Evangelio del Sábado XIV Semana Tiempo Ordinario. Ciclo A. 09 de julio 2011
† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (10, 24-33)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “El discípulo no es más que el maestro, ni el criado más que su señor. Le basta al discípulo ser como su maestro y al criado ser como su señor. Si al señor de la casa lo han llamado Satanás, ¡qué no dirán de sus servidores! No teman a los hombres.
No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo.
¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados.
Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo.
A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión:
El pasaje del Evangelio de Mateo nos habla de las implicaciones que trae consigo la misión de predicar el Reino de Dios, que son básicamente la incomprensión y el martirio. Sólo la fe en un Dios amor, que se revela en la adversidad, en las situaciones límites de la vida, puede posibilitarnos superar este temor: El de encontrarnos cara a cara con las dificultades y contradicciones de la vida misionera. En otras palabras, la tarea misionera debe prepararse para tropezar en su camino con una difícil elección; la de compartir el mismo destino de Jesús, ya que una persona o comunidad misionera que no asuma el conflicto, pone en cuestión su credibilidad. Definitivamente, el Reino no puede realizarse sin el desgarramiento propio del corazón humano y sin la denuncia de las estructuras de injusticia y de opresión del mundo de hoy, un mundo que busca la salvación sólo en sí mismo. Sin embargo, el diálogo con el mundo es una de las exigencias misioneras del Tercer Milenio, ya que el Reino de Dios no es otro mundo, sino éste mismo, pero totalmente transformado.
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