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domingo, 2 de enero de 2011

Oficio Divino. II Domingo de Navidad. Ciclo A. II del Salterio. 2 de enero 2011

TIEMPO DE NAVIDAD-OFICIO DIVINO
DOMINGO II DESPUES DE NAVIDAD
SEMANA II DEL SALTERIO
2 de Enero del 2010

OFICIO DE LECTURA

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:

Ant. A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle.

Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:

V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

Himno: NACISTE DEL PADRE, SIN PRINCIPIO

Naciste del Padre, sin principio,
antes que la luz resplandeciera;
del seno sin mancha de María
surges como luz en las tinieblas.

Los pobres acuden a adorarte,
solos, ellos velan en la noche,
sintiendo admirados en tu llanto
la voz del pastor de los pastores.

El mundo se alegra en este día,
gozan los patriarcas, los profetas;
la flor ha nacido de la rama,
flor que ha perfumado nuestra Iglesia.

Los ángeles cantan hoy tu gloria,
Padre, que enviaste a Jesucristo;
unimos con ellos nuestras voces,
oye, bondadoso, nuestros himnos. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.

Salmo 103 I - HIMNO AL DIOS CREADOR

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto.

Extiendes los cielos como una tienda,
construyes tu morada sobre las aguas;
las nubes te sirven de carroza,
avanzas en las alas del viento;
los vientos te sirven de mensajeros;
el fuego llameante, de ministro.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas;

pero a tu bramido huyeron,
al fragor de tu trueno se precipitaron,
mientras subían los montes y bajaban los valles:
cada cual al puesto asignado.
Trazaste una frontera que no traspasarán,
y no volverán a cubrir la tierra.

De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
en ellos beben las fieras de los campos,
el asno salvaje apaga su sed;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Señor, Dios mío, te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto. Aleluya.

Ant. 2. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.

Salmo 103 II

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.

Él saca pan de los campos,
y vino que le alegra el corazón;
y aceite que da brillo a su rostro,
y alimento que le da fuerzas.

Se llenan de savia los árboles del Señor,
los cedros del Líbano que él plantó:
allí anidan los pájaros,
en su cima pone casa la cigüeña.
Los riscos son para las cabras,
las peñas son madriguera de erizos.

Hiciste la luna con sus fases,
el sol conoce su ocaso.
Pones las tinieblas y viene la noche
y rondan las fieras de la selva;
los cachorros rugen por la presa,
reclamando a Dios su comida.

Cuando brilla el sol, se retiran,
y se tumban en sus guaridas;
el hombre sale a sus faenas,
a su labranza hasta el atardecer.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. El Señor saca pan de los campos y vino para alegrar el corazón del hombre. Aleluya.

Ant. 3. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.

Salmo 103 III

¡Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría!;
la tierra está llena de tus creaturas.

Ahí está el mar: ancho y dilatado,
en él bullen, sin número,
animales pequeños y grandes;
lo surcan las naves, y el Leviatán
que modelaste para que retoce.

Todos ellos aguardan
a que les eches comida a su tiempo:
se la echas, y la atrapan;
abres tu mano, y se sacian de bienes;

escondes tu rostro, y se espantan;
les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras.
Cuando él mira la tierra, ella tiembla;
cuando toca los montes, humean.

Cantaré al Señor mientras viva,
tocaré para mi Dios mientras exista:
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor.

Que se acaben los pecadores en la tierra,
que los malvados no existan más.
¡Bendice, alma mía, al Señor!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno. Aleluya.

V. Él era la fuente de la vida.
R. Y esta vida era la luz para los hombres.

PRIMERA LECTURA
De la carta a los Colosenses 2, 16--3, 4

LA VIDA NUEVA EN CRISTO

Hermanos: Que nadie os condene por cuestiones de comida o de bebida, o por razón de fiestas anuales o de lunas nuevas o de sábados. Eso no es más que sombra de lo que había de venir; pero la realidad es el cuerpo de Cristo. Que nadie quiera dar una decisión en contra vuestra, dando preferencia a la mortificación y al culto de los ángeles, fiado en la interpretación de sus propias visiones. El que tal hace está vanamente engreído en su mentalidad, que no entiende sino de miras humanas, y no quiere adherirse a la cabeza (que es Cristo), del cual todo el cuerpo recibe, por articulaciones y ligamentos, su alimento y cohesión, y del mismo obtiene el crecimiento que da Dios.

Si con Cristo habéis muerto a los «elementos del mundo», ¿por qué os sometéis, como si vivieseis en el mundo de los elementos, a preceptos como éstos: «No tomes eso, no gustes aquello, no toques lo de más allá»? Cosas son éstas que se consumen por el uso; y tales mandamientos no pasan de ser prescripciones y enseñanzas compuestas por los hombres. En apariencia, se ven razonables, por ser actos de piedad individual, por la sumisión y mortificación corporal que pretenden, pero en sí no tienen ningún valor; sólo sirven para satisfacción de la vida material.

Si habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; cuando se manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis también vosotros con él, revestidos de gloria.

RESPONSORIO Col 3, 1-2; Lc 12, 34

R. Si habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. * Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra.
V. Donde está vuestro tesoro, ahí está vuestro corazón.
R. Poned vuestro corazón en las cosas del cielo, no en las de la tierra.

SEGUNDA LECTURA
De las Disertaciones de san Gregorio de Nacianzo, obispo
(Disertación 43, en alabanza de Basilio Magno, 15. 16-17. 19.21: PG 36, 514-523)

COMO SI LOS DOS CUERPOS TUVIERAN UN ALMA EN COMÚN

Nos habíamos encontrado en Atenas, como el curso de un río que, naciendo en una misma patria, se divide luego hacia diversas regiones (a donde habíamos ido por el afán de aprender) y de nuevo, de común acuerdo, por disposición divina, vuelve a reunirse.

Por entonces, no sólo admiraba yo a mi grande y querido Basilio, por la seriedad de sus costumbres y por la madurez y prudencia de sus palabras, sino que inducía también yo mismo a los demás que no lo conocían a que le tuviesen esta misma admiración. Los que conocían su fama y lo habían oído ya lo admiraban.

¿Qué consecuencias tuvo esto? Que él era casi el único que destacaba entre todos los que habían venido a Atenas para estudiar, y que alcanzó honores superiores a los que correspondían a su condición de mero discípulo. Éste fue el principio de nuestra amistad, el pequeño fuego que empezó a unirnos; de este modo, se estableció un mutuo afecto entre nosotros.

Con el correr del tiempo, nos hicimos mutuas confidencias acerca de nuestro común deseo de estudiar la filosofía; ya por entonces se había acentuado nuestra mutua estimación, vivíamos juntos como camaradas, estábamos en todo de acuerdo, teníamos idénticas aspiraciones y nos comunicábamos cada día nuestra común afición por el estudio, con lo que ésta se hacía cada vez más ferviente y decidida.

Teníamos ambos una idéntica aspiración a la cultura, cosa que es la que más se presta a envidias; sin embargo, no existía entre nosotros tal envidia, aunque sí el incentivo de la emulación. Nuestra competición consistía no en obtener cada uno para sí el primer puesto, sino en obtenerlo para el otro, pues cada uno consideraba la gloria de éste como propia.

Era como si los dos cuerpos tuvieran un alma en común. Pues si bien no hay que dar crédito a los que afirman que todas las cosas están en todas partes, en nuestro caso sí podía afirmarse que estábamos el uno en el otro.

Idéntica era nuestra actividad y nuestra afición: aspirar a la virtud, vivir con la esperanza de las cosas futuras y tratar de comportarnos de tal manera que, aun antes de que llegase el momento de salir de esta vida, pudiese decirse que ya habíamos salido de ella. Con estos pensamientos dirigíamos nuestra vida y todas nuestras acciones, esforzándonos en seguir el camino de los mandamientos divinos y estimulándonos el uno al otro a la práctica de la virtud; y, si no pareciese una arrogancia el decirlo, diría que éramos el uno para el otro la norma y regla para discernir el bien del mal.

Y, así como hay algunos que tienen un sobrenombre, ya sea heredado de sus padres, ya sea adquirido por méritos personales, para nosotros el mayor título de gloria era el ser cristianos y ser con tal nombre reconocidos.

RESPONSORIO Dn 2, 21-22; 1Co 12, 11

R. El Señor da sabiduría a los sabios y ciencia a los que saben discernir: * él revela honduras y secretos, y la luz mora junto a él.
V. Y todos estos dones son obra de un mismo y único Espíritu, que distribuye a cada uno según le place.
R. Él revela honduras y secretos, y la luz mora junto a él.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.

ORACIÓN.

OREMOS,
Dios omnipotente y eterno, resplandor de las almas fieles, dígnate llenar el mundo de tu gloria y muéstrate a todos los pueblos con la claridad de tu luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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