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viernes, 8 de julio de 2011

HOMILIAS: XV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

HOMILIAS: XV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO A
1.- LA SIEMBRA DE DIOS EN EL CORAZÓN HUMANO
Por Gabriel González del Estal
1.- Salió el sembrador a sembrar. La intención de Jesús al proponer esta parábola no era describir a un sembrador poco hábil, o un poco manazas. Porque, evidentemente, un sembrador medianamente hábil no tira la semilla al camino, o entre las piedras o las zarzas, sino que procura que caiga toda ella en tierra fértil. Se trata de una parábola y en la parábola se describe a un sembrador todo bondad, generoso y hasta un poco manirroto, que no quiere que nadie se quede sin recibir la semilla que él siembra, porque sabe que su semilla es una semilla de salvación para todos. El sembrador al que se refería Jesús en la parábola era el mismo Jesús. Jesús quería ofrecer su semilla, su evangelio, a todas las personas que le escuchaban, fueran doctores de la Ley, o gente sencilla, o pobres y enfermos. La semilla que él sembraba era una semilla buena para todos, aunque no todos la recibieran bien. Jesús, de hecho, sembraba todos los días con su palabra y con su vida en el corazón de todos los que le oían y veían. Pero, mientras los fariseos y doctores de la Ley no dejaban crecer en su corazón la semilla que Jesús sembraba, porque su orgullo, la seducción de las riquezas y sus intereses egoístas se lo impedían, en cambio en el corazón de los pobres, humildes y sencillos la semilla daba el ciento por uno. Dios sigue sembrando todos los días en nuestro corazón, en la voz de nuestra conciencia, a través de las personas buenas a las que conocemos, en la voz secreta y sonora de las cosas y del universo entero. El problema no está en la semilla que Dios siembra en nuestro corazón; la semilla de Dios siempre es buena y eficaz; el problema está en nuestro corazón. En el corazón de los fariseos y doctores de la Ley cayó íntegra la semilla buena, lo mismo que en el corazón de los discípulos de Jesús y de la gente sencilla que le escuchaba, pero no recibieron igual la semilla unos que otros. En el corazón de sus discípulos, de la gente humilde y sencilla, la semilla dio el ciento por uno. Y, ¿en nuestro corazón? Nuestro corazón ¿es tierra buena y la semilla de Dios da en nosotros el setenta o el ciento por uno? Limpiemos nuestro corazón de zarzas, piedras y torpes intenciones, para que la semilla de Dios germine en nosotros con eficacia y pujanza.
2.- La palabra que sale de mi boca no volverá a mí vacía. El profeta Isaías, en nombre de Dios, le dice a su pueblo que si recibe la palabra de Dios como la tierra buena recibe la lluvia en tiempo oportuno, también en ellos la palabra de Dios germinará y será fecunda. Si la palabra de Dios no es fecunda en nosotros no es por culpa de Dios, sino porque nosotros no somos tierra buena empapada por la gracia de Dios. Confiemos en Dios y abramos a él nuestro corazón, para que la semilla de su palabra pueda ser en nosotros fecunda y eficaz.
3.- También nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo. San Pablo nos dice que mientras vivimos aquí en la tierra gemimos en nuestro interior, como la creación entera gime con dolores de parto, esperando el momento en el que pueda manifestarse plenamente en nosotros nuestra condición de hijos de Dios. Porque es evidente que el cuerpo retarda y apesadumbra la manifestación plena del Espíritu. Esta es una realidad que no sólo San Pablo, sino cada uno de nosotros puede comprobar en su diario quehacer. El espíritu es fuerte, pero la carne es débil. Nuestra vida es una continua lucha contra las acechanzas de la carne. Somos hijos de Dios, pero mientras vivimos en este cuerpo nos se puede manifestar en nosotros plenamente la santidad del Espíritu. San Pablo espera ardientemente que lleguen ese cielo nuevo y esa tierra nueva en la que podamos vivir ya como auténticos hijos de Dios. En esta etapa temporal en la que ahora vivimos debemos vivir expectantes y anhelantes, esperando que la manifestación plena del Espíritu se haga pronto realidad en nosotros. Porque “este mundo es camino para el otro, que es morada sin pesar, y cumple tener buen tino para andar este camino sin errar”, como nos dijo ya nuestro genial poeta Jorge Manrique.
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2.- LAS PARÁBOLAS QUE DESVELAN LOS SECRETOS DEL REINO
Por Pedro Juan Díaz
1.- Acabamos de escuchar el principio del capítulo 13 del evangelio de Mateo. Durante los próximos domingos lo escucharemos al completo. Es un capítulo lleno de parábolas, que son la manera que tiene Jesús de “dar a conocer los secretos del Reino de los Cielos”, según dice Él mismo. Pero esto solo es posible con un corazón bien dispuesto, propio de aquellos “sencillos” de los que Jesús hablaba la semana pasada. Las parábolas revelan los grandes proyectos que Dios tiene para nosotros. Es algo así como un estar expectante, aguardando algo más pleno. San Pablo lo explica bien en la segunda lectura. La creación, todos nosotros, el mundo entero está esperando que se cumpla en plenitud el proyecto de Dios. Es como una parturienta que espera, gimiendo y con dolores, el nacimiento de su criatura. Para nosotros ese alumbramiento es que podamos llevar a plenitud lo que Jesús sembró en nuestro mundo y en nuestros corazones. Somos hijos de Dios, nos dice San Pablo, pero aún no se ha manifestado del todo lo que podemos llegar a ser. Dios aún nos tiene reservadas cosas más grandes y mejores. Y Jesús nos lo revela a través de las parábolas.
2.- Hoy las lecturas hablan de la importancia de la Palabra de Dios, una Palabra que es verdadera y que cumple lo que dice. Así lo viene a decir el profeta Isaías en la primera lectura, cuando dice que “como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar… así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo”. Dios cumple lo que dice. Dios ha sembrado su Palabra en el mundo a través de Jesús y esa Palabra dará fruto si “cae en tierra buena”, es decir, si somos capaces de acogerla en nuestro corazón y llevarla a nuestra vida.
3.- Así lo explica Jesús en el evangelio. Primero habla de un sembrador que siembra el grano. Y lo más curioso es que el grano siempre empieza dando fruto, caiga donde caiga, pero necesita una buena tierra donde ser acogido para seguir creciendo. El problema, por tanto, no es del grano, que acaba germinando, sino de la tierra que lo recibe, que somos nosotros. Puede ser que caiga “al borde del camino” y venga “el Maligno y robe lo sembrado en el corazón”. Es posible que caiga “en terreno pedregoso” y “no tenga raíces, sea inconstante y, en cuanto venga una dificultad o persecución sucumba”. Quizás caiga “entre zarzas” y que “los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahoguen y se quede estéril”. Pero también puede caer “en tierra buena” y que dé fruto “y producirá ciento o setenta o treinta”. Por lo tanto, tenemos una gran responsabilidad. Dios ha sembrado su Palabra en nuestro mundo, en nuestros corazones. De nosotros depende que de fruto, que llegue a su plenitud, que “la demos a luz”. “Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen”. Precisamente hacen falta una mirada creyente y una escucha atenta para “ver” y “oír” a Dios que está “entre los pucheros”, como diría Santa Teresa.
4.- Cada vez que nos acercamos a la Eucaristía “oímos” a Dios que nos habla, que nos desvela los secretos del Reino a través de las parábolas. Cada vez que participamos en la Eucaristía “vemos” a Dios que se hace Buen Pan para nosotros. Cada vez que le recibimos en la comunión recibimos las fuerzas necesarias para acoger con valentía su Palabra y hacerla vida en nosotros, para que podamos hacer de nuestra vida fraternidad, solidaridad y servicio a los demás, especialmente a los más necesitados. Así irá llegando a plenitud el proyecto de Dios.
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3.- LA TIERRA QUE ACOGE LA SEMILLA DE LA PALABRA
Por José María Martín OSA
1.- El encargo que Dios nos encomienda. Nos dice el profeta Isaías que la lluvia y la nieve riegan la tierra y la hacen germinar y dar fruto. De la misma manera, la Palabra que sale de Dios no volverá a El vacía, sino que trasformará nuestra vida para que demos fruto. Esto nos dice que, entre la provisión de Dios (lluvia y nieve) y lo que llega a nuestras manos (semilla y pan), está el trabajo de cultivar y cuidar la tierra, ahuyentando las aves que pueden arrebatar la semilla, quitando las piedras que impedirán que eche raíces profundas y eliminando las hierbas que robarán sus nutrientes…La vivencia de la Palabra de Dios tiene también sus dificultades, pero Dios nos ayudará para que nosotros hagamos posible que se cumpla el encargo que nos da a cada uno: construir el Reino de Dios. El, nos dice el Salmo 64, prepara la tierra –nosotros-, la riega y la “enriquece sin medida".
2.- Ser tierra fértil. En la parábola evangélica Jesús mismo se compara con el sembrador, que siembra con confianza la semilla de su palabra en la tierra de los corazones humanos. El fruto no depende únicamente de la semilla, sino también de las diversas situaciones del terreno, es decir, de cada uno de nosotros. Jesús mismo dio una explicación de la parábola. La semilla devorada por las aves evoca la intervención del maligno, que lleva al corazón la incomprensión del camino de Dios, que es siempre el camino de la cruz. La semilla sin raíz describe la situación en la que se acepta la Palabra sólo exteriormente, sin la profundidad de adhesión a Cristo y el amor personal a El, necesarios para conservarla. La semilla ahogada remite a las preocupaciones de la vida presente, a la atracción que ejerce el poder, al bienestar y al orgullo. La Palabra no da fruto automáticamente: aunque es divina, y por tanto omnipotente, se adapta a las condiciones del terreno, o mejor aún, acepta las respuestas que le da el terreno, y que pueden ser también negativas. Porque, en el fondo, la semilla sembrada en los diversos terrenos es Jesús mismo La lectura de esta parábola y de la explicación que dio Jesús a sus discípulos suscita en nosotros una reflexión necesaria: nosotros somos la tierra en donde el Señor siembra incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposiciones la acogemos? ¿Cómo la hacemos fructificar? Dios nos encomienda hoy a todos nosotros el tesoro de esta Palabra, haciéndonos, siendo el sembrador confiado que siembra en el secreto del corazón de cada uno la "buena nueva" del Reino. Debemos ser la tierra fértil y buena que, con la abundancia de sus frutos, realiza las expectativas de la Iglesia y del mundo.
3.- Jesús nos asegura que la semilla sí dará fruto. Que a pesar de que este mundo nos parece terreno estéril -la juventud de hoy, la sociedad distraída, la falta de vocaciones, los defectos que descubrimos en la Iglesia, Dios ha dado fuerza a su Palabra y germinará, contra toda apariencia. No tenemos que perder la esperanza y la confianza en Dios. Es él quien, en definitiva, hace fructificar el Reino, no nosotros. Nosotros somos invitados a colaborar con él. Pero el que da el incremento y el que salva es Dios.

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