundidad sobre lo importante que es –aun en estos tiempos—que la vida familiar esté dinámicamente organizada y que el hogar sea un centro de actividades y de relación. La educación de los hijos adquiere una importancia mayúscula cuando la familia funciona "todos los días" –y no solo los fines de semana—en el entorno de la casa común. Es posible, no obstante, que sea necesario ese trabajo externo realizado por ambos cónyuges y que las estrecheces físicas de las viviendas no permitan la presencia de los abuelos o de los tíos mayores. Y sin embargo, deberíamos ser más creativos para recrear –refundar—el núcleo familiar. El mantenimiento del hogar ya no es patrimonio exclusivo de las mujeres y si el hombre tiene un trabajo más flexible debería incidir en el mantenimiento del citado núcleo. Son reflexiones a las que nos incita ese magnifico texto del Libro de los Proverbios que no debemos, hoy, echar en saco roto.


2.- A CADA UNO, ¿SEGÚN SUS OBRAS?
Por Gabriel González del Estal
1. A cada cual según su capacidad. Cuando decimos que en el último día el Señor juzgará a cada uno según sus obras, debemos precisar el significado pastoral y teológico de estas palabras. Sería injusto que Dios juzgara a todos según sus obras, sin más. Porque es evidente que las obras de unos tienen que ser necesariamente muy distintas a las obras de otros, cuantitativa y cualitativamente. Si uno nace en un país determinado, en una familia determinada, en un tiempo determinado, es evidente que sus obras serán distintas de otro que nazca en condiciones y circunstancias totalmente distintas. Hay hijos que nacen de padres desconocidos, enfermos crónicos, y que viven toda su vida en condiciones abyectas y deplorables. Nunca podrán comportarse como el que nace en una familia moralmente ejemplar y con posibilidades económicas de una educación esmerada. ¿Quién puede asegurarte que, en circunstancias parecidas, tú no te hubieras comportado como el mendigo que duerme todas las noches junto a tu portal, o como aquella joven guapa y decidida, que se vio forzada a subir a una destartalada patera, para ir a no sabe dónde, ni en qué condiciones? Las obras que hacemos son, en gran parte, consecuencia de la historia en la que discurrió nuestra niñez y nuestra adolescencia. Y la niñez y la adolescencia la han escrito más otros que nosotros. No, el Señor que nos mira y que nos ve por dentro no nos va a juzgar, sin más, según nuestras obras. En este evangelio de los talentos se nos dice que el Señor repartió sus talentos a cada uno de los empleados, según su capacidad. Y, a la hora de juzgarlos, los juzgó según el uso que habían hecho de los talentos que les dio. Al que había recibido diez talentos le dio el mismo premio que al que había recibido cinco, porque uno y otro usaron los talentos lo mejor que pudieron, según su capacidad. Al que no dio premio alguno, sino un castigo terrible, fue al que se había negado a trabajar con el talento que había recibido. Lo que el Señor premió o castigó no fue el beneficio económico que cada empleado había obtenido, sino el esfuerzo que cada empleado había hecho para hacer productivos los talentos recibidos. En el último día, Dios nos juzgará, sí, por lo que hemos hecho, por nuestras obras, pero según las capacidades de cada uno y según la voluntad y el esfuerzo que cada uno hayamos puesto en el desempeño de nuestro trabajo. Y, por supuesto, según su infinita misericordia.
2. Que sus obras la alaben en la plaza. Este canto admirativo y poético de la mujer hacendosa que nos hace el libro de los Proverbios podemos verlo, en las lecturas de hoy, como el ejemplo positivo contrario al ejemplo del empleado negligente y holgazán del evangelio. Esta mujer sí hacía todas las obras buenas que podía, según su capacidad. Y trabajaba no sólo pensando en ella y en su hacienda, sino que “abría sus manos al necesitado y extendía su brazo al pobre”. Como muchas de nuestras madres y abuelas. Como mujeres dependían del marido en casi todo, pero en lo que dependía de ellas eran personas ejemplares. Con muchas personas así no hay crisis que se resista. Las crisis vienen por la multiplicación de empleados negligentes y holgazanes y por la proliferación de empresarios y banqueros usureros y desalmados. También hoy podemos preguntarnos: personas trabajadoras y generosas, como la mujer hacendosa, “¿quién las hallará?”.
3. Estemos vigilantes y vivamos sobriamente. San Pablo les dice a estos primeros cristianos de Tesalónica que estén siempre vigilantes porque la segunda venida del Señor, el “Día del Señor”, llegará cuando menos lo esperen, “como un ladrón en la noche”. Los cristianos del siglo XXI no esperamos que el Día del Señor vaya a llegar ahora, de un momento a otro, pero no por eso podemos vivir despreocupados y negligentes. Los días del hombre sobre la tierra son “como un ayer que pasó”; el Día del Señor está siempre cerca.


3.- EL DON BENDITO DEL TRABAJO, UN DERECHO PARA TODOS
Por José María Martín OSA
1.- Los textos de la Palabra de Dios de este domingo nos hablan del trabajo humano, que para el cristiano encuentra su máxima inspiración y ejemplo en la figura de Cristo. Antes de comenzar su labor mesiánica en la proclamación del Evangelio a las gentes, ha trabajado durante treinta años en la silenciosa casa de Nazaret. Desde su primera juventud, Jesús aprendió a trabajar, al lado de José, en su taller de carpintero, y por eso le llamaban el «hijo del carpintero» Después, durante su predicación apostólica se referirá continuamente, especialmente en sus parábolas, a las diferentes clases de trabajo humano. En el fragmento del Libro de los Proverbios que hoy meditamos se alaba a la mujer hacendosa que “vale mucho más que las perlas”. Recordamos a tantas mujeres trabajadoras que sacan adelante su familia con esfuerzo y tesón. Muchas veces no es reconocida su labor, ni sus derechos… La mujer sigue sufriendo discriminación laboral en muchos lugares de la tierra: condiciones infrahumanas de trabajo, salario menor que el varón a igual trabajo, despidos por embarazo….Y a la mujer que silenciosamente realiza su trabajo en casa, ¿cuándo se le reconocerá su esfuerzo y dedicación?
2.- Se nos juzgará de los frutos producidos por nuestros talentos. La lectura del evangelio de hoy recoge en la parábola de los talentos. Tres personas reciben de su amo los talentos. El primero, cinco; el segundo, dos; el tercero, uno. El talento significaba entonces una moneda, se podría decir un capital; hoy lo llamaríamos sobre todo la capacidad, las dotes para el trabajo. El primero y el segundo de los siervos, han duplicado lo que han recibido. El tercero, en cambio, esconde su talento bajo la tierra y no multiplica su valor. En los tres casos se nos habla indirectamente del trabajo. Partiendo de estas dotes que el hombre recibe del Creador a través de sus padres, cada uno podrá realizar en la vida, con mayor o menor fortuna, la misión que Dios le ha confiado. Jesús, a través de esta parábola de los talentos, nos enseña, al menos indirectamente, que el trabajo pertenece a la economía de la salvación. De él dependerá el juicio divino sobre el conjunto de la vida humana, y el reino de Dios como premio. En cambio, «el derroche de los talentos» provoca el rechazo de Dios. Se nos juzgará del modo en que hemos hecho fructificar nuestros talentos a favor de los demás durante la estancia en este mundo. En el evangelio se promete un premio al siervo bueno y diligente: "Como has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor...". Pero se denuncia la pereza del que esconde su talento por miedo a perderlo. San Agustín en el comentario de este evangelio escribe: "Da, pues, el dinero del Señor; mira por el prójimo...No pienses que basta con conservar íntegro lo recibido, no sea que te digan: 'siervo malvado y perezoso, debías haber entregado mi dinero, para que yo, al volver, lo recobre con intereses...'; y no sea que se le quite lo que había recibido y sea arrojado a las tinieblas exteriores. Si los que pueden conservar íntegro todo lo que se les a dado deben tener pena tan dura, ¿qué esperanza les queda a quienes lo malgastan de forma impía y pecaminosa...?" (Sermón 351,4)
3.- El gran problema de nuestros días es el paro. Se quiere y no se puede trabajar. El paro es una lacra de la economía mundial. Clama al cielo la tragedia del hombre concreto de nuestros campos y ciudades agobiado por la miseria, el hambre, la enfermedad, el desempleo; ese hombre y esa mujer desventurados que, tantas veces, más que vivir, sobreviven en situaciones infrahumanas. Ciertamente en ellas no está presente la justicia ni la dignidad mínima que los derechos humanos reclaman. En la raíz de estos males de la sociedad se encuentran sin duda situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, a veces de alcance internacional, que la Iglesia denuncia como «pecados sociales». Porque pobre es quien carece de lo material, pero no menos quien está sumido en el pecado. El pan debe llegar a todos. No puede sobreabundar para algunos y faltar a la mayoría. El trabajo es necesario para la realización personal y para el desarrollo de los hombres y de los pueblos. En muchos lugares el hombre y la mujer no pueden ejercer el legítimo derecho al trabajo. Esto es algo inhumano y no querido por Dios.

4.- LA VIDA COMO VOCACIÓN
Por Pedro Juan Díaz
1.- Una buena manera de organizarnos la vida es tener un plan, un buen plan. Un plan en el que podamos expresar nuestras inquietudes y necesidades y, al mismo tiempo, en el que nos abramos a lo que Dios quiere de nosotros. En los movimientos de la Acción Católica se potencia el que cada persona tenga su plan de vida, una herramienta para conseguir lo anterior. Y en la diócesis, desde hace algunos años, también venimos trabajando con un plan, más conocido por sus siglas: el PDP (Plan Diocesano de Pastoral). Es un plan que quiere ser un marco en el que nos situemos todos: las parroquias, los movimientos de laicos, las órdenes religiosas… Por tanto, es un marco amplio que cada grupo intenta aplicar y adaptar a su realidad concreta. Nosotros así lo hicimos la semana pasada cuando celebramos la Asamblea Parroquial.
2.- Este plan diocesano nos invita este año a valorar todo lo que hacemos, tanto en la parroquia como en la vida, como una respuesta a una llamada del Señor. Esto quiere decir que entendemos nuestra vida como una vocación. La palabra “vocación” viene del latín “vocare” que significa “llamar”. La vocación es una llamada de Dios, es a lo que Dios quiere que dediquemos nuestra vida. Y la llamada de Dios siempre está destinada a que seamos felices. Por tanto, en la medida en que vamos descubriendo nuestra vocación, lo que Dios quiere de nosotros, vamos encontrando la felicidad en nuestra vida.
3.- Todo esto viene a raíz de la parábola de los talentos, que hemos escuchado en el Evangelio. Es una parábola que nos invita a vivir nuestra fe de una manera adulta y seria. Y para eso, lo primero es reconocer que todo lo que somos y lo que tenemos nos viene de Dios, que Él nos lo ha dado sin nosotros pedirlo. Y lo primero que nos ha dado es la vida. Y nos la ha dado gratis, pero con un fin: que hagamos el bien, que construyamos un mundo mejor y que plantemos generosamente las semillas del Reino. Para ello nos ha dado unos talentos. Los talentos eran la moneda más apreciada y valiosa en tiempos de Jesús. La parábola dice que todos recibieron mucho, cada uno según su capacidad, y que con esos talentos tendrían de sobra para realizar el proyecto de Dios. Porque Dios da con generosidad, no se guarda nada, lo pone todo a nuestro favor y a nuestro alcance para que consigamos el proyecto de felicidad que nos propone.
4.- En la parábola hay dos tipos de respuestas. Los dos primeros administradores entienden su vida como una vocación, una llamada a la que responder, y con unos talentos que han recibido de Dios para poder hacerlo. Y se ponen manos a la obra. Y multiplican esos talentos, porque se dan cuenta de que trabajar para el amo, que es Dios, es trabajar intensamente a favor de los hermanos y al servicio de la familia universal. Por eso, al mismo tiempo que trabajan, responden a la llamada de Dios, se entregan generosamente a los demás, sed abren a los otros, se arriesgan, sin miedos, confiados en un Dios que es Padre, y ven multiplicados sus talentos, consiguiendo así cumplir en su vida el proyecto de felicidad de ese buen Dios.
5.- Sin embargo, el tercer administrador es conservador y conformista. Piensa que será suficiente si no hace el mal y se deja llevar por el miedo. Esconde el talento, no responde a la llamada, no se entrega a los demás, simplemente guarda y conserva lo que su amo le ha dado. Y el talento que se esconde, no se multiplica, no da fruto. ¡Cuántos talentos escondidos habrá en nuestras comunidades cristianas, entre nosotros! Y todo por el miedo a arriesgar, por el vivir pensando sólo en uno mismo, encerrado en mi pequeño mundo. Yo y los míos, y los demás “que se apañen”. Este tercer administrador ha echado a perder el tesoro más grande que Dios ha puesto en sus manos: su propia vida. Porque quien no se abre a los demás, también permanecerá cerrado para recibir el amor y la gracia de Dios, y descubrir el proyecto de felicidad que Dios tiene para su vida.
6.- Más que invitarnos a hacer muchas cosas, la parábola nos invita a no tener miedo a darnos, a hacer el bien, a comprometernos en cosas nobles y justas, a dar gratuitamente lo que gratuitamente hemos recibido. En la vida hay que arriesgar. Y en la Iglesia también. La fe no es mantener una seguridad en nosotros mismos, sino una gran confianza en Dios, nuestro Padre. Me vienen a la memoria las palabras de Juan Pablo II el día de su elección como Papa: “¡No tengáis miedo!”. El mismo Papa las comentaba en un libro diciendo que aquellas palabras provenían más del Espíritu Santo que del hombre que las pronunciaba, y que le habían llevado muy lejos, tanto a él como a la Iglesia. Son las palabras de Jesús resucitado a los apóstoles. Y quizás son las palabras que nosotros necesitamos escuchar y repetirnos una y otra vez: “¡No tengáis miedo!”.
7.- La vida es una vocación, una llamada. Los talentos son las herramientas para responder. Y el amo, Dios, espera que los administremos bien y que respondamos con la misma generosidad que Él ha tenido con nosotros. En la Eucaristía, el Señor nos alimenta con su pan y su palabra para que no desfallezcamos en la tarea.
8.- Cada uno de nosotros, con nuestros talentos y capacidades, formamos la Iglesia Diocesana. No es algo extraño a nosotros. Es la gran familia que rompe las distancias locales y se abre a la comunión con otras parroquias de la misma provincia. Y cada una de las diócesis se une también en comunión con la Iglesia Universal.La Diócesis es nuestra gran familia, la casa grande donde todos cabemos y tenemos nuestro sitio. Hoy es su día. Hoy pedimos en nuestra Eucaristía por todas las parroquias de nuestra diócesis, por todas sus actividades pastorales, sociales, asistenciales, por nuestros misioneros diocesanos, por los niños, jóvenes y mayores de nuestras parroquias. Todos caben hoy en la Mesa que cada domingo nos convoca para reunirnos con el Señor de la Casa.

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