Meditación: Miércoles de la semana 32 del tiempo ordinario. 9 de noviembre, 2011; año impar
«Y sucedió que, yendo de camino a Jerusalén, atravesaba los confines de Samaria y Galilea; y, cuando iba a entrar en un pueblo, le salieron al paso diez leprosos, que se detuvieron a distancia y le dijeron gritando: «Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes». Y sucedió que mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, al verse curado, se volvió glorificando a Dios a gritos, y fue a postrarse a sus pies dándole gracias. Y éste era samaritano. Ante lo cual dijo Jesús: «¿No son diez los que han quedado limpios? Los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino sólo este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete: tu fe te ha salvado». (Lucas 17, 11-19)
1º. Jesús, la escena de hoy es similar a otras muchas del Evangelio: alguien está enfermo, te pide ayuda con fe y Tú le curas.
Es una muestra más de tu misericordia para quien pide con fe.
La petición de estos leprosos es una buena jaculatoria que puedo repetir a menudo: «Jesús, Maestro, ten piedad de mí».
Sin embargo, hoy me revelas un aspecto más íntimo de Ti mismo, abriéndome una pequeña ventana del corazón paternal de Dios.
De los diez leprosos que curas, Jesús, sólo uno vuelve a darte las gracias: «Y fue a postrarse a sus pies dándole gracias.»
No te enfadas, pero si te entristece la falta de agradecimiento de los otros leprosos: «¿No son diez los que han quedado limpios? Los otros nueve ¿dónde están?»
Te duele que no se den cuenta de lo mucho que les amas, ni siquiera después de haber hecho tanto por ellos.
Jesús, Tú también has hecho mucho por mí.
Mi vida, mis virtudes, mi familia: todo te lo debo a Ti.
¿Cómo me voy a olvidar de darte las gracias?
Gracias, Jesús, por todo lo que tengo y lo que soy; por todo, incluso por aquellas cosas de las que no me doy cuenta ni sé apreciar; más aún, gracias incluso por lo que me falta o me hace sufrir.
Porque, dice San Pablo, «para aquellos que aman a Dios todas las cosas son para bien» (Romanos 8,28).
«¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras, «Gracias a Dios»? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad» (San Agustín).
2º. «Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día.
-Porque te da esto y lo otro.
-Porque te han despreciado.
-Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes.
-Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya.
-Porque creó el Sol y la Luna y aquel animal y aquella otra planta.
-Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso... Dale gracias por todo, porque todo es bueno» (Camino.-268).
Jesús, ¿cómo puedo serte más agradecido?
Primero, con mis obras: cuando alguien está realmente agradecido a otro se vuelca en detalles con aquella persona y se ofrece para todo en lo que pueda servirle.
De la misma manera, si realmente estoy agradecido por todo lo que has hecho por mí, es lógico que intente servirte y darte gracias durante el día.
Y todo lo que haga por Ti me parecerá pequeño e insuficiente para pagarte lo mucho que me has dado: tu misma vida.
Jesús, me has dado un medio especialísimo para darte gracias: la Santa Misa o «Eucaristía», que significa precisamente, acción de gracias.
Asistiendo a la Misa me uno a tu entrega y muerte en la cruz; y es ahí, pasmado ante semejante muestra de amor, donde puedo y debo darte gracias con más intensidad.
Gracias, Padre, porque has entregado a tu hijo queridísimo para salvarme de mis pecados; gracias, Espíritu Santo, porque has convertido el patíbulo de muerte en Sacramento de vida eterna; gracias Jesús porque te has dejado clavar libremente en la cruz por mi.
Finalmente, tras recibirte en la Comunión es bueno dedicar unos minutos a la acción de gracias.
No puedo acostumbrarme, Jesús, a recibirte en la Comunión.
Es tan inmerecido y sublime el regalo que me haces viniendo a mi pobre morada que debería pasarme el resto del día dándote gracias.
Esta meditación está tomada de: “Una cita con Dios” de Pablo Cardona. Tiempo ordinario. Ediciones Universidad de Navarra. S. A. Pamplona.
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