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miércoles, 28 de diciembre de 2011

Evangelio del Jueves Infraoctava de Navidad. Ciclo B. 29 de diciembre, 2011

Evangelio del Jueves Infraoctava de Navidad. Ciclo B. 29 de diciembre, 2011
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (2, 22-35)
Gloria a ti, Señor.

Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley:
Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor.
Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos, luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció:
“Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario:
Nos sentimos alegres por el nacimiento de Jesús en medio de nosotros; nuestros corazones han sido el mejor pesebre. Hoy es bueno asumir el compromiso pleno de ser cristianos, que no consiste solamente en alegrarnos con la venida del Hijo de Dios.
El canto de Simeón recoge con maestría la esperanza de los pobres, cansados ya de tanta opresión, pero con mucha confianza en el Dios de la liberación. Los padres de Jesús son cumplidores de la ley; por eso van a presentar a Jesús al templo. Sin embargo, el encuentro con este anciano Simeón es el encuentro con una historia popular de marginaciones, generadas desde todas las estructuras de poder. En Simeón es el pueblo entero el que canta, el que ve en Jesús la gran esperanza para derribar del trono a los poderosos y enaltecer a los humildes.
Pidamos a Dios que nos dé claridad para ver las manifestaciones de la liberación que viene de Dios; que estemos dispuestos a seguir el proyecto de Jesús hasta sus últimas consecuencias; que recreemos permanentemente el sentido de nuestro bautismo por el que somos discípulos y misioneros.

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