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miércoles, 28 de diciembre de 2011

Evangelio de la Fiesta de la Sagrada Familia. 30 de diciembre, 2011

Evangelio de la Fiesta de la Sagrada Familia. 30 de diciembre, 2011
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 2, 22-40
Gloria a ti, Señor
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor"), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
-- Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre:
-- Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús
Comentario:
Dentro del tiempo de Navidad celebra la liturgia la fiesta de la Sagrada Familia. Con ello intenta la Iglesia que los creyentes, y todos los hombres, fijemos la mirada en ese hogar de Nazaret, donde se desarrolló la vida sencilla y humilde, maravillosa como ninguna otra, de Jesús, María y José, la Trinidad en la tierra como la llamaron los clásicos de la literatura ascética.
Contemplación de la honradez de José, de la entrega amorosa de María, de la docilidad alegre de aquel Niño que es el mismo Dios. Mirar y aprender, comparar su vida con la nuestra. Repasar, a la luz diáfana y cálida de Nazaret, los rincones sucios y oscuros que se hayan ido formando con el paso del tiempo en nuestra propia familia. Seamos sinceros y reconozcamos que hay quizá serios descalabros, que pueden hundirnos en el marasmo que nos circunda. Posiblemente esto es lo primero que hemos de detectar, que la sociedad se nos pudre lentamente y que esa putrefacción ataca de forma particular a la familia, cimiento sólido de la vida humana.
La principal lección que hemos de aprender en este día, para ponerla para en práctica como remedio eficaz: Es preciso poner a Dios en el centro de nuestros hogares, hacer norma suprema el cumplimiento esmerado de la voluntad divina. Nos dice el Evangelio que "cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor...". Un detalle, como otros muchos, que ponen de relieve la profunda religiosidad de aquellas dos almas gemelas, la de María y la de José. Poner a Dios en el centro y cumplir, por encima de todo egoísmo y estrechez de miras, sus mandamientos. Es cierto que en ocasiones será costoso, pero no tanto como sufrir las consecuencias de nuestras pasiones y afán de comodidad.
"El niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba". Pues lo mismo que ocurría en el hogar de Nazaret, ocurrirá en los nuestros. Habrá paz y alegría, la dicha que siempre brota donde hay amor que sabe de renuncias y de comprensión. La unión indisoluble del matrimonio, elevado a sacramento por Jesucristo, se reforzará con el paso de los años. Y el ejemplo de unos padres que saben amar, sin desalientos ni veleidades, forjará a los hijos, capaces de realizar algo grande en la vida.

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