LECTIO DIVINA SAGRADA FAMILIA CICLO B. 30 DE DICIEMBRE 2011
Sagrada Familia
LECTIO
Primera lectura: Génesis 15,1-6; 21,1-3
1En aquellos días, el Señor habló a Abrán en una visión y le dijo: -No temas, Abrán, yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande. 2 Abrán respondió: -Señor, Señor, ¿para qué me vas a dar nada, si vaya morir sin hijos y el heredero de mi casa será ese Eliezer de Damasco? 3 No me has dado descendencia, y mi heredero va a ser uno de mis criados. 4 Pero el Señor le contestó: -No, no será éste tu heredero, sino uno salido de tus entrañas. 5 Después lo llevó afuera y le dijo: -Levanta tus ojos al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas. Y añadió: -Así será tu descendencia. 6 Creyó Abrán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber.
21 1 El Señor se fijó en Sara, como había dicho, y cumplió lo que le había prometido. 2 Ella concibió y dio un hijo a Abrahán en su vejez, en el tiempo predicho por Dios. 3 Al hijo que le nació de Sara, Abrahán le puso el nombre de Isaac.
Es el texto de la promesa hecha por Dios a Abraham de tener un hijo y una numerosa descendencia, manifestada en el signo de las estrellas sin fin que en la noche constelan el cielo. Tal promesa se consuma en un rito de alianza entre Dios y el patriarca, contada en el estilo de la narración yahwista: Dios toma la iniciativa con una propuesta y el hombre responde con una adhesión completa (vv. 7-18; cf. Gn 17). En el relato de Abraham Dios promete un hijo al patriarca, que le confiesa con amargura su triste situación por la falta de descendencia, (v. 4). Tal promesa se realizará después con el nacimiento del hijo Isaac (cf. Gn 21,1-7). Con este comienza la larga descendencia de los hijos de la alianza, que verá su cumplimiento en la persona de Jesús, el Mesías, deseado de las gentes.
En el rito de la alianza o del pasaje, Dios interviene pasando entre las víctimas con el signo del fuego, símbolo de su teofanía (cf. Ex 19,18), y esto significaba un juramento de fidelidad a la palabra dada (cE. Jr 34,18). Abraham interviene en el diálogo creyendo en la promesa del Señor: ((Creyó Abrán al Señor, y el Señor lo anotó en su haber» (v. 6). La figura del patriarca emerge así como el hombre de la fe, que se abandona sin reservas a Dios. Y la promesa cumplida con la fecundidad de Sara confirma que la confianza de Abraham en Dios no fue defraudada: la fe en el Señor es lo único necesario en la vida del creyente.
Segunda lectura: Hebreos 11,8.11-12.17-19
8 Por la fe Abrahán, obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber adónde iba. 11 Por la fe, a pesar de que Sara era estéril y de que él mismo ya no tenía la edad apropiada, recibió fuerza para fundar un linaje, porque se fió del que se lo había prometido. 12 Por eso, de un solo hombre, sin vigor ya para engendrar, salió una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena de la orilla del mar. 17 Por la fe Abrahán, sometido a prueba, estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac; y era su hijo único a quien inmolaba, el depositario de las promesas, 18 aquel a quien se había dicho: De Isaac te nacerá una descendencia. 19 Pensaba Abrahán que Dios es capaz de resucitar a los muertos. Por eso lo recobró y fue como un símbolo.
Tenemos el ejemplo clásico de la experiencia de fe de Abraham, que fundamenta su vida en sólo Dios. Todo el hacer de este patriarca está sellado por la fe. Por la fe en Dios salió de su tierra, de Ur de los Caldeos, hacia un lugar que más tarde el Señor le indicaría como su heredad.
Por la fe puso su confianza en Dios cuando le fue dicho que tendría un hijo y una descendencia numerosa como las estrellas del cielo (w. 11-12). Por la fe subió al monte Moria para sacrificar a su hijo Isaac, único heredero de las promesas divinas, aunque su corazón estaba lacerado por el dolor (w. 17-18). Por la fe estaba seguro de que el Señor habría sido incluso «capaz de resucitar a los muertos: por esto lo recobró y fue como un símbolo» (v. 19).
Toda la existencia de Abraham, de Sara y de los demás patriarcas está determinada por su fe. Y esta fe encuentra su fundamento en el hecho de que ellos se consideraron huéspedes y peregrinos sobre la tierra, aspirando sólo a la ciudad que Dios les había preparado.
Abraham, cuando pidió a los Hititas un terreno donde sepultar a su esposa Sara declaró que él «era forastero y de paso en aquella tierra» (Gn 23,4).
Los patriarcas jamás pensaron retomar a su tierra de origen, la patria terrena de Mesopotamia, porque aspiraban sólo a la patria que Dios había preparado para ellos. La fe de los patriarcas es seguridad del cumplimiento
de la esperanza (cf. Heb 10,19-25), es comprender la vida con la mirada puesta en Dios y no sobre nuestro pequeño mundo.
Evangelio: Lucas 2,22-40
MEDITATIO
El magisterio de la Iglesia ha invitado muchas veces a los cristianos a reflexionar sobre la institución de la familia y a tomar conciencia de su carácter sagrado. Los muchos problemas que la época moderna plantea en este sector de la vida, como el control de la natalidad, el drama de los matrimonios fracasados y de las parejas cristianas divorciadas y casadas de nuevo, la difusión del aborto, del infanticidio y de la mentalidad anticonceptiva, los variados problemas económicos de la familia y la misma educación de los hijos a veces sometida al Estado, ponen en crisis esta célula esencial de la sociedad humana. Ante esta situación es necesario reafirmar que el fundamento de la vida humana es la relación conyugal entre los esposos, relación que, entre los cristianos es sacramental.
Por esto se debe recuperar una eficaz catequesis sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida de familia, que valorice una espiritualidad de la paternidad y de la maternidad. La familia cristiana para poder ser llamada «Iglesia doméstica» debe constituir el ámbito en el que los padres transmiten la fe, siendo para los hijos su primer testimonio de la fe con la palabra y con el ejemplo, y ser a la vez el ambiente vital donde los hijos, educados en los valores evangélicos, puedan descubrir su vocación al servicio de la sociedad y de la Iglesia y encontrar el cauce para realizar su identidad cristiana.
ORATIO
Señor Jesús, te damos gracias por el evangelio que nos has anunciado y porque hace resonar todavía hoy tu Palabra de verdad, que es Palabra del amor del Padre a toda la humanidad. Te queremos agradecer la vida y la fe, que nos has dado gratuitamente con un amor que llega hasta la cruz y que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos tuyos.
A Ti, que has querido nacer en una familia humana como la nuestra con sus variados problemas y sus dificultades, con sus alegrías y sus esperanzas, te pedimos que enseñes a las familias las virtudes que brillaron en la casa de Nazaret: especialmente el trabajo doméstico, el amor recíproco, el espíritu de oración y de recogimiento. Haz que, superando concepciones estrechas y egoístas de la vida, nuestras familias permanezcan unidas para poder vivir y testimoniar el espíritu del evangelio, y den ejemplo de bondad, de solidaridad y de justicia. Haz que sean una escuela de ayuda mutua, de perdón y de reconciliación para que aquellos que no tienen esperanza crean que en Ti existe un futuro lleno de vida y de alegría.
Y, sobre todo, te pedimos que sostengas a las familias pobres, a las de los refugiados, de los que viven en chabolas, de los inmigrantes, para que cuantos viven en tranquilidad y bienestar se comporten hospitalaria y acogedoramente, los animen y ayuden a integrarse en la vida social y eclesial, convencidos de que la apertura mutua conduce al enriquecimiento de todos y desarrolla el sentido de la fraternidad universal.
CONTEMPLATIO
Los misterios del cristianismo son un todo indivisible. Quien profundiza en uno, termina por tocar todos los demás. Así, el camino que parte de Belén contínúa irrefrenablemente hasta el Gólgota. Del pesebre a la cruz. Cuando María presentó al Niño en el templo, se le predijo que una espada le atravesaría el alma, que aquel Niño estaba puesto para caida y resurrección de muchos y como signo de contradicción. ¡Era el anuncio de la pasión, de la lucha entre la luz y las tinieblas que se había manifestado ya en torno al pesebre! (. .. ).
En la noche del pecado resplandece la estrella de Belén. Sobre el resplandor luminoso que irradia del pesebre, cae la sombra de la cruz. La luz se apaga en la oscuridad del viernes santo, pero se vuelve a encender más viva y radiante como luz de gracia en la mañana de la resurrección. El Hijo de Dios encarnado llega, a través de la cruz y de la pasión, a la gloria de la resurrección.
Cada uno de nosotros, la humanidad entera, llegará con el Hijo del hombre, a través del sufrimiento y de la muerte, a la misma gloria (E. Stein, El mensaje de Navidad, Burgos 1988).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra:
«Mis ojos han visto a tu Salvador» (Lc 2,30).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Haciéndose hombre, el Hijo de Dios nos ha revelado el secreto de la vida íntima de Dios como vida interpersonal, para hacernos entrar también a nosotros en el calor y la felicidad inefable de la vida trinitaria. Con el punto de mira sobre este objetivo, se ha rebajado a compartir nuestra pobreza, sumergiéndose personalmente en la humilde realidad de la familia humana.
Con ello la ha clarificado ante sí misma y le ha dado una significación más transparente.
Así, en la contemplación de la familia de Nazaret, se hace más fácil captar y comprender todos los valores sobrenaturales de la familia, y se agiliza la imitación de las prerrogativas de aquella familia ideal: el amor mutuo, la concordia, la serenidad, la búsqueda afectuosa de Dios y de su voluntad, la atención a los hermanos. Por esto, la mirada orante a la Santa Familia no será, pues, una de tantas devociones: ofrecerá a nuestras familias un medio eficacísimo para pensarse y vivirse según su propia identidad sobrenatural.
Sin descuidar lo que humanamente se puede hacer -a través de estudios, iniciativas sociales, programas políticos- para revalorizar la familia y elevar sus condiciones, debemos sobre todo partir también nosotros de la contemplación de la casa de Nazaret (G. Biffi, Homilía sobre la Sagrada Familia).
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