Meditación: Martes de la semana 32 del tiempo ordinario. 8 de noviembre, 2011; año impar
«Si uno de vosotros tiene un siervo en la labranza o con el ganado y regresa del campo, ¿acaso le dice: "Entra en seguida y siéntate a la mesa?". ¿No le dirá, al contrario: "Prepárame la cena y dispón te a servirme mientras como y bebo, que después comerás y beberás tú?". ¿Es que tiene que agradecerle al siervo el que haya hecho lo que se le había mandado? Pues igual vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os había mandado, decid: "Somos unos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que teníamos que hacer"». (Lucas 17,7-10)
1º. Jesús, con este ejemplo no me estás aprobando la actitud abusiva de aquel amo, sino utilizando una situación conocida y corriente de tu tiempo para enseñar una verdad sobrenatural perenne: que somos, en el fondo, criaturas: y tenemos el deber de servir a nuestro creador.
«El servir a Dios nada le añade a Dios, ni tiene Dios necesidad alguna de nuestra sumisión; es él, por el contrario, quien da la vida; la incorrupción y la gloria eterna a los que le siguen y le sirven, beneficiándolos por el hecho de seguirle y servirle, sin recibir de ellos beneficio alguno» (San Ireneo).
Cuando sirvo a Dios y a los demás, no te estoy haciendo, Jesús, ningún favor: me lo estoy haciendo a mí mismo.
Porque servir es lo propio del ser espiritual; por eso Tú «no has venido a ser servido sino a servir» (Mateo 20,28).
Servir es una exigencia del amor a Dios; es un deber cristiano.
¿Por qué es mejor servir que ser servido, dar que recibir?
Porque al servir crece nuestra capacidad de amar y, por tanto, nuestra capacidad de ser felices.
Por el contrario, el que no piensa más que en sí mismo, se hace egoísta; y el egoísta es como un saco roto: insaciable y triste.
Pero servir cuesta, como cuesta todo lo que vale la pena.
He de aprender a decir que no a mis gustos, a mi comodidad, a mi soberbia.
Los ángeles fueron probados por su capacidad de servicio y los demonios fueron expulsados al infierno por su incapacidad de amar, reflejada en el grito: «no serviré».
Jesús, yo quiero servir, ser útil a los demás amando de verdad, día a día, servicio a servicio.
Ayúdame a seguir tu ejemplo de entrega; ayúdame a seguir el ejemplo de tu Madre, María, que se hizo «la esclava del Señor» (Lucas 1,38).
Ayúdame a seguir el ejemplo de tantos cristianos que han hecho de su vida una vida de servicio a los demás.
2º. «Permitidme que insista en esto; es muy claro y lo podemos comprobar con frecuencia a nuestro alrededor o en nuestro propio yo: ningún hombre se escapa a algún tipo de servidumbre. Unos se postran delante del dinero; otros adoran el poder; otros, la relativa tranquilidad del escepticismo; otros descubren en la sensualidad su becerro de oro. Y lo mismo ocurre con las cosas nobles. Nos afanamos en un trabajo, en una empresa de proporciones más o menos grandes, en el cumplimiento de una labor científica, artística, literaria, espiritual. Si se pone empeño, si existe verdadera pasión, el que se entrega vive esclavo, se dedica gozosamente al servicio de la finalidad de su tarea.
Esclavitud por esclavitud si, de todos modos, hemos de servir, pues admitiéndolo o no, ésa es la condición humana, nada hay mejor que saberse, por Amo, esclavos de Dios. Porque en ese momento perdemos la situación de esclavos, para convertirnos en amigos, en hijos. Y aquí se manifiesta la diferencia: afrontamos las honestas ocupaciones del mundo con la misma pasión, con el mismo afán que los demás, pero con paz en el fondo del alma; con alegría y serenidad, también en las contradicciones: no depositamos nuestra confianza en lo que pasa, sino en lo que permanece para siempre. No somos hijos de la esclava, sino de la libre» (Amigos de Dios.-34-35).
Jesús, quiero ser, por Amor, esclavo de Dios; quiero hacer siempre y en todo porque me da la gana, con plena libertad lo que Tú me pidas.
Sin pedir vacaciones ni descansos; sin creerme nada más que un «siervo inútil» que cumple con su deber.
Porque eso soy.
Sólo entonces, todas las demás esclavitudes y limitaciones terrenas desaparecen.
Y se mira todo con una nueva luz, con paz en el fondo del alma; con alegría y serenidad, también en las contradicciones.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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